Sábado, 14 de abril,2007. Teatro Isabel la Católica, Granada.
Texto y fotos: Estela Zatania
Baile: Juan Andrés Maya, Iván Vargas, Alba Heredia. Guitarra: Emilio Maya, Rafael Santiago. Cante: Rafaela Gómez, Alfredo Tejada, Amparo Heredia. Percusión: Benjamín Santiago “El Moreno”.Dirección: Juan Andrés Maya. Texto: Curro Albayzín.
Cuando Sevilla, Málaga, Jerez y Cádiz están reencontrándose con su riqueza flamenca (y agresivamente cultivando un mercado global en expansión), Granada empieza a mostrar discretas señales de querer participar de la movida. No es que no hubiera artistas… Granada es tierra de grandes bailaores, tocaores y en menor grado, cantaores, pero cierta dejadez había caracterizado el ambiente, combinada con la indiferencia oficial y falta de apoyo, posiblemente porque Granada está saturado de turistas todos los días del año, gente que viene de todo el mundo para visitar la bella ciudad de la Alhambra. En este contexto el flamenco es un complemento menor con fama, justificada o no, de vulgaridad.
Pero sólo en este mes de abril se está celebrando el primer Festival Provincial de Flamenco de Granada, y se ha estrenado una ambiciosa obra en el Teatro Isabel la Católica con artistas de la tierra. Luciendo un formato mucho más reducido que las costosas mega obras tipo Broadway de otros grupos, “Furia Maya”, se defiende espléndidamente con tres bailaores, tres cantaores, dos guitarristas y un percusionista que también baila lo suyo, y sólo el más sencillo de los argumentos: la celebración de una herencia familiar y cultural.
Un amor casi inocente por las raíces, y el deseo de que se conozcan y crezcan
Ivan Vargas
Granada, la tierra soñada que inspira el “cantar que se vuelve gitano” pierde su topiquismo con estos artistas. El telón de fondo con cuevas y chumberas, la olla de puchero y las cestas de mimbre es una representación gráficamente fiel de donde se han criado los miembros del grupo. El sonido de agua, una imagen de fuego, y la voz en off de Juan Andrés Maya, “hijo de la Salvaora”, habla de los Maya y los Heredia de Granada, las dos familias representadas en el escenario, y el cante de Rafaela Gómez de pronto da vida a la estampa de gitanería a la antigua. Alfredo Tejada canta por trilla con letras que hablan del Sacromonte, el sabor específico del conjunto inunda las sensaciones y te entregas al juego porque en un mar de flamenco globalizado y homologado, se añoran los sabores bien definidos, formas universales expresadas a través de la individualidad de una esencia intransferible y personal. Hermosa racialidad autóctona, sin miramientos ni enfrentamientos, sin ánimo de superioridad sino reivindicando una identidad, inventada o real, de “lo gitano”. Aún así, son chicos tan contemporáneos como los flamencos más vanguardistas, y su sincero homenaje a las raíces desmiente el manido argumento de “el flamenco tiene que cambiar porque ya no comemos con cuchara de palo”.
Fin de fiesta
Hace seis años una niña pequeña jugueteaba en la terraza de una cueva de Sacromonte con la Alhambra de fondo, y el maestro de la guitarra, Juan Maya “Marote”, me dijo: “esta niña va a ser una gran bailaora”. Ahora Alba Heredia, con doce años, como si fueran muchos más, y una de las miradas más penetrantes y expresivas del flamenco, defiende su estilo de baile con absoluta convicción. En el programa de mano la niña declara: “El flamenco es mi forma de vivir”, y al verla bailar comprendes que no son palabras huecas. Tiene pequeños detalles que corregir, pero lo que ya sabe, no se aprende, y lo que no sabe, se aprende fácilmente. La niña echa chispas, y cuando baila con los varones, es ella la que manda. Interpreta unas alegrías que no saben a Cádiz, ni tienen por que hacerlo. El flamenco está en ella, y posee un carisma natural. Cuando baila por siguiriya con Iván Vargas, apenas se reúnen 34 añitos entre ambos, pero son años de vivencias flamencas de calidad, y se agradece la obvia falta de academia.
Hermosa racialidad autóctona, sin miramientos ni enfrentamientos, reivindicando una identidad, inventada o real, de “lo gitano”
Juan Andrés Maya, el cerebro y titular del grupo, comienza su baile por soleá haciendo palmas y pies sentado en una silla como hacían su primo Mario Maya y su tío Manolete, y luciendo un tremendismo granadino que sabe a auténtico. Su baile está salpicado de momentos soberbios, y su presencia se impone. Una y otra vez se saca máximo provecho del palo seco, la ausencia de música, para multiplicar el drama. El bailaor rinde homenaje constante a sus ilustres familiares, y a Carmen Amaya, terminando su baile con una réplica de los pasos y movimientos de la queridísima catalana tan ligada a Granada.
Emilio Maya y Rafael Santiago tocan una hermosa rondeña con detalles contemporáneos, y la complicidad del resto del grupo que jalea, da palmas o se mueve por el escenario, mantiene el ambiente espontáneo y familiar. En el baile de Iván Vargas, el flamenco clásico se manifiesta y se declara tan relevante hoy, como ayer, como mañana. Valiente, poderoso, intenso.
Juan Maya Marote con Alba Heredia
Villancicos tradicionales con botella de anís incluida refrescan el ambiente. Se cantan y se bailan por tangos, muchos tangos. Hay descanso y segunda parte, posiblemente un error, porque después del cigarro, cuesta volver al hilo. Ha desaparecido el atrezzo y se pretende algo más teatral, concierto de Aranjuez con cante y toda la cosa, pero no impacta como la primera parte. Se abusan de las aceleraciones, un vicio compartido por otros granadinos curtidos en las cuevas. Una recreación de Semana Santa en el Sacromonte emplea un montaje audiovisual que no acaba de convencer. Pero luego todo vuelve al cauce en el fin de fiesta por tangos con inconfundible sabor granadino.
Arte, compás, afición, un amor casi inocente por las raíces y el deseo de que se conozcan y crezcan. Hacía falta este espectáculo para contrarrestar los excesos de la vanguardia, un respiro por el camino antes de seguir el imparable viaje hacia el futuro.