Concurso de Cante Jondo. El Tenazas y su contexto musical
Rafael de Utrera y Trío Arbós – Juan Carlos Garvayo, piano; Ferdinando Trematore, violín; José Miguel Gómez, violonchelo; Agustín Diassera, percusión. Patio de los Aljibes de la Alhambra. Festival Internacional de Música y Danza de Granada 15-06-2022. 22.30 horas. Casi lleno.
Juan Pinilla
¿Quién le iba a decir a Diego Bermúdez, cuando llegó fatigado de su viaje (en tren, no andando, como cuenta la mitopoética) desde Puente Genil, que cien años después de su fortuna como ganador, un piano casi onírico, las hermosas cuerdas del violín y el violoncelo, más la voz y la percusión, iban a tejer un dignísimo repertorio en torno a sus andanzas sobre los escenarios de Granada en 1922? ¿Quién le iba a contar a aquel viejecito de apariencia tan frágil que su naturalidad sonora, su testimonio inmemorial y su compostura, serian motivo de estudio en el futuro?
Hubo momentos muy destacables la noche del 15 de junio, además del papel preponderante de la voz de Rafael de Utrera, con sus registros imposibles, los matices de joven vencedor en mil batallas jondas, con la voz dorada por la consistencia de los sueños cantaores sobre centenares de escenarios de todo el mundo. Así, el inicio rememorando la misma soleá apolá que interpretó el Tenazas la noche del concurso, fue sentencioso, y toda una exhibición de fuerza por parte del cantaor de Utrera, midiendo los tercios a la perfección y gustándose con su exquisita musicalidad. “Correo de Vélez…” A continuación, interpretaron una serrana arreglada por el motrileño Juan Carlos Garvayo. El violín inaugura la melodía con su sonido melancólico de siglos, y Rafael lleva a buen puerto con templanza. Se trata de una breve pieza que termina en un juego rítmico que levantó los primeros aplausos.
El concierto adquiere un cáliz creciente a partir de este momento en que se convoca la memoria de Chacón interpretando una malagueña creación del genio jerezano, con la hermosa letra de “Me puse a escribir mis penas / en la cáscara de un árbol / escribí el primer renglón / y el árbol se vino a tierra / de la pena que le dio”, propia de los estilos de Fósforo el Viejo, pero sometida a la musicalidad chaconiana en esta ocasión. Rondeña y Fandangos del Albayzín, llamados de Frasquito Yerbabuena desde que este último, ganador de un tercer premio del famoso concurso, se hiciera con el galardón interpretándolos. Los arreglos de las tres piezas iniciales los firma Juan Carlos Carvayo.
El trío Arbós se queda solo en el escenario para interpretar las “seguidillas gitanas”, del madrileño Enrique Fernández Arbós, “íntimo amigo de Falla”, según narró Garvayo, e inspiración primigenia de este trío. En la pieza nos cuesta reconocer reminiscencias de una seguiriya flamenca y sí una riquísima fantasía musical del maestro Arbós. En cualquier caso, la ejecución fue impecable. Con Rafael de Utrera y Agustín Diassera de nuevo en el escenario, escuchamos un par de tonás “habían tocaíto a toque de silencio / ya nos mandan a callar (…)”, rematadas con lo que se conoce como la cabal de Silverio, artista sevillano que fue una de las fuentes en las que bebió El Tenazas.
Piano y voz se marcan una granaína que logró momentos de gran intimidad y conexión entre ambos, y que hizo las delicias del público, enaltecido tras un final cuya letra rezaba “Graná yo por ti muero”. El salmantino Tomás Bretón estuvo presente con su “Polo gitano, de Cuatro piezas españolas”. Garvayo insistió en que este compositor escribió obras dedicadas a la Alhambra. Y tras el Polo, la Caña. Un estilo hermano, con variaciones apenas imperceptibles, salvo para los buenos aficionados. “En el querer no hay venganza”, canta Rafael de Utrera para una pieza arreglada por Garvayo nuevamente que resalta los momentos de mayor énfasis musical flamenco con el sonido tan preciso del violonchelo, piano y violín, más la imprescindible balsa rítmica que genera la percusión.
Federico fue convocado a través de su Gacela del amor imprevisto, una pieza original y perfectamente ajustada a la ideología romántica del texto, donde intuimos ecos de nanas remotas, y que diferenciaba dos partes; una musical, vibrante, en los interludios, y otra, de mayor laxitud, al servicio de la voz. Garvayo quiso despedirse con una pieza dedicada a Motril, “Rebalaje”, en clave de alegrías, dulcemente acompasadas: “Playa de las azucenas / vivo preso en tu oleaje”. Y decimos que intentó despedirse, porque el público, en pie, persiguió un bis, que acabó de rematar una noche redonda. Nada más pronunciar el primer verso Rafael de Utrera “El señor va sobre el tiempo / flotando como un velero (…)” el respetable rompió en aplausos. Una original interpretación de la Leyenda del tiempo en versión de Camarón / Pachón, muy breve, que levantó al público de sus asientos y dio por concluida una noche brillante en lo musical y deliciosa en el resultado de conjunto.