Sala Compañía. 18.30 horas
Ciclo Sol@s en Compañía – Festival de Jerez
JUAN TOMÁS DE LA MOLÍA «VERTEBRADO«
MANUEL LIÑÁN, dirección – JESÚS RODRÍGUEZ, composición musical Estreno Absoluto
Vídeo – Galería fotográfica
Bailar para disfrutar. Qué poquitas veces coinciden los propósitos del programa de mano con lo que sucede después sobre las tablas. En el caso de ayer en la Sala Compañía, Juan Tomás Domínguez Cancela, de la Molía, se ponía a la altura, y con creces, de sus buenas intenciones.
Tras ganar en 2020 el concurso Flamenco Puro Jerez -con el premio especial en dirección y asesoría de Manuel Liñán-, presentó al año siguiente y sobre este mismo escenario Presente, y ya mandaba. Pero con Vertebrado, el trebujenero propone una pieza más redonda conceptual y estilísticamente, trabajada como conjunto y no en bailes por palos, en la que, sobre todo, le vemos crecido, soberano, maduro. Además de bailar, cada vez que toca la guitarra o canta, sube el pan.
Son sesenta y cinco minutos de exploración de la banda sonora de Jerez de la Frontera, la omnipresente bulería con la que creció desde sus inicios en la peña Los Cernícalos. Con un atrás que lo acompaña desde hace tiempo y de cuyo amor no cabe dudar porque se percibe, Jesús Corbacho y José Manuel El Pechuguita al cante y Jesús Rodríguez a la guitarra se comprometen con el baile-proyecto de Juan hasta la corcha, como si fuera su propia compañía y no estuvieran nada más que acompañando. De eso ni mijita y se nota y se agradece.
Así, los cuatro encadenarán escenas y disposiciones que crean el caldo de cultivo necesario para saborear los ricos matices de la bulería. Como un divertimento con su punto de clown, hacen compás sobre sus piernas, agachando sus nudillos sobre el suelo, repanchingados en la silla, trayendo a colación el mantra bien, bieeeen, bieeen. Que, como todas las cosas en el flamenco, bieeen no quiere decir sólo bien, bueno, vale, es un punto de inflexión. En la polisemia del vocabulario jondo reside su gracia. ¡Bien traído!
Son cuatro niños en una plazuela cualquiera jugando a cantarse y bailarse. Es una masterclass de cuáles son los ingredientes del soniquete, del aire y del sabor y la demostración de que no son sólo las cuestiones técnicas -aunque las necesites desde el principio-: son las respiraciones, los saltitos, los jaleos y jaleítos, esos micro gestos casi imperceptibles, los escorzos y vaivenes de hombros que parecen pulmones y que tienen también su propio corazón. Es toda esa tipología de onomatopéyicas maneras tan conocidas en los códigos del diccionario flamenco y tan ajenos para quien mira desde la barrera y sólo ve baile, toque, cante y que tienen la misma importancia que que te suenen las palmas, saber cuándo darlas sordas y ver claro cuándo recogerse. Estos cuatro muleros explorarán todo el tiempo con complicidad, comicidad y capacidad de disfrute y burlería, todos esos recovecos.
Tocado con la varita mágica de Liñán para darle empaque escénico y orden, y con un diseño de luces de Olga García que todo lo ve y que es una garantía de calidad -en este caso vital porque la sala Compañía no es especialmente sencilla-, en esta pieza la bulería se saborea, se trocea y desgrana, se desdibuja y se subraya con fluorescente. Sin interrupciones, se alternan momentos de suavidad y recogimiento, de vamo a escuchá, y otros de saltos cuánticos en volumen, presencia e iluminación con un tempo alocado aunque siempre bajo control.
Nos despedimos con la sensación de estar presenciando el despegue de un transbordador cósmico que hace disfrutar porque disfruta y que no le teme a la desnudez del silencio o al vértigo del vacío y que sabe incluir lo íntimo para hacerlo universal. De ahí la última escena en la que Corbacho y El Pechu cuentan sobre sus primeros recuerdos en torno al cante en general y sobre la bulería en particular a sus infancias y su sentir respecto del palo festero.
Me quedo con esa apreciación final: escucha, escucha, la bulería lleva el tempo de los latidos del corazón. El nuestro, lo firmo ahora mismo, salió dando botes. ¡Bravo!