La juventud flamenca muestra su fuerza en los Teatros del Canal

Patricia Donn- Suma Flamenca Joven

Patricia Donn- Suma Flamenca Joven

Por Lucía Ramos

SUMA FLAMENCA JOVEN 2024

Una mujer zapatea en la Sala Verde de Teatros del Canal. Para, sonríe a su público, se arremanga el pantalón. Lleva un traje blanco y una chaqueta corta roja con brillantes. Un foco la ilumina solo a ella. Para, toma impulso, y se pone de puntillas, zapatos de baile flamenco mediante, los brazos hacia atrás y el gesto torero. Hay un silencio. La bailaora zapatea y gira al mismo tiempo, sobre las puntas de los pies. Se oye la respiración contenida en el público. No es algo que se vea todos los días. Es Patricia Donn, la última sorpresa de los cuatro días del festival Suma Flamenco Joven de Madrid. Celebrado un mes antes de la Suma, está pensado para dar a conocer a las promesas del flamenco. Patricia es sin duda una de ellas.

Detrás de ella esperan su turno el cajón de Iván Losada, el violonchelista Batio, el cante de Saúl Quirós y el toque de Israel Cerreduela. La siguen por alegrías, tangos y farruca, con su baile lleno de expresión en el rostro, puro nervio y gracejo cuando el compás se acelera, y más lírica y tensa cuando el cante se calma. En algunos momentos transmite la energía de matadora de Rosario en la película Hable con ella  y en otros, sus brazos parecen las alas de un pájaro. Estilo particular, con gestos propios de lo contemporáneo sin salirse nunca de lo flamenco.

Antes de la bailaora, el domingo 15 pasaron por el escenario de los Canal el toque de El Poti, y el cante de Tomás García acompañado de Pedro Barragán hijo. El esquema de Suma Flamenco Joven, en sus cuatro años de historia, obedece al refrán que afirma que lo bueno si breve, dos veces bueno. Los cuatro días siguen el mismo esquema: 20 minutos de guitarra en concierto, 30 minutos de cante y guitarra, y 40 de baile, aproximadamente.

El jueves 19 dio inicio al festival la guitarra de Manuel Herrera. Comenzó por rondeñas, siguió por tanguillos, y antes de cerrar por farruca, se emocionó contando que era la primera vez que tocaba en Madrid, y mostró su agradecimiento al director, Antonio Benamargo. “Es bonito ver la ilusión de los chavales por venir a Madrid a actuar en un teatro así, además sin que sea un concurso, sin someterlos a un jurado”, comentaba Benamargo días antes por teléfono. No parece fácil elegir a quién programar entre la infinidad de jóvenes que empiezan en esto: “No es solo que canten o bailen bien, es la intuición del talento, de que van a ser profesionales y artistas, también tener en cuenta el círculo familiar, que no alimenten demasiado su ego”, explicaba. Demasiado jóvenes no suelen entrar, siempre tienen menos de 30 años, y en esta edición (que agotó entradas una semana antes) todos superaban los 20.

Rocío Luna, un año y dos meses después de ganar la Lámpara Minera de Las Minas, fue la cantaora del jueves. Cordobesa residente en Sevilla, ha empezado a conocer Madrid como artista después del prestigioso premio. “Te da mucha publicidad pero también mucha responsabilidad. Cuando gané la Lámpara Minera mi madre me dijo que tenía que seguir estudiando. Yo cuando más llevo en esto más me doy cuenta de lo poco que sé”, contaba a esta periodista la semana del festival. Para esta ocasión se acompañó de sus habituales: a su izquierda la guitarra de Luis Medina y a su derecha los palmeros Emilio Castañeda y Antonio Amaya ‘El Petete’. “En el espejo del río / tu cara se refleja”, comenzó la cordobesa por soleá, que arrancó un “bien” sincero a mi compañera de asiento y puso la piel de gallina a una servidora. Traje azul clarito, top blanco y pelo castaño suelto hasta la cadera, la cantaora resultó un bello y armónico bálsamo de paz. Una voz suave y dulce que convenció por alegrías, taranta y seguiriya, especialmente bonita en la conocida como cabal del Pena Si de plata fuera. Acabó por tangos, alabando a Camarón (cuyo retrato de joven apadrina el festival en el cartel del mismo) y acordándose de Morente con Aunque es de noche y Estrella.

Después de Rocío llegó el baile de Manuel Jiménez, con un estilo limpio y recto, que recordaba en algún movimiento a Eduardo Guerrero en la primera farruca. Ismael de la Rosa, cantaor que acompañaba, soprendió con un martinete de la mano del cajón de Manuel Lozano, contando la pena que relataba hace un siglo Tomás Pavón: “En el barrio de Triana / no hay pluma ni tintero / para escribir a mi madre / que hace tres años que no la veo”. El bailaor mostró, como el resto de sus compañeros de cartel, una estética y un baile acorde a sus tiempos, pero siempre siendo fiel a las dinámicas de tablao y a su conversación rítmica con el cantaor. Cerró, para salir contentos del primer día, por alegrías.

El viernes lo inauguró Antonio González, que tocó todo de cosecha propia: una rondeña titulada Quinta del sordo, una soleá que aún no tiene nombre y dedicó a su maestro Manolo Sanlúcar, y unas bulerías acompañado del cajón de Kike Terrón. El telón bajó y subió para recibir el cante de Morenito hijo y la guitarra de Ismael Rueda. Un timbre muy roto y muy jondo llegado de Cádiz. Empezó cantando de pie, se sentó para la soleá de Alcalá, se fue para su tierra con cantes gaditanos y terminó con unos fandangos en los que se levantó para cantar cerca del público y sin micro. Los Teatros del Canal no se movieron de Andalucía para ver a la bailaora sevillana Lucía la Bronce, con un vestido negro de volantes y brillantes. Se acompañó del cante de Manuel Pajares y la voz potentísima de Inma la Carbonera, demostró manejar las castañuelas con medida y mucho gusto, movía los brazos con un estilo de Patricia Guerrero, y se atrevió con bata de cola para las alegrías finales. Y como hay gestos de la persona que hablan del artista tanto como su arte en sí, cabe mencionar que en los aplausos se acercaba a cada uno de sus acompañantes, les daba un beso en la mejilla, y los acompañaba del brazo delante del escenario para saludar a la audiencia.

El sábado tocó el turno de la guitarra de Víctor Franco, que hizo taranta, alegrías y tangos; y el baile de Zaira Prudencio, que ligera llenó el escenario por bulerías, tangos y alegrías. El cante jugó en casa con la cantaora madrileña Gabriela Giménez, que se acompañó del toque de su padre. Sus tercios arrancaron oles en las primeras filas desde el primer momento, incluso (si el oído no me falla), del propio director del festival.. Ofreció un recital por granaína, soleá y fue realmente conmovedor el final de la seguiriya con solo su voz y los golpes de nudillos sobre la mesa. Terminaron (“porque nos echan, nos quedaríamos toda la noche”) por bulerías. Gabriela sonó desde el principio a lo que uno espera que suene un ratito de cante y guitarra, un metal especial en las cuerdas que tuvieron el don de recordar a la que escribe por qué se aficionó a este arte enrevesado, hermoso y adictivo.


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Fotografías Pablo Lorente / Ana Yñañez

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