El artista del Puerto de Santa María,
referente de alumnos de la talla de Joaquín Sabina,
Carmen París o Jose Luis Figuereo, consiguió
un merecido éxito a su paso por el teatro Albéniz
de Madrid llenando con su aire dos noches consecutivas (11
y 12 de junio).
¿Es un cantante?¿es un guitarrista?¿es
un compositor?¿un poeta quizá?… bastante de
éstas definiciones guarda en su personalidad Javier
Ruibal; pero en realidad se trata de un trovador, un juglar.
Es decir, aquel que va guardando en su sentimiento retales
de aire de los lugares por donde va pasando, tocando, escribiendo,
respirando… y posteriormente los comparte a su vez en otros
escenarios. Mezclas de músicas y lugares, un Cái
«que se trae andao» saliendo desde el Callejón
del tinte (no se llama así en honor a Teófila
aunque pareciera) y capaz de llegar a Estambul, Tánger,
París, Granada, Manhattan… o allá donde la
imaginación y la realidad puedan transportar las palabras
de este contador de historias.
Airoso como los cabales, salió el maestro vestido
de blanco con la compañía de su guitarra…
y «la gloria del Albéniz» empezó a
partir del escenario en su segunda jornada de actuaciones.
Comenzó con recuerdos a temas más antiguos,
como aquella diosa de ébano caletera, aves que llevan
a planetarios paraísos, aires que duelen por amor…
El
mástil de su guitarra, donde se firman sonoros versos,
dialoga con los ecos entre prima y bordón de Tito Alcedo…
entre ambos consiguen tamizar una atmósfera de esencia
flamenca, sentido andalusí, aires de ida y vuelta,
sonoridad contemporánea entre jazz, rumbas, tangos…
y consiguen emborrachar al personal a pesar de la ausencia
por esta vez de «tabaco y tinto de verano».
No faltaron en el repertorio otros recuerdos como Perla de
la Medina o Bella en Lisboa. Como era de esperar, principal
protagonismo del último disco. Tanguillos que solicitan
ser guardados, la granaína belleza de Aurora, la historia
de amor y desérticas realidades de un africano, hora
de besos sin necesidad de bandoneón, y multitud de
historias más para añadir a tan sentimental
receta musical. Acordes que describen momentos, palabras donde
viven recuerdos, y el mundo se hace tan pequeño a sus
pies…
Llegó la peculiar historia de la Pensión Triana,
a esta altura del concierto el público estaba más
que revolucionado coreando cada tema olvidando que en esta
ocasión los cubatas se hicieron butacas (no siendo
así en el escenario). Gran momento de lucimiento del
violinista David Moreira en «Isla Mujeres»; éste
músico, que prácticamente casi todo el concierto
estuvo haciendo percusiones con mayor o menor acierto, mostró
con su instrumento de cuerda un sentido ritmico inmarcesible
que provocó más de una merecida ovación
que también recogería en su solo de «Tierra».
A señalar en este tema también los solos de
Guillermo McGuill a la batería, Victor Merlo al contrabajo,
y Tito Alcedo a la guitarra.
A petición de un público insistente, volverían
al escenario para recordar la historia del Muelas con el Pelao
junto a «Vino y besos»… y el maestro Ruibal en
algo más de dos horas cortó dos orejas, rabo,
y seguramente se llevó algún trozo de aire para
aprovecharlo de la buena manera en que solo él sabe
hacerlo.
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