Cante: Lela Soto. Guitarra: Nono de Jero. Ciclo: Noches del Alcázar de Sevilla. Fecha: 2 de julio de 2019. Aforo: Lleno
Lela Soto es pura calidez. Su voz lastimada y serena va transitando por distintas emociones en cada palo con absoluta naturalidad y templanza. Y su cante aspira a envolver la vida y busca más el matiz que la pompa. Por eso, el recital con el que inauguró el ciclo flamenco de las Noches del Alcázar sirvió de abrigo en estas noches frescas sevillanas que, mire usted por dónde, se están empeñando en contradecir la ola de calor que pronostican desde la capital.
Así, la joven artista suplió la frialdad inicial del público y los molestos problemas de sonido con que arrancó el concierto -que obligó a parar unos minutos- con su cercanía y la honestidad de su propuesta. Aunque se echara de menos el compás de unas palmas que la arroparan y un repertorio más acorde que le permita explorar esos giros que se intuyen en algunos tercios.
Dicho de otro modo, Lela Soto tiene la base, la actitud y una emoción contenida que traspasa cuando sostiene los tonos. Pero, como apuntaban los versos de Rubén Darío que Soto interpretó con profundidad y belleza por milonga -de lo mejor de la noche-, conocerse a sí mismo cuesta muchos momentos de abismo. No ya porque a la madrileña le falte seguridad, sino porque parece encontrarse todavía en el camino que la defina y en el que se reconozca más allá del apellido que la sujeta. De hecho, paradójicamente, sentimos que le faltó cuerpo y empaque en las seguiriyas de Paco de la Luz, el ímpetu y el carácter de la tierra en las bulerías y el brío en los remates de los fandangos, donde llegó a perderse. Sin embargo, nos gustó la dulzura que imprimió a la milonga, donde dejó fluir claras influencias de blues y R&B, la forma en que meció los tientos-tangos y la personalidad de su granaína y media granaína. Ahora, como sigue el poeta, habrá que esperar cómo, cuándo y hacia dónde sigue su cante.
Fotografías © Actidea
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