Espectáculo: Estrellas eléctricas aplastadas por el tacón. Picasso Poeta. Dirección artística, baile y coreografía: Fernando Romero. Dramaturgia: Manuela Nogales. Música: Erik Satie y Guillaume de Machaut. Artista invitado: Juanjo Macías. Voz y guitarra flamenca: Miguel Ortega. Piano: Natalia Kuchaeva. Percusión: Carolina Alcaraz. Lugar: Cortijo del Cuarto de Sevilla. Ciclo: Festival Internacional de Danza de Itálica. Fecha: Jueves 29 de junio. Aforo: Lleno
“Tengo que aclarar que esto no es de Picasso, esto que estáis entendiendo es mío”, soltaba con guasa Juanjo Macías en un divertido y crítico monólogo sobre la precariedad de los artistas (“que tenemos la virtud de no comer”) que alertaba de lo que puede venir -“sólo la caspa”- si “invocáis al diablo”. Así, el actor se salía de la obra, en la que pone voz a los poemas del pintor malagueño y sirve de réplica cómica a Fernando Romero, para desde su yo-actor arrancar las risas del público, ciertamente perplejo por lo complejo y abigarrado de la propuesta.
De esta forma, este desconcertante y efectivo ejercicio servía para destensar el apelmazado clímax e introducir al espectador en un juego meta-teatral donde el humor absurdo aparece como herramienta clave para cuestionar de forma cómplice la propia comprensión de la obra, si esto que vemos es danza flamenca o contemporánea, lo que opinarán o no los críticos o incluso el ensimismamiento del artista (que, participando de la burla, parece no saber nunca cuándo o dónde rematar).
En este sentido, este homenaje por el cincuenta aniversario de la muerte de Picasso, inspirado en una de sus facetas más desconocidas, la de poeta, se plantea como un espectáculo teatral, sobrecargado de simbolismos y referencias, que pretende dar forma y movimiento a estos versos surrealistas, yendo a veces más a lo puramente gráfico (a su representación) que a lo emocional. Es decir, el texto actúa como motor de un montaje en el que la interpretación, el baile y el cante se diluyen, o directamente acaban fagocitados por las palabras. De hecho, encontramos una excesiva afectación en Macías a la hora de recitar los poemas, ciertamente difíciles de aprehender en este contexto, con lo que nos llega un run run monótono de conceptos inconexos, envueltos en piezas musicales del amigo y colaborador de Picasso, Erik Satie, que nos alejan del baile de Romero, el primer bailaor flamenco en recibir el Premio Benois de la Danza en categoría de intérprete.
Es cierto que en esta superposición de lenguajes artísticos, experimentaciones y perspectivas, Fernando Romero se mueve con absoluta soltura y naturalidad. Mostrando no sólo su versatilidad y riqueza coreográfica sino sus destacadas dotes interpretativas, que permiten apreciar con nitidez los distintos personajes desde los movimientos, los gestos, la colocación del cuerpo o la actitud misma, siempre en coherencia con el personaje que interpreta, ya sea desde el arlequín bufón (el papel más interesante), el militar castrador o el hombre. En definitiva, Romero se muestra libre y maduro para asumir con libertad y salir airoso de esta disparatada aventura y hasta para reírse de sí mismo. Al final, la vida va de eso.