Texto y fotos: Antonio Conde
María Canea, David Coria, Nacho Blanco, Agustín Barajas, Rai Benitez
LOS VERANOS DEL CORRAL 2011. 3ª semana |
Pasado el ecuador del ciclo de “Los Veranos del Corral” un torbellino de artistas han pasado por el escenario. Y digo torbellino por sus puestas en escena, sus maneras. Cuatro días en los que el argumento de todos ellos ha sido el desarrollo pulido y magistral en ocasiones, de la forma de trabajar sus pies. Y es que en este escenario y para este público está demás lo estético frente a lo flamenco, que aunque se complementan, en este recinto se afea el baile si se abusa de ello. Será por eso, que la mayoría de los que pasan se olvidan de otros elementos decorativos corporales para defender el clasicismo y un modelo de baile que era denominador común antaño.
Primer día de la semana para la onubense María Canea. Acompañada de Javier Rivera y Jeromo Segura al cante, y la guitarra de Juan Campallo, sus formas embelesaron al público desde el principio. Su baile está perfectamente definido, ataca la seguiriya inicial con entusiasmo aunque quizás el nerviosismo iniciático no la deja expresarse con claridad a pesar de transmitir una gran fuerza. Los tangos lentos de las voces dejan espacio para que Canea se ‘abandole’. Su técnica es excelente aunque en ocasiones parece ‘tirar’ de este recurso, sobre todo con sus pies para deleitar. Aprovecha la bata de cola que conjuga sabiamente con un mantón, lo que viste aún más su baile. Mientras suenan alegrías, el dúo Rivera/Segura ha sabido dar una vuelta de tuerca al cante utilizando el cante a dos voces pisadas dulcificando la estética cantaora, tan manida en ocasiones y alejándose del cante por cante para mostrar que no todo está hecho. Su oferta final se basa en soleá. El concepto en el que se basa adquiere una dimensión tecnicista por encima de otros valores. Los alardes por bulerías finales, a pesar de ser coherentes pecan de repetitivos, lo que no acusa el público que la abruma con aplausos. Cascabeles en sus muñecas y en sus botas. Así aparece David Coria en el escenario. Atuendo de campo y ecos de gañanía. Temporeras y tiempo de deleite. Coreografía simple pero bella en lo estético que germina en abandolao de Antonio Campos y Juan José Amador. Tras la rondeña de Victor ‘El tomate’ y Juan Jiménez, desaparece el sonido del cascabel para entregarse por alegrías. El concepto es similar al del día anterior. Arrebatador de principio a fin, sin dejar tiempo apenas al silencio, fue decálogo de intensidades. Intermezzo de cante con J.J. Amador en una composición ‘abandolá’ con tintes de bulerías y una excesiva armonización de la guitarra, tan de moda en los últimos años. El resto lo daría Coria con tonás y seguiriyas. La escena se repite. De menos a más, se convierten en un repiqueteo permanente las botas del sevillano. El fin de fiesta por tanguillos (con la colaboración espontánea de Campos) aportó la diferencia de su baile y de sus intenciones.
El exceso de percusión fue la tónica dominante de toda la noche. El catalán Nacho Blanco lleva en su interior suficiente compás y destreza corporal como para hacerse acompañar de un cajón. No me canso de repetirlo: este escenario debe prescindir de percusiones. La inclusión de éste en las manos de Jose de Mode rescindió de manera obsesiva el buen hacer de Blanco. Nervioso Nacho, después de escuchar la intro de guitarra por rumbas de Eduardo Cortés el son de la farruca llega. Nacho es potente, sus pies son de vértigo, aunque medidos y limpios en cada ataque del compás. Bulerías, fandangos por bulerías y jaleos en la rasgada voz de Fabiola, que abusó del cante sin micro en un momento quizás innecesario. La carcelera del ‘Zambullo’ es el comienzo de las tonás con aire ‘agujetero’, que derivan en seguiriyas para Nacho. Aparentemente tenso, esta densidad desaparece conforme se entrega. Será aquí donde está más entregado. Es elegante en cada gesto, exquisito en el compás, instintivo y visceral. Bulerías con recuerdo al maestro de maestros (‘Paco’) y reductos del soniquete de Vicente Amigo en algunas falsetas. La soleá por bulerías final arrancó de bien para arriba pero acabó en un contorsionismo ilógico de taconeos infinitos que, a pesar de todo, es más que agradecido por un público entregado.
Y Granada no podía faltar en esta muestra de baile. La puerta se abría para dos jóvenes bailaores, a saber: Agustín Barajas y Rai Benítez. Ambos han pasado por la escuela de Mariquilla y esto es un punto a favor. La sabia granadina la llevan y se les nota en cada movimiento. El atrás fue compartido: Luis Mariano a la guitarra, y Juan Ángel Tirado y Manuel Heredia al cante, con la percusión de ‘El Moreno’. Empieza Barajas por farruca. Muy acelerado, va reposando el baile, va y viene, con una rectitud en sus brazos muy masculina, y demostrando que la escuela sacromontana tiene la virtud de expresarse de forma diferente a través de sus potentes pies. Rai Benitez, ostenta el record de la noche quejándose por taranto y tangos. Es todo energía, una explosión incontinente para moldear cada punta y tacón. Pero abusar de esto hace que aparezca la reiteración musical de su cuerpo lo que desvirtúa su estrategia. A ‘voz pela’ Tirado y Heredia por jaleos se meten al público en el bolsillo. ¡qué manera de cantar! Juan Ángel debería despertar del grave letargo en el que se encuentra y darse cuenta que es una de las mejores voces de la actualidad. Por soleá Agustín volvió a apostar por la integra solemnidad de sus pies, en detrimento de todo lo demás. Volcánico de principio a fin, le faltó escuchar el reposo de la soleá para entregarse definitivamente. Acusó de esto mismo Benítez con la seguiriya. Aferrarse a la fuerza percutora sin (aparente) medida de sus pies, no hizo sino eliminar los buenos registros que posee en el resto del cuerpo. Un final incomprensiblemente largo cargado de soniquete reiterativo le hizo no poder mostrar las virtudes que posee.
|