La última vez que estuve en un concierto de José Menese lo noté mermado físicamente. En baja forma. Acababa de sufrir una caída y llevaba un brazo amarrado a un cabestrillo y protegido por una precaria venda. Año y medio de aquello. Ese mismo brazo fue el que anoche señalaba con dolor mientras agradecía los vítores de la misma afición de entonces. A José no hace un mes que le han operado de una fractura en el húmero izquierdo pero, “prometí y dí mi palabra para cantar hoy y aquí estoy”.
Menese, en aquella cita del pasado, estuvo espeso. Digno, como siempre, pero espeso. Parecía que, quizá, en aquellas fechas podría vislumbrarse el declive de uno de los más grandes intérpretes que la pureza de lo jondo (si lo que hace este hombre no es puro, entonces no lo es ná). Pero no, amigo, no. Aquel mal momento no fue más que eso.
Reverdecieron sus laureles cuando el otoño ya se ensaña con el tardío agosteo de Madrid y José Menese cantó el miércoles haciendo todos los honores a su currículo.
De paso inauguraba el ciclo de noches flamencas que, con la veteranía como eje principal, reunirá hasta el final de mes un buen puñado de artistas señeros, eso sí, cada uno de la madre que lo parió. Heroicidad empresarial, una más, que esperemos acabe bien y se repita.
Así que allí estábamos, cómodos en esas butacas ergonómicas que se gasta el Fernán Gómez, y allí estaba él. José Meneses Scott, santo y seña de un Mairenismo que anoche fue un poco menos, para mayor gloria del variado ecosistema flamenco.
Ya empezó bien la función, con el Romance de Juan García a pleno rendimiento. Se notaba un cantaor en plenitud y con buen humor para salir del paso en situaciones comprometidas, tanto por los problemas de sonido como por las dudas con el cuadro en el orden de los números.
Ligero por farruca y aún más por Romance por soleá, donde nunca se dio coba. Aunque pudiese.
Los caracoles tuvieron sabor, qué ricos, y se siguió gustando por petenera. Siempre sabiendo estar, en esta primera parte con cantes de apenas cuatro o cinco minutos y donde lo campechano, casi peñístico, predominó frente a las oscuridades de los soníos negros.
Fue Antonio Carrión y su “solito” por bulerías el que partió en dos el evento. Diez minutos de sentido homenaje al toque de Morón, con falsetas del mismo Diego del Gastor que llevaron al paroxismo a un público que sabe agradecer estos recuerdos a la raíz del asunto.
Ya Menese, que empezó su regreso felicitando públicamente a su tocaor, se encargó de poner el arte en su pedestal habitual con sólo tres cantes. Entregados y generosos los tres. Importante por tientos, a pesar de cierto vaivén en los tonos y templadísimo siempre, algo difícil tal y como iba de embalada la noche.
Soleá de libro y siguiriya con un despliegue de medios que reivindicó al Menese de cualquier época.
Recital intemporal, ¡¡estás mejor que nunca!! Le gritaron. Él dijo que no, pero puede ser que sí, porque hasta por guajira y ya despidiéndose, la garganta de Menese no fue nunca monotemática.