Jerez, una experiencia que no se vende

Pepe Torres - Flamenco fiesta - Festival de Jerez

Pepe Torres - Flamenco fiesta - Festival de Jerez

Jerez, The buleria experience, al compás del Barrio de Santiago (Galería fotográfica / video)
Flamenco de fiesta – (Galeria fotográfica / video)
Los claustros de Santo Domingo – 29 febrero 2020. Festival de Jerez


Admito que estoy muy harta de lo experiencial. De esa moda de que cada cosa que hagamos tenga que ser trascendental y estar envuelta de un plus con el que, al parecer, todo es distinto -y mejor- a lo que habíamos vivido antes. Lo siento, pero me resulta atroz pensar que estamos tan insatisfechos y vacíos que nada de lo que nos llenaba hasta hace nada sea ahora suficiente si no nos hacen creer que somos lo suficientemente especiales. Sobre todo, cuando hablamos de arte.

Díganme, por ejemplo, si tiene sentido el éxito de la exposición sobre Klimt que promete una “experiencia multimedia inmersiva nunca vista”, como si los cuadros del artista sobre el lienzo no fuesen capaces ya de transmitir por sí solos la mayor de las emociones posibles. Pues algo similar ocurre en Jerez con su fiesta y su bulería. Efectivamente un sello de la identidad jonda de esta tierra que el Festival de Jerez reivindique y muestre en todo su esplendor, pero no vendiendo pseudo experiencias enlatadas -o peor, enclaustradas-, como se hizo este sábado con los cinco espectáculos que se programaron en los Claustros de Santo Domingo bajo el epígrafe: ‘La fiesta’.

Para empezar porque la magia de una fiesta está en vivirla con sorpresa y todo el mundo sabe que las mejores salen cuando no se planean. Y después porque para participar de ella y sentirse uno más es fundamental que te inviten o que te cueles, pero no que pagues una entrada. Es decir, tratar de llevar a un escenario algo parecido a este ambiente de convivencia, improvisado, natural y anárquico, es tan complicado (e innecesario) que resulta absurdo tratar de empaquetarlo, y una tomadura de pelo.

Más aún, cuando el lugar elegido resulta completamente inapropiado. Una sala enorme de techos altísimos y con forma de caja de zapato donde a partir de las primeras filas era imposible ver nada y donde la cercanía y la intimidad propia de estos encuentros brillaba por su ausencia. Así, la propuesta de la mañana, ‘Jerez, the bulería experience. Al compás del barrio de Santiago’, resultó completamente fría y tediosa, a excepción de algún destello de Tía Juana la del Pipa con el toque enérgico de Diego del Morao y el abrazo con que se despidieron cuando le cantó a Tía Yoya.

Para salvar el desacierto del sitio, por la tarde, en Flamenco de fiesta, el escenario se intercaló en el centro lográndose ahora que la mitad del público estuviese completamente de espalda a los artistas y el resto acabara levantándose para ver si, apoyándose en las paredes, lograba ver algo. Menos mal que ahí estuvieron los artistas para salvar el sin sentido con su arte. Y así lo hicimos con las soleares pausadas de El Carpintero o con un soberbio Pepe Torres que, con su baile arrebatador y personalísimo, convidó al público por fin a un instante de euforia y de alegría.

 
 
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