Luis Clemente abre el ciclo “Cositas que nadie sabe” y Luz Arcas ofrece un espectáculo bestial en la Bienal de Málaga.
Solo hay algo mejor que la música y es hablar sobre música. Comunicarse, disentir o ponerse de acuerdo sobre algo que cada ser humano recibe y procesa de manera individual. Ha pasado la era en que los gurús marcaban la pauta y la tendencia, cómo escuchar y cómo sentir. Pero aún arrastramos eso, sobre todo con el flamenco que parece que sale de su ensimismamiento para fajarse con el resto de músicas populares.
Lo primero que dijo Luis Clemente al ver la categoría de los compañeros de ciclo fue: “No me lo merezco”. El próximo lunes Fosforito será entrevistado por Luis Ybarra, el siguiente Víctor Monge Serranito se encuentra con José Manuel Gamboa, su biógrafo y uno de los escritores (e investigadores) que más ha hecho para quitarnos ciertas telarañas. Merche Esmeralda cierra el ciclo el 22 de mayo con Marta Carrasco como interlocutora.
Luis Clemente merece estar en ese ciclo y mucho más. Ha construido su carrera periodística escribiendo en los papeles que antaño fueron importantes y que han dejado de serlo cuando han prescindido de firmas como la suya. Ha invertido arte y conocimiento en unos libros primorosamente editados en los que escribe sobre maqueta remarcando la importancia sonora y la estética. El último: “Rock progresivo español” que comienza en 1966 y finaliza en 1979, el año de nuestro “apocalipsis-nao” con “La leyenda del tiempo”. Si se preguntan que hace un libro como “ese” en la sección de flamenco es que necesitan urgentemente ese libro.
El autor pone en orden las fechas, desmiente tópicos mil veces repetidos: “el disco de Joe Beck con Sabicas se grabó en 1968, se editó en USA al año siguiente y en España apareció en 1970. Sabicas no quiso saber nada del disco excepto la pasta y Joe Beck estaba tan avergonzado que le iba comprando el disco a los colegas que lo tenían para destruirlo. Pues fue a partir de esa fusión que Ricardo Pachón impulsó una corriente renovadora para el flamenco y el rock desde Smash a Pata Negra. La psicodelia flamenca fue muy mal recibida por la ortodoxia, que ahí había trampa. Y es verdad que a Manuel Molina le convencieron para cantar en Smash con librarse de la mili y que para grabar “la leyenda del tiempo”, cayó una miaja lisérgica en el puchero.
Todo eso es verdad y como dijo Juan El Camas en aquellas bulerías-pata-negra:
“Nos endiñen y nos den
Y nos esquivocao, otra vez”
Hay un momento crucial en el documental sobre el “Omega” en el que todos los flamencos se giran hacia Eric el batería de Lagartija-Planetas para afearle un golpe fuera de sitio y de compás. Todos menos Morente que decide que ese golpe errado le gusta y que construye a partir de ahí. En resumen muchas “aperturas” flamencas vienen de esas meteduras de pata que llegaron desde los “jipos” (hippies) y “rockeros” que hoy nos parecen flamenquísimas. En eso tampoco nos vamos a poner de acuerdo.
No logramos asistir a la charla completa moderada por Ramón Soler Díaz porque teníamos sesión de baile que según recoge Clemente de una flamenca fetén: “el “contraporáneo” está confundiendo a la juventud”.
LUZ ARCAS, EL ARTE DE LAS BESTIAS
Uno iba al contemporáneo en busca de sensaciones sin tratar de entenderlo todo, así que cuando al rato la bailarina se ha colocado un arnés y está tirando de una trilla como una mula y el cantaor entona cantes de trabajo, de sudor y de extenuación… uno se acuerda del pueblo de mi abuela que era contemporánea de mi abuelo y que no dejó más herencia que unos aperos de labranza.
Luz Arcas comienza el espectáculo “Mariana” bailando “mal” lo que interpreta “bastante bien” Bonela Hijo y Lola Dolores al cante, Bonela Chico a la guitarra, Carlos González a la percusión y Abraham Romero a la corneta.
Bailar “bien” aquí significaría lucir estampa, bata de cola y olé. Pero no es eso por lo que Luz Arcas ha ganado un montón de premios. Tampoco parece seguir los pasos de ilustres “bailaoras” como la eterea Isadora Duncan o las más osadas Pina Baush y Marta Graham. Así que yo me quedo en la ciudad con el recuerdo de mi abuela que en un día de fiesta me subió a la burra que estaba engalanada con una máscara que ahora me parece sacada del teatro chino, o japonés.
Esa representación (con máscara) que hace la bailaora simula influencias asíáticas sostenida por el percusionista que está en el suelo haciendo sonar los platillos, todo muy oriental y desconcertante. En la siguiente escena la corneta parece que nos va a llevar o a la semana santa o a los toros porque hay un montón de serrín en el suelo pero en lugar de eso aparece una cabra. Reconozco que me he perdido al seguir la letras de un cante: “Sentaito en la escalera, esperando el porvenir y el por venir nunca llega” que a mí suena por Morente o por algo más urbano como Albert Pla y su “Veintegenarios” y cuando veo el baile no concuerda con nada.
En lo que sí estamos de acuerdo los presentes es en el trabajo “bestial” de la bailaora y sus músicos. Encendidos aplausos. Luego debate.