Espectáculo: La alta torre. Cante: José Valencia. Guitarra: Juan Requena. Compás: Manuel y Juan Diego Valencia. Actor: Moncho Sánchez-Diezma. Artista invitada: Sandra Carrasco. Colaboración especial: Diego Villegas. Adaptación literaria: Francisco Robles. Ciclo: La Bienal de Flamenco. Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: Lunes, 7 de septiembre. Aforo: Lleno.
Las rimas de Bécquer son una idea, una emoción breve y directa, cuyo eco retumba aún más cuando se comprenden. Igual que el cante de José Valencia que desde que salió al escenario en el estreno de su homenaje al poeta en la Bienal transmitió esa chispa eléctrica que brota del alma, que hiere el sentimiento con una palabra y huye, de la que habla el periodista Francisco Robles en el estudio que da cuerpo a este espectáculo.
Valencia aquí consigue lo más difícil que es hacer parecer natural la adaptación de estas rimas y que nos preguntemos incluso cómo no se han cantado antes estos versos. Es decir, con su maestría y sus riquísimos recursos vocales logra que estas letras sean creíbles y tengan un sentido más profundo de aquél que recordábamos cuando las memorizábamos de niños.
Pero es que, además, el lebrijano ha regresado a los escenarios pletórico, con una voz limpia, poderosa y vibrante. Por eso, aunque no fuese su intención, Valencia se impuso al poeta arrancando aplausos y oles en un público con evidente hambre de jondura. Y ahí él gana.
En la propuesta hubo aciertos como la coherencia en la elección de palos para cada una de las letras, y sino escuchen y lean la seguiriya y la alegría, por citar lo más antitético. Y, más aun, la del exquisito acompañamiento musical de un elenco admirable. Así, la guitarra envolvente de un flamenquísimo Juan Requena (¡Qué sonoridad la de su sonanta!), los vientos de un Diego Villegas brillante, que llenó el escenario de coloristas matices, y las palmas y el compás de los inspirados Manuel y Juan Diego Valencia, arroparon a un José sobrado de seguridad que cada vez se fue encontrando más cómodo. También de gran belleza fue la aportación de Sandra Carrasco, una artista personalísima y rompedora.
Sin embargo, de la idea sobró la teatralidad impostada. La escenografía recargada, la puesta en escena llena de objetos inservibles, el actor que hilaba innecesariamente un guion que ya marcaba por sí solo el cantaor, y ciertos recursos rancios que nos distraían de lo verdaderamente interesante. La obviedad de un concepto artístico anticuado, en definitiva.
En cualquier caso, nos quedamos con el trabajo para recuperar a un poeta imprescindible y con el cante ardiente de un José Valencia, magnético y arrollador, que puede con todo.