A Panseco. Antonio Reyes, Joni Jiménez, Juan Villar. Festival flamenco Madrid. Teatro Fernán Gómez
Los accidentes en el flamenco parecen más graves que en cualquier otra música. Debe de ser fragilidad. El caso es que cuando saltó la cuerda de la guitarra Antonio Reyes y Joni Jiménez se miraron con cara de… y ahora ¿qué hacemos? ¿Nos vamos a casa?
Veamos el asunto desde la perspectiva de la cuerda.
Soy una buena cuerda de guitarra. Llevaba un día angustioso. A primera hora ensayo, luego un ratito de siesta. Viaje al teatro, prueba de sonido, otro ratito de descanso, repasar la afinación para dar la nota exacta, calentamiento y por fín ¡el concierto! Joni sale al escenario, solo, la guitarra en la mano y un foco sobre su abundante cabellera… ¡Qué tensión! Ser cuerda de guitarra no es fácil a manos de Joni Jiménez que en lugar de mostrarse delicado y jondo ha optado por una composición volcánica en la que las cuerdas somos pellizcadas y abofeteadas de todas las maneras posibles a una velocidad que resulta milagroso dar una nota concreta. Fue un bombardeo de armonías y contratiempos. Aguanté como pude hasta escuchar los aplausos y entonces me relajé mientras aparecía en el escenario Antonio Reyes. Cuando Joni repasó la afinación una vez más, sentí cómo me rompía por dentro.
-Pinggggg
El público asistió al desfallecimiento de la cuerda con una sonrisa generalizada. Siempre es un mal momento para romper el guión, para olvidar lo que estaba previsto. Los artistas aún no han despejado los nervios de salir a escena y tienen que imaginar el concierto de otra manera. Joni se ha ido del escenario a cambiar la cuerda. El cantaor se queda solo ante el peligro.
La opción de cambiar una cuerda en el escenario es peligrosa. Recuerdo a los hermanos Raimundo y Rafael Amador en teatro Alcalá Palace en un festival de jazz. Se rompió una cuerda y los hermanos decidieron seguir adelante. El cambio de cuerda se hizo sobre el escenario y duró exactamente lo que duró su concierto, así que asistimos a una desternillante función de dadaismo flamenco entre sonrisas de cáñamo. No todos lo vimos igual, a mi lado Diego Manrique estaba indignado. Cuando la guitarra estuvo preparada, Rafaelillo se puso a tocar la batería. ¡Suuuuurrealismo!
Hay historias más dramáticas, Niño Miguel tocando maravillosamente con la mitad de las cuerdas rotas por los bares de Huelva mientras a su lado parlotean ajenos a un arte enfermo y doliente.
Mientras Joni repone la cuerda en el clavijero, Antonio pide ayuda al respetable: “Me tenéis que ayudar que ya sabéis que hablar no es lo mío”. Enseguida aparecieron los voluntarios cabales interpretando el pensamiento de la mayoría silenciosa ¿Se puede cantar sin guitarra? ¿no? Así que la voz primera sugirió un cante por tonás, la segunda voz fue más concreta: ¡Acuérdate de una letra por martinete! Debía ser eso lo que estaba cabilando el cantaor que se puso de pié y entonó un martinete sin yunque pero con el corazón martilleando la garganta. A la primera ovación siguió una segunda letra. Acababa de empezar el concierto y ya habían hecho cumbre.
Cuando volvió Joni a escena y todo volvió a su sitio, a lo planeado, los cantes por soleá o por seguiriyas parecían tibios mientras en la pantalla se veían imágenes de Pansequito. Antonio canta muy bonito por tangos, parecía que se iba a arrancar por la Marelu pero no, cambió la dirección y se acordó de Camarón y su “Rosa María”, una pasión compartida con Panseco a cuyo recuerdo se celebraba la gala. Finalizó su concierto interpretando una canción del homenajeado, una vertiente pop que, a ratos, olvidan los ultra-defensores del flamenco.
La soleá que hizo Juanito Villar fue lo más grande del concierto en materia de cante, luego se acordó de cuando era yeyé pero me dio la sensación de que ya no estábamos para rumbas, ni él ni nosotros.
En la despedida, se olvidaron de los micros y lo hicieron breve pero intenso, luego los tres artistas se volvieron hacia la pantalla para escuchar el cante de Pansequito.
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