El guitarrista celebra en la sala Villanos su galardón en el concurso de guitarra.
Hacía mucho tiempo que este cronista no veía un concierto de guitarra de pie, quizás desde Paco de Lucía (los de Rafael Riqueni en el Berlín no cuentan, esos fueron de rodillas). Metáforas aparte, da gusto ver una sala abarrotada para ver a un guitarrista y da gusto ser de los más viejos del lugar rodeado por un personal tan joven como atento. Así que, abrumado por la nostalgia de la sala me quedo al lado de la puerta y el poderoso sonido de Joni Jiménez atraviesa la sala entera con una solvencia acojonante. El personal ayuda con silencios poco frecuentes en Madrid aunque siempre encuentras algún ser humano que aprovecha que suena una guitarra para contarle su vida a la vecino del lao.
El panorama guitarrístico del flamenco actual es de tal magnitud que nos faltan dedos y trastes para señalar al centenar de guitarristas de primera línea destacados entre miles de fabulosos. Joni Jiménez se ha hecho un sitio entre los primeros y entre la afición. Ganar el bordón minero este verano en La Unión parecía inevitable para este gitano de El Rastro madrileño, hijo y nieto de guitarristas, ha estudiado en la escuela de El Entri en Caño Roto, el barrio que forjó a Los Chorbos ahora es manantial del toque. Y con ese panorama la guitarra de Joni sonó majestuosa en las dos piezas que hizo en solitario incluida la falseta de una granaina que siempre me recuerda a los Doors.
Aparecieron los acompañantes, el pianista José Ramón Jiménez que se mantuvo en un segundo plano toda la noche. Juan Parrilla en la flauta que tuvo su momento de protagonismo en el que se portó como un cantaor de los buenos. Bandolero en la percusión que esa noche abandonó su delicadeza habitual para marcar rotundamente el compás.
Por la parte del cante comenzó Gabriel de la Tomasa que finalizó a pecho descubierto (sin micro) entre el asombro del personal. Siguió Kiki Morente al que jalearon por el apellido y que se mantuvo en el papel de no recordarse en la formas y sonidos de su antecedente. El clamor, claro, llegó con Israel Fernández al que le sigue una multitud bien dispuesta para el flamenco.
Incapaz de llegar hasta el asiento que me tenían reservado, logré encontrar un hueco junto a la barra en el momento que interpretaban el “Spain” de Chick Corea. No es la versión que más me gusta, entre mis preferidas está la que hizo el propio Corea con Tomasito (un prodigio de ironías en el Palau de Barcelona) y la más reciente de Josemi-Colina y Bandolero que exprime la canción a ritmo lento, muy lento.
Por ese lado Joni Jiménez tiene mucho camino por recorrer. Es evidente que ama el flamenco clásico y que es un acompañante de lujo para el cante. Ahora se va de gira en formato de trío y parece inevitable que experimente con el jazz tal y como hicieron sus mayores. Afortunadamente Juan Parrilla no intenta ser como Jorge Pardo y sigue un camino más pegado a la tradición de Jerez.
En la parte final se reunieron todos al compás de unos tangos que tenían estribillo “almodovariano” que recientemente se ha rescatado de Camarón y que dice aquello del “laberinto de pasiones”. El director de cine era un habitual de esa sala en los años noventa cuando apareció Chavela Vargas espléndida, arrugada y sobria en aquellos días en los que la Caracol reunía a lo mejor de cada casa con Habichuelas, Flores, Morentes, Losadas o Negris y este cronista daba sus primeros pasos como dj flamenco. Así que, con un pelo de nostalgia, entro en los baños como si fuera un santuario. Ahí una noche fui a mear y mi vecino del lao era Paco de Lucía.
Hoy la sala Caracol es la sala Villanos y está repleta de jóvenes disfrutando con el fin de fiesta con el baile cabal de El Barullo primo de farrucos y farruquitos en la noche en la que Joni Jiménez celebró con los amigos.
Fotografías: @manjavacas.flamenco
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