Resumen: JUEVES FLAMENCOS Miguel Poveda, Pastora Galván – Baluarte de la Candelaria
JUEVES FLAMENCOS
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Texto y fotos: Estela Zatania Sonada clausura de los Jueves Flamencos de Cádiz Cante: Miguel Poveda, Kiko Peña. Guitarra: Chuscales, Antonio García, hijo. Palmas: Carlos Grilo, Luis Cantarote. Baile: Pastora Galván y su grupo. Aforo: Completo Un cola kilométrica, todo el papel vendido y gente en la puerta por si hubiera manera de entrar, o al menos escuchar. Vistas a la mar y olor a manzanilla. Debo estar en el Baluarte de la Candelaria de Cádiz, y estará anunciado ese catalán que se ha burlado de los intransigentes, convirtiéndose en el cantaor más querido y completo de la actualidad. Miguel Poveda, (Badalona, 1973), logró llenar el amplísimo espacio que normalmente recibe entre 800 y 1000 personas, pero que esta noche acomodó a un público variopinto de mas de 1.400. Después del descanso, el aire está denso de expectación cuando Miguel Poveda es recibido con una gran ovación. El cantaor ascendió al trono de máxima figura del cante flamenco hacia finales del 2006 después de una sonada intervención en la Bienal de Flamenco de Sevilla cuando presentó su grabación Tierra de Calma. Poco después, vendría el Premio de la Música y otros honores diversos, y a partir de entonces, para el carismático polifacético artista, no hay crisis que valga. Se ha convertido en fenómeno social, y no para de llenar los espacios más grandes y conquistar públicos. Incluso los “puristas” más intransigentes y reacios reconocen su valía, porque aparte de su repertorio popular, Miguel ha hecho los deberes, ha “mamao” como vulgarmente se dice, de las mejores fuentes, y su capacidad de asimilación y sentido innato de la música son extraordinarios. Con el airoso acompañamiento de Chicuelo, guitarrista habitual y paisano de Poveda, el comienzo de alegrías y cantiñas con bulerías de Cádiz, no tiene pérdida con este público. Cuando arranca por malagueñas, el silencio de mil quinientas personas, y la atención de tres mil oídos, demuestran el poder comunicativo de este catalán tocado por los dioses. “Cualquiera que no le gusta Cádiz, tendría que ir al médico” afirma Miguel, repitiendo declaraciones hechas al periódico anteriormente. El exquisito saber estar forma parte del éxito. Solea apolá de Antonio Mairena, petenera estilizada, siguiriyas que provocan una sincera ovación, y el cantaor recuerda sus vivencias en Japón con Chano Lobato, “uno de los mejores aprendizajes que he tenido”, dedicándole unos tanguillos de Cádiz. Entonces, nos presenta a su protegido, el joven cantaor de Écija, Kiko Peña. Con trece años, el muchacho tiene conocimientos y repertorio dignos de un adulto, pero le falta mucho camino todavía, y fue un error ofrecer media hora de recital que el público aguantó por los pelos. Vuelve Miguel para rematar recital y temporada con un surtido de bulerías…“Sevilla y Jerez”, “Alfileres de colores”, bulería corta, a palo seco, popurrí relámpago de la radio de su madre…todo empapaíto del mejor compás en esta inolvidable clausura.
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