Espectáculo: El salto. Baile: Jesús Carmona, Ángel Reyes, Rubén Puertas, José Alarcón, Borja Cortés, Joan Fenollar y Daniel Arencibia. Guitarra: Juan Requena. Percusión: Manu Masaedo. Cante: José Valencia. Dirección escénica: Ferrán Carvajal y Jesús Carmona. Dramaturgia: Ferrán Carvajal. Música original: Juan Requena, Sabio Janiak y Manu Masaedo. Espacio sonoro: Sabio Janiak. Fecha: Viernes, 21 de mayo. Lugar: Teatro Villamarta. XXV Festival de Jerez. Aforo: El permitido.
Los hombres se quieren como hermanos, hijos, padres, amigos, parejas, amantes y conocidos. Se relacionan como colegas, enemigos, compañeros, competencia, compinches y rivales. Se saludan con contactos rápidos y distantes o abrazos efusivos y cercanos, con compadreo y a empujones. Se mueven como machos, sementales, caballeros, mariposones, mariquitas y mariconas. Se sienten triunfadores, fracasados, poderosos, inseguros, provocadores y dóciles. Y, sin embargo, como plantea Jesús Carmona en la nueva propuesta que estrenó este viernes en el Festival de Jerez, bailan sujetos a los roles de un concepto de masculinidad caduca que han ido asumiendo con complacencia, resignación, rabia, rebeldía y sufrimiento.
Así, El Salto reflexiona y revisa los códigos en torno a la identidad, el género y la sexualidad del hombre en la danza como lo hace desde hace tiempo Belén Maya con la mujer en sus estudios sobre La muñeca subversiva. Sólo que aquí el planteamiento (por supuesto mucho más somero y personal que los rigurosos estudios de la bailaora) se lleva a cabo únicamente desde el baile.
De hecho, lo interesante de la obra es que, salvo en algunos momentos puntuales en que se incide en evidencias superfluas o se acude a cierta espectacularidad innecesaria, el discurso no obstruye la propuesta escénica y coreográfica. Es, por tanto, la exploración del movimiento lo que permite a Carmona transmitir un mensaje abierto que asume las contradicciones y busca nuevos caminos.
Para ello el artista, Premio Nacional de Danza 2020, va proponiendo escenas dispares en las que se combinan con perfecta armonía el flamenco, lo contemporáneo y la danza clásica española. Aquí, como digo, el bailaor utiliza su cuerpo como catalizador para componer, junto a un impecable cuerpo de seis bailarines, la voz poderosa y arrebatadora de un soberbio José Valencia y la guitarra poética y cautivadora de Juan Requena -todos con un peso trascendental en la obra-), llamativas piezas corales en las que se intercalan y engarzan con solvencia distintas estéticas e influencias. Desde el número de las faldas a modo de capotes que abre la obra, a la coreografía del macho en la silla donde reproducen de manera robóticas los tics masculinos con trajes de oficina, el original gag en el que proyectan y radian la obra como si fuese un partido de fútbol (¡uy, casi llega el ole!) o el pálpito que produce la unión de los cuerpos desnudos con que se cierra el telón, entre otras.
De esta forma, el espectador se va sumergiendo en una sugerente y ecléctica atmósfera que bebe de lo urbano, lo electrónico, lo castizo y lo vintage y en la que percibimos referencias cinematográficas a las películas de gánster o a series actuales de ciencia ficción. Por eso, aunque pierda en algún momento el pulso (por redundar en efectos más anodinos), El Salto se presenta como una obra interesante, ambiciosa, de calidad y de gran factura. Y, sobre todo, la obra en la que Carmona no sólo se confirma ya como el genial bailaor que es por su virtuosismo técnico, la seguridad de su zapateado o la precisión de sus bellísimos giros, sino que muestra una evolución, incorporando otros matices, aplacando su fuerza, conteniéndose y apareciendo más delicado y emocional. En definitiva, un nuevo bailaor y un nuevo hombre.