Jerónimo
Maya en el Queen Elizabeth Hall, Londres Artistas invitados: Paco del Pozo, Leo de Aurora
7 diciembre, 2003
Jerónimo Maya posee más credenciales de lo que haría
falta para entrar en la Casa Blanca de los Estados Unidos
sin escolta oficial mientras que el presidente hablara con
Kofi Annan…en pijama.
Hijo del guitarrista Felipe Maya, sobrino del cantaor Ricardo
Losada ‘El Yunque’, emparentado con el legendario
don Ramón Montoya, fue niño prodigio antes de
cumplir los diez añitos. Ha compartido escenario con
Camarón de la Isla y Paco de Lucía. Ha estudiado
música en el Conservatorio de Madrid y grabado con
Enrique Morente.
Un currículum impresionante para sus 24 años,
pero es prácticamente desconocido fuera de España,
o incluso dentro. Acaba de grabar un CD “Vestido de
luces” y el joven ha sido comparado favorablemente con
el mismísimo Paco de Lucía. Se cuenta que el
maestro de Algeciras una vez comentó acerca de Jerónimo:
“Con su edad yo no tocaba así de bien”.
Es un toque impecable, con un
sonido preciso y perfecto
El domingo, 7 de diciembre, nos hacía ilusión
asistir al recital de Jerónimo en el Queen Elizabeth
Hall de Londres. Al llegar nos encontramos con que no quedaban
programas, y el acomodador nos advirtió que iban a
ser noventa minutos de un tirón, sin descanso. Por
mi parte, no fue motivo de queja.
Jerónimo sentado, dos sillas vacías y un par
de micros indicaban cierto minimalismo en la presentación.
Por lo visto este es un guitarrista muy solista, en el sentido
literal de la palabra. Debajo de dos focos de luz amarillenta
se le notaba un aplomo absoluto. El público está
encasillado en sus respectivos asientos, fila tras fila, llenando
el teatro de tamaño medio hasta la mitad. Miramos hacia
el escenario cual grupo de niños de colegio, con la
diferencia de que prestamos atención.
Cuando
vi a Jerónimo por primera vez, fue en una especie de
recepción para aficionados. Lo recuerdo como un hombre
grande, bien parecido, con facciones gitanas y llamativas.
Esta noche me recuerda más bien a Orson Welles o Hemingway
en su juventud, y una perilla diminuta completa el look. Va
vestido de un curioso traje de franela gris, abrochado hasta
el cuello.
Después de un número de presentación,
el segundo tema es soleá. Me doy cuenta de que apoya
el dedo anular debajo de la primera cuerda cuando pica. La
soleá es estructurada y reconocible al instante, rigurosamente
apta para acompañar el cante…pero no hay cante, de
hecho, una soleá muy solitaria.
Paco del Pozo posee una voz maravillosa,
manos que
se frotan y una mueca deliciosamente contorsionada
Señal de un gran guitarrista es su ejecución
de los rasgueos, ese despliegue de dedos que típicamente
se describe empleando metáforas relacionadas con las
armas. El rasgueado de Jerónimo no tiene nada de balística
sino cierta constancia, sin velocidad excesiva, suave sin
desmoronarse, más cascada que catarata. Confieso que
me entraron ganas de llorar al comprender que nunca, jamás
tocaré de esa manera.
Había elegido una guitarra ‘negra’, con
fondo y laterales de palo de rosa. Es el tipo de instrumento
preferido por los concertistas porque sostiene el sonido un
poco más que las blancas, para cuando no haya voz.
No distingo ni el constructor ni el modelo, pero el sonido
es excelente.
La soleá se transforma en bulerías. Hoy en
día puede ser un juego complicado identificar los palos
sin las referencias de las palmas, el jaleo, el cajón
o el cante, naturalmente. Jerónimo no empleó
ninguno de estos elementos, pero de cuando en cuando alguno
del público soltó un ‘ole’ para
rellenar. El flamenco en ambientes formales puede resultar
difícil de tragar, como una ponencia universitaria
con el profesor Jerónimo sonriéndonos como un
maestro benévolo.
