Tras un accidente en la prueba de sonido, el trío de Juan Pérez ofrece un concierto inolvidable en la bienal de Málaga.
Juan Pérez se sentó al piano e interpretó una taranta de la zona minera de Huelva, luego miró para atrás mientras que, por el otro lado aparecía Lito Mánez, un batería muy elegante que se sienta frente al instrumento como Tony Allen el nigeriano creador y sostén del afro-beat junto a Fela Kuti. La espalda recta, las manos largas y ágiles. Interpretó una pieza más y después de mirar de nuevo a su espalda confesó que el trío había sufrido un accidente durante la prueba de sonido, el bajo eléctrico había dejado de funcionar. El trío se había convertido en pareja (o “terceto”, según la nomenclatura ciclista de rtve).
Así que toca explicar el arte de improvisar, algo consustancial en el jazz y que se rige por normas distintas en el flamenco, donde digan lo que digan los amantes estrictos del flamenco clásico, copiar está muy feo. Todos los grandes lo son por que son únicos.
Toca hablar de jazz-flamenco un estilo musical genuino que aún está por definir y que arrancó en 1980 con el sexteto de Paco de Lucía, ya saben con Jorge Pardo, Carlos Benavent y Rubem Dantas. Aquella primera generación tuvo una respuesta inmediata desde las filas de los guitarristas que bebieron del jazz para crecer como músicos caso de Gerardo Núñez o Juan Manuel Cañizares. Centenares de artistas cruzaron sus saberes flamencos con los del jazz para hacer crecer un estilo musical poderoso y genuino que ha tenido que reconocer (a regañadientes y con Tomasito mediante) hasta el máximo valedor del jazz clásico, el señor Wynton Marsalis.
No sabíamos nada de Juan Pérez hasta el año pasado en que ganó la primera edición del concurso de composición Paco de Lucía con “Contrarreloj” que interpretó como estaba previsto a percusión y piano, además tuvo que adaptar “Igorito” a las circunstancias para volver a preguntar por el bajo que estaba en el camino de llegar al teatro Echegaray. Sugirió una pausa para no enturbiar el aliento del hombre que portaba el bajo de repuesto que llegaría a lomos de una bici sorteando turistas por las calles peatonales de Málaga, la bella.
El caso es que la partitura del concierto se había ido por el retrete y tocaba improvisar con todo, con el instrumento, con el formato y con el concepto mismo. A la vuelta hubo cita inspirada -y por lo bajini- de los tangos de El Pele y de ahí a “La Estrella” que Morente grabó en el disco “Despegando” con Pepe Habichuela.
Metidos en faena apareció Josue Ronkio con un fender amarillo y tuvo el mismo efecto que si hubiera entrado Jaco Pastorius en el escenario o hubiera aparecido Godot (el ciclista que siempre llegaba el último) en la obra de teatro de Samuel Beckett. Uno ama a ese bajista porque siempre anda en aventuras musicales profundas como la legendaria banda de Lin Cortés (y Jorge Pardo) que forjó en el año de “Gipsy Evolution” alguno de los mejores conciertos de la historia de la música en España y que no supieron ver, ni los festivales de jazz, de pop, o de flamenco. Luego lo vimos con la Buika y ahora anda madurando un proyecto llamado Labudú.
El concierto se catapultó fuera de los límites habituales y Juan Pérez volvió a interpretar en trío “Igorito” que toma los primeros compases de la “Consagración de la primavera” de Stravinsky para construir una pieza difícil de definir. Si tienen hijos pongan “Fantasía” (1940) de Walt Disney y gozaran de la versión en dibujos animados dirigida por Stokowski. Lo que siguió fue literal: “Alegría de vivir” una melodía muy simple que se repite en diversas tonalidades, todas intrincadas, dulces y sinuosas. Lo pones delante de Bruce Springsteen y lo baila el estadio entero. Dejaron unas bulerías para el final y un concierto para los restos.
Fotos: Francis Silva