En Clamores, el templo del jazz madrileño,
presentó Jerónimo Maya su primer trabajo discográfico
como solista. En un generoso recital, Jerónimo hizo
disfrutar a los asistentes con su personal propuesta estética
basada en su amplia formación musical, su técnica
impecable, su sentido flamenco y su talento en la composición.
En familia estábamos en la sala madrileña Clamores
el viernes 15, y no porque el acontecimiento no presentara
visos de calidad, sino porque a escasos kilómetros
andaba tocando un chico llamado Paco de Lucía que,
por lo visto, reunió a unos cuantos puñados
de aficionaos e inevitablemente restó público
al guitarrista madrileño. Aun así, Jerónimo
Maya logró convocar a un nutrido grupo de entusiastas
del flamenco, del jazz, de la guitarra y, en definitiva, de
la música.
Jerónimo no defraudó, como tampoco defrauda
su recientemente aparecido primer CD en solitario (“Jerónimo”,
Alma 100 Música), del cual dio buena cuenta en la tablas
del Clamores. La actuación se dividió en dos
partes bien servidas en las que pudimos asistir al desarrollo
de bulerías, soleares, rondeña, granaína,
tangos, siguiriya, rumbas y algún extraordinario flirteo
con aires melódicos y caribeños gracias al cantante
Alex Flores, que se presentaba como artista invitado. Que
no se me olvide mencionar “Tío Chango”,
la incursión más descaradamente jazzistica que
Jerónimo dedica al gran Django Reinhardt.
A destacar: su capacidad y complejidad musical, su limpieza,
la inmensa y bella cascada de notas que se fraguan en su cabeza,
su rapidez para lanzarlas al aire, su oído (en general),
sus manos (en particular, o sea, las dos, izquierda y derecha),
su forma de construir las piezas… Me atrevería
a decir, incluso, su perfección. Jerónimo sabe
crear riqueza porque posee una técnica impecable y
domina la combinación virtuosa de tonos, ritmos, texturas,
sonoridades, melodías y hasta algún que otro
silencio.
Aunque pocas, se echaron de menos algunas cosas. En primer
lugar, el saludo: manía dichosa de no dar las buenas
noches, al menos en ámbitos reducidos. En segundo lugar,
nos quedamos sin escuchar el buen cante de María Carmona,
que estaba anunciada en el cartel. Y, a mi juicio, también
se echo en falta algún momento más de sosiego.
Jerónimo tiene una técnica prodigiosa y un cerebro
amuebladísimo para la creación -de eso no hay
duda-, pero el equilibrio es la resultante de muchos vectores,
entre ellos, el del reposo: esos tiempos necesarios para asimilar
sus vertiginosas propuestas y, sobre todo, para crear esa
intensidad característica del flamenco. Intensidad
que a menudo no se consigue por compresión (léase
recursos por segundo), sino más bien, a través
de la pausada reflexión.
Leo de Aurora y Jerónimo
Hay que destacar también la generosidad de Jerónimo
Maya. Generosidad con los asistentes (fue un recital extenso),
y generosidad también con sus músicos, a los
que dio el sitio que merecen. Y metidos ya en arena de este
costal, es de justicia subrayar la calidad de quienes acompañaron
a Jerónimo en el escenario: Antonio El Ciervo (con
su voz flamenquísima), Amador Losada (excelente en
las percusiones), Alex Flores (cantante invitado, un prodigio
de voz y de sensibilidad) y, desde luego, Leo Maya, hermano
de Jerónimo, que dio toda una demostración de
virtuosismo y talento.
En definitiva fue una noche intensamente musical que nos
dejó un estupendo sabor de boca. Sirva de colofón
la expresión que en un momento dado soltó un
aficionado a la guitarra jazzistica (según me confesó)
que estaba sentado junto a mi: “¡Joer, con el
manco!”. Pues eso.