Navajita Plateá. Voz: Ildefonso de los Reyes. Guitarra: Francisco Carrasco Soto. Batería: Juan Grande. Bajo: Ignacio Cintado. Guitarra eléctrica: Jorge Gómez. Lugar: Festival Flamenco Trocadero. Fecha: Miércoles, 4 de agosto. Aforo: Lleno.
No me gustaría tener de amigo a nadie que no haya pasado algún rato jugando a cantar a coro las noches de bohemia y de ilusión. No empatizaría tampoco con quien no sea capaz de entender la profundidad de los versos concisos de canciones como Desde mi azotea o Mala, mala. Evitaría también quedar a menudo con aquellos que no se salen nunca del tiesto, los inmóviles, los políticamente correctos que ni se pronuncian ni darían un paso al frente por nada ni nadie. Y, desde luego, no me fiaría de los que no sucumben a la tentación de pecar que siempre da frío sin ti. Entre otras cosas porque, como reivindica la música de Navajita Plateá, ahora más rotunda y consciente si cabe, vivir exige compromiso y sentir conlleva un riesgo. Lo demás es aburrido, cobarde y falso.
Es decir, lo que demostraron estos jerezanos sobre el escenario del Festival Flamenco de Trocadero es que el arte traspasa más cuando el artista está dispuesto a desgarrarse, a experimentar, a equivocarse y a exponerse sin filtros. Por eso, los espectadores que habían agotado las entradas movidos probablemente por la nostalgia de los tiempos pasados o para presumir en su Instagram de haber escuchado en directo el tema estrella acabaron sucumbiendo ante un espectáculo entusiasta, fresco y emotivo en el que no sólo refrendaron los personales sonidos que le hicieron triunfar en los noventa sino que se posicionaron como un grupo actual, renovado y musicalmente exquisito.
Así, olvidado lo mainstream, Navajita Plateá regaló una noche mágica que desató aplausos y ovaciones y que hubiéramos querido que fuera eterna. Una propuesta sólida que recoge la jondura de los gitanos del barrio de Santiago (y sino escuchen el martinete con el que abrió Ildefonso el tema Desde mi azotea o los aires por soleá, bulerías o tangos que les oímos) y la sensibilidad de artistas como Manzanita, a quien también recordaron, para llevarla a otros horizontes que transitan por el blues, el rock, o incluso lo indie. Todo gracias a la guitarra serena, soñadora y creativa de Francisco Carrasco, la voz cálida, nocturna y penetrante de un exultante Ildefonso de los Reyes y el compás y los acordes, impregnados de flow y soniquete de una banda entregada.
En definitiva, Navajita Plateá sigue siendo un necesario y revitalizador experimento que traspasa, perdura y trasciende (¡Cuánto hay de ellos en mucho de lo que escuchamos hoy!) porque nace de inquietudes y emociones reales. Bajo esa atmósfera espiritual, nocturna y caótica que es tan cautivadora. Golpeando en seco, crujiendo y resquebrajándose como hace el hielo cuando le cae el primer chorro de alcohol en la copa.