Ficha artística. Cante: José Valencia. Guitarra flamenca: Juan Requena. Percusión y batería: Paco González. Acordeón: Cuco Pérez. Violín: Nicolás ‘El Calabacín’. Baile: Karime Amaya. Cuarteto de cuerda: Millenium Arts Ensemble: Vladimir Dmitienco, violín; Jill Renshaw, violín; Jacek Polinski, viola; Nonna Natsvlishvili, violonchelo. Lugar: Reales Alcázares de Sevilla. Fecha: 11 de septiembre de 2018. Aforo: Lleno.
Sara Arguijo
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José Valencia es, además de un cantaor con unas cualidades vocales increíbles y un profundísimo conocimiento del cante, un artista con una amplitud de registros y unas dotes escénicas que muy pocos atesoran. Y también un flamenco inquieto y con discurso que, lejos de acomodarse, busca y rebusca infatigablemente.
Por eso, es imposible no alabarle el reto al que se ha enfrentado este año en la Bienal con Bashavel, un proyecto en el que ha rescatado y traído al flamenco textos de la poesía romané con un trabajo casi de orfebrería. Un ejercicio de valentía, construido con absoluto rigor, que permitió disfrutar de un Valencia más reflexivo y mesurado que parecía tener a Juan Peña ‘El Lebrijano’ en su memoria.
Así, su voz indagó en los tonos bajos y medios para transmitir sensaciones y darle un verdadero sentido a las composiciones, perfectamente hiladas a través de la guitarra vigorosa y melancólica de Juan Requena. Ofreciendo entre un repertorio de farrucas, alegrías, bulerías y seguiriyas, momentos especialmente bellos como el de la malagueña por abandolaos –lo más aplaudido-, o el de la canción del poeta yugoslavo Rajko Yurik que cantó en romané.
Sin embargo, nos preguntamos si es en esta línea donde José tiene el hueco que lleva años buscando como cantaor solista. Primero porque aquí se adentra en un terreno más explotado por otros de sus contemporáneos y abandona otro, en el que pocos se manejan con su dominio y soltura. Y, segundo, porque encontramos equivocaciones importantes como la de incorporar el baile de Karime Amaya en una propuesta intimista en la que no pegaba ni con cola. Es más, la visceralidad de la bailaora y su propia disposición escénica rompieron por completo el ambiente de la obra, obligando a José a regresar al papel de cantaor para el baile que tenía que haber estado olvidado y restando la elegancia exigida. Del mismo modo, encontramos ciertos problemas de vocalización en una propuesta donde los textos son fundamentales.
En definitiva, a José hay que dejarlo probar y, si quiere, equivocarse. Pero con la falta que nos hace en el flamenco el cante pasional y vehemente, el ímpetu, el frenesí, esperamos de corazón que Valencia no se dulcifique y nos abandone.
Fotografías: Oscar Romero – La Bienal