Título: Homenaje a Manolo Marín. Bailaores: Manuel Betanzos, Marco Vargas, José Luis Vidal ‘El Lebri’, Juan José Jaén ‘El Junco’ y Rafael Campallo. Cante: Jesús Corbacho y Matías López ‘El Mati’. Guitarra: Miguel Pérez. Percusión: Roberto Carlos Jaén. Lugar: Teatro Cajasol. Ciclo: Jueves Flamencos. Fecha: Jueves 1 de diciembre. Aforo: Lleno.
No recuerdo quien dijo que un maestro trabaja para la eternidad, nunca sabrá donde llegará su influencia. Por eso viendo sobre el escenario de Cajasol a los cinco bailaores que venían a rendirle homenaje a Manolo Marín descubrimos claramente las lecciones del sevillano. Porque, a pesar de –o mejor dicho gracias a- sus distintas estéticas, talentos e intenciones, sentimos que lo más importante que Marín les inculcó fue el amor al flamenco en toda su grandiosidad y diversidad, un modo de pisar el escenario y disfrutarlo y una manera pasional y seria de entender el arte.
Es decir, cuando Marín apoyaba su mano sobre los hombros de estos entonces proyectos de bailaores, tal y como recreó Manuel Betanzos en este homenaje durante los intervalos en los que recordaban los ensayos de la escuela, no pretendía decirles así o asá, sino que captaran la esencia del baile, su sentido, el gusto, la elegancia, el placer de ser artistas. Y esto justo es lo que nos transmitieron sus alumnos (Betanzos, Marco Vargas, El Lebri, El Junco y Campallo) en uno de los espectáculos más auténticos, emotivos y sinceros que hemos visto en los últimos tiempos. No sólo por la exhibición de personalidad y arte que regalaron todos, sino por la generosidad, la complicidad y el deleite que derramaron.
El legado de Marín, y esta mirada del baile tan sevillana, la vimos en las manos, los movimientos de hombros y las caderas de Betanzos por esos tangos de Triana que fueron una oda a la picardía, la alegría y el descaro. El bailaor recibía los tercios de los cantaores (estupendos todo el espectáculo) como estímulos que le impulsaban a jugar con el público, a recrearse y gustarse, sin buscar impresionar al otro sino sentirse pleno consigo mismo.
También vimos a Marín en la elegancia de Marco Vargas, que por jaleos y tarantos exhibió su baile sugerente, preciso y contundente. Un baile maduro, repleto de detalles, interminable, en el que esta figura del flamenco actual acudió a sus primeros recuerdos desde el hoy, quedándose con la esencia, con lo fundamental.
Marín estuvo igualmente en la sencillez y luminosidad de José Luis Vidal ‘El Lebri’ que movió sus bulerías por soleá entre el contraste de su baile lento y la fuerza de unos pies enérgicos. Haciendo alarde de porte, de cadencia y de sonrisa. ¡Cuánto echamos de menos los rostros distendidos!
La gracia, el compás y el humor lo trajo El Junco, que llenó el teatro de Cajasol de desparpajo y frescura con unas alegrías en las que pudimos recrearnos con su baile espacial y la teatralidad de su puesta en escena.
Campallo, por martinetes y seguiriyas, enseñó una vez más que es de los bailaores que mejor manejan el silencio. Es capaz de mantener en vilo al espectador porque el suyo es un baile tensional, que pasa de la quietud al latigazo con una velocidad de vértigo. Se sabe artista y así se expone invitando al público a su juego.
Como decimos, todos salieron a divertirse, entendiendo la danza como el mejor canal para expresar lo que son. Desde sus particularidades y diferencias. Con seguridad y sin más pretensión que compartir la felicidad con un público que, evidentemente, no pudo evitar interrumpir el recital a cada rato con oles y aplausos. La euforia llegó cuando el propio Manolo Marín subió al escenario y se arrancó por bulerías resumiendo en apenas un minuto todo su magisterio. Qué inyección de adrenalina acercarnos a un arte tan natural y soberbio. Qué lujo de noche la que nos regaló este elenco entregado, cantaores, guitarrista y percusionista incluidos.
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