Espectáculo: Ave de plata. Idea original, coreografía e interpretación: Sara Jiménez. Dirección escénica: Sara Jiménez y Juan Kruz Díaz de Garaio Esnaola. Co-dirección coreográfica y dramaturgia: Juan Kruz Díaz de Garaio Esnaola. Dirección musical y composición: Miguel Marín ‘Árbol’. Asesoramiento estético: Julia Vargas Cometta. Voz: Teresa Hernández, Miguel Marín ‘Árbol’, Mari Carmen Pérez ‘Niña de Espejo’. Asesoramiento cante y coreográfico: Alberto Sellés. Texto: Enrique Fuenteblanca. Fecha: Lunes 26 de febrero de 2024. Lugar: Museo de la Atalaya. Festival Flamenco de Jerez.
Como una cazadora furtiva, un águila herida que trata de remontar el vuelo o un buitre carroñero que acude voraz a devorar su presa. Sara Jiménez grita, muerde, afila sus garras, zapatea, acecha, rebusca y se desploma (y despluma) para sentir el poder de quien persigue, el miedo del que sintiéndose vulnerable se esconde y el dolor de aquél al que le alcanza el disparo.
De esta metáfora del ave y la doma se sirve la artista para recordar que la vida no se ve igual si planeas libre desde arriba que si te quedas atrapada en el barro. Hasta «el amor alegre si entra en un corazón lo rompe», dice en un momento de la obra. Nadie por tanto está a salvo del deseo de atrapar o de acabar amarrándose.
Así, sumergida en un paisaje tan hueco como amenazante, bajo la excelente iluminación de Olga García, y con la envolvente e intimidante atmósfera sonora de Miguel Marín ‘Árbol’, la artista se enfrenta al peligro en un trance íntimo en el que despliega un brutal y salvaje trabajo corporal y artístico.
Si desde que la vimos en sus inicios se intuía la personalidad de la bailaora, en este ‘Ave de plata’ se desvela como una intérprete soberbia, de ideas profundas y con una fuerza y seguridad apabullantes que le permite bailar hasta la extenuación y que arrolla al espectador hasta los abismos más profundos.
El suyo es un baile áspero, incómodo y rígido que rebusca en lo sórdido y resulta complejo porque nace seguramente de una necesidad de vomitar la bilis que contamina la danza, el flamenco y la vida. No para que el público huela lo agrio sino para que ella pueda seguir tragando, asumiendo una liberadora metamorfosis.
Es admirable la coherencia de su discurso coreográfico con el relato conceptual y estético, donde todo tiene sentido. Igual que el flamenco aparece insertado con absoluta naturalidad en su propio lenguaje corporal y en la propuesta sonora donde resuenan seguiriyas, tarantos, cantiñas y unas magistrales sevillanas, entre los textos de Fuenteblanca grabados en audios de su móvil.
Claramente no es lo mismo representar que ser. Y si la de Sara Jiménez es una de las propuestas más interesantes que hemos visto últimamente es porque para llevar esto a escena ha tenido antes que saborear la sangre. Por eso el patio de butacas estaba repleto de compañeros como Rocío Molina, María Moreno, Eduardo Guerrero, Macarena López o Gloria del Rosario. Porque hay quien baila y hay quien zarandea.