El homenaje a la bailaora madrileña deja momentos de indiscutible belleza
Lo mejor de la gala fue el final. Apareció la Tati vestida de negro y oro y arrancó la fiesta Capullo de Jerez que le dejó el micro a Juan Villar mientras se iba buscando el compás del lado de Joaquín Grilo y así se fueron bailando atravesados hacia el centro del escenario en busca de la Tati que hizo su desplante para que el teatro entero levantara el culo de sus asientos y le rindiera un aplauso emocionado.
Ya ven, los flamencos son capaces de sintetizar y, a ratos, de mandarnos a la cama después de tres horas. A unos pocos metros se rendía otro homenaje, a Germán Pérez, fundador (y muchas cosas más) de las salas Clamores y Galileo Galilei sin las cuales es difícil de entender la música en directo en Madrid. La participación flamenca en ambas salas es corta pero significativa. Recuerdo dos memorables apariciones de El Torta en el Clamores que deberían ser suficientes para poner una placa en el edificio o, en su defecto, un tatuaje en cada oyente conmocionado por la belleza.
Así es Madrid, capaz de convertir el bullicio habitual del café Berlín en un templo para escuchar la música de Rafael Riqueni. Y fue Riqueni el encargado de abrir el homenaje a la Tati. Si has llorado ante la presencia de su guitarra, sabes que es muy difícil volver a sentir algo así. Volveremos la próxima vez, creo que eso es lo que quiere decir la afición, que regresas para saber si eres el mismo de antes.
Lo malo es cuando un guión descuidado te apuñala las entendederas. Va el presentador y cita a un personaje nefasto para el flamenco que tuvo una disputa con Enrique Morente.
-Mmm, no voy a insistir en ello pero a mí me arruinó la primera parte del homenaje, tanto que me pareció que María Terremoto cantaba fuera de sitio y que en su segunda interpretación lo que debió ser un recuerdo a su abuelo se convirtió en grito. Menos mal que apareció Marco Flores que situó al tocaor en un extremo exterior del escenario para luego dibujar una diagonal bellísima.
José Mercé proclamó a Madrid como la capital del flamenco y se recordó a sí mismo acompañando a La Tati en Torres Bermejas y entonces vimos a Rafael Riqueni regresar al escenario para acompañar al cantaor. Algo poco habitual ahora. Uno recuerda a Riqueni junto a Morente. Interpretaron la malagueña del Mellizo y luego Mercé dijo que iba a cantarle por soleá a Rafael y ahí hubo de todo. Encuentro y desencuentro, nos quedamos con ese instante en el que el mundo se para… y nos queremos bajar.
El guión que leían los presentadores eran un disparate de corta y pega: que si un premio por aquí y la MTV por allá, que uno hubiera sustituido por algo más simple y contundente: “No ha recibido ningún premio…etcétera” que es lo que le pasa a la mayoría de los flamencos. Total que acertaron al leer el texto de José Manuel Gamboa sobre la Tati pero como le habían hecho un corta y pega sin leer y sin entender, no encontraron ni la pausa ni el punto y aparte.
Lo que siguió fue simbólico. Ocho bailaoras de diferentes procedencias, tamaños y saberes bailan juntas una coreografia. Luego aparece la Tati que baila al son de una rumba moruna. Nos susurran los íntimos que la Tati hace tiempo que no cuenta la edad. ¿Importa? La Tati aún se mueve en escena, ese es el milagro.
Descanso. A la vuelta encontramos al mejor Gerardo Núñez de todos los tiempos, impecable en la dinámica, delicado en la ejecución, sonando a jazz y a flamenco. Gloria. Le sigue el Capullo de Jerez que canta una vez que se fue a la cama mientras el resto de los madrileños se iba de juerga. Su manera de ofrecer las bulerías es justo lo que estábamos necesitando. A la Truco le falló el primer juego de manos que intentó haciendo volar el abanico. Así que, como esto no es el circo, lo recogió para hacerlo bailar, luego siguió con el mantón y más tarde la cola de la bata. Sus tacones fueron un modelo de claridad por alegrías.
En la recta final apareció Juan Villar dejando destellos de su cante. Joaquín Grilo domina lo más grande del flamenco: el drama y la comedia y pasa de una cosa a la otra de forma magistral. Se colocó al borde del escenario jaleado por un trío de confianza y volvió a detener el tiempo. Los que no conocimos los días de vino y rosas de la Tati nos fuimos con un montón de arte, a puñaos.
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