Por fin aparece el cantaor. Paco del Pozo toma asiento y
empieza a frotar sus manos lentamente. Jerónimo coloca
la cejilla detrás del sexto traste y comienza a tocar
por tientos con aire conmovedor. Paco del Pozo posee una voz
maravillosa, esas manos que se frotan y una mueca deliciosamente
contorsionada cuando suelta el lamento desde su interior pidiendo
justicia o amor…
La transición es sublime…
tan natural como
regresar a casa, pero no recuerdas el viaje.
Jerónimo
tiene un pulgar muy flamenco, el dígito fundamental.
Con sólo un pulgar en condiciones, un buen tocaor prácticamente
hace lo que le venga en gana. Esto es perfecto, o lo más
cercano a la perfección. Los tientos se derriten en
tangos y la marcha nos pone a cabecear con la música
como si nuestras columnas vertebrales de pronto hubieran sido
sustituidas por canicas. La transición es sublime,
tan sutil que no sabes como has llegado, tan natural como
regresar a casa, pero no recuerdas el viaje. Esto pinta bien.
Aparece otro guitarrista. Leo de Aurora es el hermano de
Jerónimo, pero los muchachos no se parecen físicamente.
Jerónimo tiene el pelo largo, negro y rizado, atado
en coleta. El de Leo es negro pero luce un corte medieval,
lo cual aporta cierto aire desenfadado y estudioso a la vez.
El discípulo joven y el profe.
Paco termina de cantar y proporciona jaleo discreto para
apoyar un tema lírico y dulce. Detecto algo de improvisación
y el ritmo empieza a sonar mucho a rumba. Las antenas disparan
la alarma. Esto corre el peligro de degenerar en el temido
jam flamencoide jazzístico fusionado. De mal en peor
cuando se retira Paco del Pozo, y con su marcha acaba el flamenco.
El toque es impecable, con un sonido preciso y perfecto.
El picado de Leo se precipita un poco a veces y no siempre
acaba el su momento justo, pero es muy sutil. Ya vamos por
una tercera parte del repertorio y sigue la improvisación
sin rumbo. Jerónimo se mete en unos berenjenales árabes
con rasgueo/picado de un solo dedo, y vuelve al jazz rumbero
anterior. Creo que es lo que suele llamarse, y perdonad el
juego de palabras, dar la nota.
Detecto algo de improvisación
y el ritmo empieza a sonar
mucho a rumba. Las antenas disparan la alarma…
Esto es decepcionante. Dos sonantas a duelo, sin cante, baile,
cajón, palmas o jaleo queda tan soso como un puchero
sin pringue. Los dos hermanos se miran mutuamente para ponerse
de acuerdo en los turnos, un par de chavales pasándolo
bien. Esto no es digno de la extraordinaria habilidad de Jerónimo.
Mientras que Leo se esfuerza para encontrar un acorde, Jerónimo
marca el compás en la tapa de su guitarra con pulgar,
nudillos y uña.
Presiento que algunos del público han perdido el hilo,
y entonces me fijo en una señorita delante mío
que está dando palmas al ritmo de la música,
la mar de contenta. Pero en el flamenco se supone que no se
dan palmas así como así…sólo los entendidos
o los majaretas se atreverían. Pero claro, estamos
al ritmo de cuatro por cuatro y ya vamos una media hora así.
Mucho más cercano al jazz latino que a la esencia andaluza.
Jerónimo nos da las gracias por haber acudido, menciona
su nuevo CD y que su héroe es Django Reinhardt. Es
un joven superdotado, no es un guitarrista agresivo o extravagante,
posee un sonido muy dulce y una técnica con mucho compás.
El acompañante casi perfecto para un cantaor espléndido,
pero el jazz no es lo mío por lo que no he podido disfrutar
de un cincuenta por ciento del recital. Esperemos que Jerónimo
vuelva a lo suyo, a lo que más íntimamente conoce
y domina.
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