Espectáculo: Emovere. Elenco. Idea original, baile y coreografía: Lucía la Piñona. Dirección artística: José Maldonado. Composición musical y guitarra: Francisco Vinuesa. Cante: Eva Ruiz ‘La Lebri’, Jonathan Reyes y Moi de Morón. Percusión: Paco Vega. Lugar: Sala Chicarreros. Ciclo: Jueves Flamencos de Cajasol. Fecha: 28 de junio de 2018. Aforo: Lleno.
Sara Arguijo
Si hay algo que el espectador percibe inmediatamente desde el patio de butacas es cuando un artista tiene necesidad de ser comprendido. Cuando se pelea consigo mismo por enseñar lo que tiene que ofrecer y lo da todo hasta quedarse vacío. Precisamente lo que vimos en cuanto Lucía Álvarez ‘La Piñona’ puso sus pies en el teatro de Cajasol para cerrar la temporada de primavera con su ‘Emovere’.
De alguna manera la bailaora, ganadora del Desplante en el Festival del Cante de las Minas en 2011 y con una amplia trayectoria sobre los escenarios, parecía ser consciente de la importancia de estar en un ciclo como éste y tenía ganas de explicarle al público su discurso.
En este sentido, como alude en el propio título, puso en movimiento sus vivencias y emociones para mostrar sus recursos y su filosofía en una meticulosa propuesta. Así, pese a un arranque frío donde la sentimos tensa y pecó de rigidez, la artista se fue creciendo en cada pieza y regaló interesantes ideas que la sitúan como una bailaora original, con personalidad propia. Especialmente expansiva estuvo en el envolvente taranto rematado por tangos, que bailó con cuerpo negro de látex y falda de gasa fucsia, y en las bulerías donde sacó la fuerza y enseñó dos de sus mejores virtudes: el sentido que le imprime a los silencios y la belleza de sus manos.
Además agradecimos sobremanera el estupendo elenco que le acompañó y sin el que la propuesta hubiera sido completamente distinta. Porque aquí, la delicada y coherente composición musical de Francisco Vinuesa, los golpes exactos y enriquecedores de Paco Vega, las coloristas, frescas y naturales voces de los tres cantaores y, por supuesto, el cuidado vestuario (no muy acertado, eso sí, para el bloque de bulería, petenera, soleá y polo ni para la época) y la propia estructura, bien hilada y construida, adquirieron un papel fundamental. Tanto para aupar a la bailaora como para guiarnos por los distintos paisajes en que se dividía la obra.
En definitiva, el eco dulce y fino de La Lebri, que sobrecogió con las peteneras de Pastora Pavón, la rotundidad y gusto de Jonathan Reyes –especialmente emotivo en las bulerías de Manuel Molina-, y el salvajismo y la entrega de un Moi de Morón pletórico ayudaron a Lucía en su recorrido, desde lo más reflexivo hasta lo más temperamental. Y a nosotros ella nos fue gustando más conforme más se gustó ella.
Galería fotográfica por Remedios Malvarez