Texto: Sara Arguijo
Fotos: Oscar Romero / La Bienal
De Sevilla a Cádiz (1969-2016) Autor: Juan Peña El Lebrijano Dirección: Pedro María Peña Cante: José Valencia Guitarras: Manuel Parrilla y Juan Requena Palmas: Manuel Valencia y Juan Diego Valencia Coros: Sergio Aguilera, Inma la Carbonera y Amparo Lagares Artistas invitados: Pastora Galván (baile) Faiçal Kourrich (violín) – Teatro Lope de Vega Domingo 18 de septiembre
JOSÉ VALENCIA SE CORONA EN SEVILLA COMO ‘EL SEGUNDO’
Cuántas veces habrá escuchado José Valencia a Juan Peña El Lebrijano en los últimos dos meses para, sin imitarle, haberse pegado en la garganta los reclamos de su paisano. Cuántas habrá repasado las pocas notas que dejó escritas para el espectáculo que iba a dirigirle en la Bienal -y que terminó siendo un inesperado homenaje póstumo- tratando de encontrar respuestas a la pregunta fundamental: ¿qué quieres que haga, maestro? Cuántas charlas habrá repasado para recordarle y entenderle… Sólo hay que conocer un poco a este cantaor y haberle escuchado ayer en el Lope de Vega para saber que hasta el agotamiento.
Desde luego, el desafío era tremendo no ya por las circunstancias y el desgaste emocional que éstas conllevan sino porque de quien tenía que acordarse era de Juan El Grande, “el primero”, como el propio Valencia ha proclamado en las últimas intervenciones tras su fallecimiento en un grito de insurrección. Y, además, a través de un disco que probablemente en estos momentos ningún otro cantaor podría haber abordado.
Evidentemente lo de la voz poderosa de José, su garganta privilegiada, su eco infinito, su sentido del ritmo y su fuerza escénica no ha venido a descubrirlo esta propuesta. El recital más bien le sirvió para coronarse en el cante con mayúsculas. Quizás como El Lebrijano lo había orquestado desde un principio al nombrarlo para esta tarea.
Porque si algo comparten ambos, más allá de ese atardecer y esa luz de Lebrija que se vio en el audiovisual proyectado durante la emotiva intervención del violinista Faiçal Kourrich, es un concepto de cante libre, valiente, creativo, cabal y sin más frontera que la de su sentido común.
Justo como afrontó Valencia la noche. Masticando las notas y abriéndose el pecho en canal para no deberle nada al maestro. Así, en los tientos-tangos se nos metió por las venas el compás del hijo de la Perrata y de Pastora Pavón… y de todo ese flamenco de la baja Andalucía que él encumbró. Por cierto hasta Cádiz nos arrastró también Pastora Galván que sólo con su salida por alegrías nos salpicó de las olas de la playa de la Caleta. Y siguió José hasta una conmovedora toná a modo de oración final con la que pudimos sentir los ojos celestes del gitano rubio mirar desde arriba.
Es verdad que Valencia empezó dubitativo y que seguramente no sea éste el mejor espectáculo de su trayectoria. Le pudo por momentos el arrebato y costó en ocasiones entenderle por los giros extremos en los que jugaba. Y siendo justos, a pesar de los aplausos, el público estuvo más frío que en sus últimas apariciones. Pero, al fin, José plasmó algo que puede que fuera la mejor síntesis del legado de El Lebrijano, que el flamenco llega allá donde quiere sin necesidad de hacer concesiones. Y eso pocos lo consiguen. Por eso, si el primero fue El Lebrijano, José Valencia es ya el segundo.