Museos de la Atalaya. 18.30 horas – Festival de Jerez
CYNTHIA CANO «LOCAS MUJERES«
JOAQUÍN GRILO, dirección FRANCIS GÓMEZ
Siempre pensé un aporte que quien tiene posibilidad de hacerlo, lo haga. Traer nombres de mujeres olvidadas, infravaloradas, escondidas cuando no directamente ninguneadas sobre las tablas, las páginas de un libro o donde sea menester. En la jornada de ayer, además de la propuesta de Cynthia Cano en Atalaya con Locas Mujeres, había convocado aquelarre para la puesta de largo de Flamenca 391, de Estévez y Paños, que se sustituiría después por La Confluencia ante el repentino fallecimiento de Rosana Romero, mano derecha del tándem creador. Hubiera sido la primera vez que los dos dirigieran un espectáculo formado íntegramente por mujeres y donde ninguno de los dos apareciera en escena en ningún momento. Lo segundo no pudo ser por razones más que obvias y dolorosas, lo primero sí. Hubiera sido un acto preliminar al 8 de Marzo más que pertinente, pero el #8M nos toca reivindicarlo todos los días, no sólo el señalaíto.
Así, la murciana Cynthia Cano presentaba un alegato bailaor desde la impronta de Gabriela Mistral. A partir de poemas encontrados en Locas Mujeres, parte del poemario Lagar I, propone construir diferentes perfiles extraídos del universo de la poeta chilena. Bastante ambicioso, no sólo porque ejecutar la traslación de textos míticos al vocabulario flamenco requiere destreza técnica e infinidad de otros recursos escénicos, sino también porque la figura de la del Valle del Elqui es una reivindicación histórica del feminismo latinoamericano, amén de haber sido la primera persona en América Latina en recibir el Premio Nobel de Literatura y saber sostener su nombre en escena no es baladí.
Por eso, cuando aparece la pieza audiovisual sobre las paredes de los Museos de la Atalaya decae algo nuestro entusiasmo. Aunque recuperar esos espacios laterales como recurso escénico suma, el vídeo apenas alcanza a señalar simbólicamente algún rasgo mistraliano, quedándose apenas en la intención más que en conseguir transportarnos al Chile que condicionó la vida y la personalidad de Gabriela.
Aun así, la energía de Cano fue innegable, igual que su entrega en lo que tenía entre manos. Tanto se metió en los diversos papeles que rozó el histrionismo en sus aspavientos y carantoñas, lo que provocaba el efecto contrario al pretendido, que el ardor facial nos trajera una tibieza y desconexión no convocada, e impidió por momentos que pudiéramos centrarnos en su lenguaje corporal, vehículo central de expresión del montaje. Las duplas que conformó alternativamente con las cantaoras Carmen Grilo y, con especial ternura y armonía con Teresa Hernández, fueron lo más destacable del espectáculo. La cantaora de La Línea, que ya escuchamos -aunque no vimos- en Ave de Plata de Sara Jiménez en estas mismas tablas, no deja de ser requerida en cada vez más espacios. No la perdamos de vista.
La guitarra -y dirección musical- de Francis Gómez, habitual de Grilo, hizo de cuerpo al que amarrarse para seguir el discurso. Bajo la dirección artística y escénica de Joaquín Grilo, Cano bailó franca, y en ella se adivinaban las travesuras del jerezano en cada gesto, especialmente en esos juegos de cadera atrevidos y pueriles y en el uso de las muñecas como proyectiles cómplices del patio de recreo.