Lucía en VIVO – 24 febrero 2025 – Centro Social Blas Infante – Festival de Jerez
Foto portada: Ana Palma Galería fotográfica – english version
Como una auténtica estrella de la música en un estadio abarrotado y humeante con tarimas, leds, samples y alma de vieja rockera estrenaba anoche Lucía Álvarez, La Piñona, Lucía en VIVO, su último montaje, que llevaba semanas con todo el papel vendido en esta 29ª edición del Festival de Jerez.
¡Muy buenas noches, Jerez! entona la bailaora que se sale de su pellejo habitual y agarra el micro para dirigirse al público sin intermediarios, algo que hará durante toda la noche, acogiendo con soltura un papel nuevo: el de quien baila, canta, habla, salta, acaricia, ríe, videollama y acaso llora, libre. Liberada. O en proceso de liberación.
Sobre la banda sonora de su vida no como telón de fondo sino como disparador principal, Lucía nos guía por su mundo interno, ése que va de lo místico a lo quinqui, de lo eléctrico al ayeo escalofriante, ése que sólo se comparte en las profundidades del vínculo. Y de ese lugar tan vulnerable se encargan también la guitarra flamenca de Ramón Amador, Juanfe Pérez al bajo eléctrico, la batería de Javier Rabadán, que acunan y sostienen con fortaleza y complicidad, y el cante de Manuel Pajares. Mención especial para la voz de este extremeño que, sin grandes alardes mediáticos, se desenvuelve con habilidad deslumbrante en los distintos registros que requiere esta pieza, que (parece) vivir como propia. Es lo que tiene elegir buenos compañeros de travesía.
Piñona no desafía, simplemente se aleja del personaje y de lo que se espera de él. No confronta, se muestra, existe. Parece que sólo ser ya transgrede, ya provoca, y ella desobedece y resiste y lo hace con alegría. La de Jimena de la Frontera pone las tripas sobre la mesa, esparce sueños, recuerdos y herencias, esa cosmovisión íntima que conforma una narrativa intransferible y que es una trenza universal de delirios, pérdidas, arrojo y sinsabores. Y aunque utilizó el humor y la ironía, Lucía en VIVO se presenta como un formato inventado que destila emotividad y ternura en cada giro de sus brazos larguísimos, de esos gestos sutiles y ya tan reconocibles de una bailaora que ensancha los límites de su libertad a cada paso.
Sólo queda mencionar el placer que supone verla perder el miedo a bailar un gesto desencadenado, pero muy propio, muy cerca de sí.