Título: Matancera. Cantaora, guitarra y bajo eléctrico: Rosario La Tremendita. Cantaora: La Kaíta. Percusión: Daniel Suárez. Dirección escénica: Verónica Morales. Ayudante dirección: Anaisa Gracía. Dirección musical: Rosario La Tremendita. Composición musical: Rosario La Tremendita y Daniel Suárez. Visuales y fotografía: Claudia Ihrek. Espacio escénico: Orangerie.project. Diseño de iluminación: Andreu Fabregas. Dirección técnica y sonido: Manu Meñaca. Lugar: Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Bienal de Flamenco de Sevilla. Fecha: Domingo 29 de septiembre de 2024. Aforo: Lleno.
Con una intrépida Rosalía Gómez al volante llegué in extremis este domingo al CAAC para ver el esperado estreno de La Tremendita&La Kaíta después del subidón de Manuela en el Maestranza, recoger a varios compañeros, y perdernos varias veces por una fantasmagórica Isla de la Cartuja entre las risas que produce el agotamiento de los días que llevamos de Bienal y chascarrillos que no pueden ponerse en las críticas. ¡Qué profesión más apasionante tenemos los flamencos!, digo con guasa.
Con este punto nos sentamos (-error-) en uno de los patios del “amazing and incredible” Monasterio, como señalaba un entusiasmado guiri a la salida del concierto, que deja ver de fondo las impresionantes chimeneas de la antigua fábrica de loza. Aquí, a la intemperie y en plena noche, empezamos a escuchar los acordes del bajo eléctrico de Rosario La Tremendita que por malagueñas nos recordó Lo que sufres y en los abandolaos, con la vibrante y estimulante percusión de un soberbio Daniel Suárez, Donde habita la ignorancia.
Hubiéramos pedido ya la primera cerveza (-error again-) cuando entre la humareda apreciamos la sombra de La Kaíta como una indígena del cante jondo, una superviviente que ha logrado mantenerse al margen de la contaminación que ahoga y arrasa el arte primitivo, lanzando indómita letras por levante.
Con las dos ya sobre el escenario, cómplices, compañerasy bravas, asistimos a un canalla y provocador viaje por tangos desde Triana a Extremadura con una brutal base musical con el que creímos hacer un trompo en un parking de algún barrio de la periferia que ellas habitan con su música.
Así, el cante salvaje y enjuto de la cantaora pacense, que le salía con incontinencia, a borbotones, contrastaba con la sutileza y la exuberancia de la trianera que no sólo apareció como la gran cantaora y música que es, sino también como una artista creativa y profundamente generosa, capaz de pilotar el talento indómito de La Kaíta, dejándola a su aire. O como mucho pidiéndole que le cantara al oído para temperar ese cante que le hierve.
“Es un sueño poder vivir el cante, jugar y disfrutar con una artista a la que admiro desde niña y hacer un recorrido tan impresionante como el que he hecho con todo el equipo. Estoy tremendamente feliz”, reconocía La Tremenda. “¡Qué calor hostia!”, se escuchó a la extremeña mientras la miraba pletórica.
El fluido y enérgico diálogo de jaleos extremeños y fandangos abandolaos que protagonizaron ambas nos hizo querer escalar la chimenea. Sobre todo cuando la vozaplastante de La Kaíta buscaba imponerse con su grito rabioso como de cantante de heavy metal.
En esta atmósfera de extrarradio, en un clímax tan gamberro y descarado como litúrgico e insondable, nos dejamos envolver por la fuerza escénica y el poderío de dos artistas igual de libres, personales e insurgentes. Dos punkis que habitan la escena independiente de lo jondo.
En este sentido, La Tremendita y Suárez lideraron una propuesta musical minimalista, de melodías sobrias y agresivas, con las que llenaron de intensidad y ritmo el recital. Desde el punch metalero con el que sonaron las impactantes soleares que cantó La Tremenda al intimismo de las chufliya de Triana y los fandangos dedicados a Porrina que interpretaron a dúo con la guitarra de la sevillana.
Porque lo que sale del alma son caudales se repitió como un mantra en la explosión del fin de fiesta que regalaron por tangos y rumbas por bulerías, cantando, bailando y poniendo en pie a unos espectadores agitados por la emoción y el chute de energía y autenticidad que inyecta la propuesta.
Por lo demás, nos sobró una innecesaria escenografía que no aportaba nada en el imponente espacio y las piezas audiovisuales que se proyectaban en el escenario y que no hacían sino distraer nuestra mirada del foco que ellas ya acaparan con su sola presencia. Bueno y nos faltó la barra con la que pedir la penúltima y brindar por este encuentro.
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