Texto: Silvia Cruz Lapeña
Fotos: Ana Palma
La Bodega González Byass acogió un concierto de gran calidad para presentar el disco-libro que homenajea al escritor jerezano en su 90 aniversario.
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El concierto en homenaje a José Manuel Caballero Bonald lo abrió y lo cerró Manuel Moneo, primero por seguiriya acompañado por Paco Cepero y después por tonás. Estuvo como siempre, es decir mejor que bien, y además, jugaba en casa. Como todos: porque de eso iba el asunto, de que Jerez y sus artistas rindieran tributo a un literato con un Premio Biblioteca Breve, un Nacional de las Letras y hasta un Cervantes. El autor no estuvo, pues a sus 90 años y tras varios problemas de salud, no está para muchos trotes. Sí participó en el proyecto que ayer se subió al escenario de las Bodegas González Byass, un disco-libro con poemas suyos adaptados por José María Velázquez Gaztelu en el que han colaborado cantaores como Jesús Méndez y María José Santiago o el tenor Ismael Jordi.
El tributo, producido por Mario González, pretendía unir la poesía culta con el flamenco. Nada nuevo aunque sirvió para rendir tributo a un grande y para quitarle la razón a José Mercé, que en la pasada Bienal de Sevilla aseveró que de cante, su tierra “andaba hoy cortita.” David Lagos salió, con su hermano Alfredo a la guitarra, a llevarle la contraria. Se abrió en canal por mineras, palo al que le ha cogido el gusto desde que ganara en La Unión. Después, en las bulerías por soleá echó el resto. La dimensión de Lagos parece en su punto álgido, pero su inconformismo es garantía de que aún le sacara cosas inesperadas a una voz maravillosa que es evidente que entrena con esmero. Alfredo, a la sonanta, levantó a más de tres guitarristas que había entre el público de sus asientos: lo suyo es también un cénit y aunque venir de fuera para decir esto pueda sonar a osadía, Jerez haría bien en ir buscando el sitio donde le pondrán a estos dos un monumento.
Después llegó Vicente Soto, para ser testigo de la buena relación de Caballero Bonald con los Sordera, saga flamenca jerezana por antonomasia. Hizo seguiriya y alegrías, con la que se puso divertido y levantó el ánimo, más sentido y para adentro hasta ese momento. Y entonces llegó La Macana, vestida de rojo, a juego con la Reina Gitana, que le tocó una soleá al piano fina y matizada, como la voz de la jerezana. El chorro de voz de Tomasa Guerrero ya es lo de menos, lo de más es el gusto, ese ser artista con un gesto mínimo, las sutilezas de lo que dice y el cómo, tanto en la tanda de soleás como en las bulerías. En el disco, estas últimas las canta al golpe, pero en el escenario pidió que se las tocara Cepero para presumir (¡y bien que hacen!) de los galardones que les ha hecho el Gobierno andaluz: la Bandera de Andalucía a ella y la Medalla de Oro a él.
Y ese fue el momento clave. Ahí demostró Tomasa de qué está hecha. El micrófono le hizo una mala pasada, pero ella lo solventó porque domina. Y al final, se levantó y cantó a pelo, a lo bestia, bajando la voz, casi rezando y luego subiéndola hasta el techo de una bodega que se vino abajo antes su poderío. Ahí debió acabar el show, en todo lo alto, pero alguien decidió construirlo de otra manera y acabó por tonás Moneo.
Bonald no estuvo físicamente, pero estuvieron sus letras. También la sociedad jerezana que él describió, pues sobre las tablas hubo gachés y gitanos, hijos de mil leches y también de pobres, así como esa aristocracia calé que sólo podía criar Jerez. Todos juntos le dieron voz al poeta, a quien algunos achacan haberle dado pocos datos a los jondo y mucho romanticismo y otros tachan de aguafiestas por empeñarse en señalar las injusticias de su tierra. “Los fríos son malos y el hambre, peor”, decía la seguiriya que cantó Moneo. “Como en una madriguera, pasa el minero la vida”, recitó a pecho abierto David Lagos. “Qué temprano se levantan los marineros…”, puso en su boca Vicente Soto por alegrías.
En Jerez de la Frontera, Caballero Bonald ha sido incomprendido más de dos veces. Pero él, que nunca tuvo frío ni hambre, supo ver y no callar lo que ocurría al lado de su casa. “Callecita de la sangre / donde viven los gitanos / que están viviendo del aire”, dijo en el concierto por boca de La Macanita ejerciendo la tarea de vigilar al poder que él siempre se ha exigido como poeta.
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