Texto: Silvia Cruz Lapeña
Fotos: Paulo Ramalho
Javier Latorre: «La danza es patrimonio de la humanidad, un derecho y diría que casi un deber»
Pequeños milagros
“De cintura para abajo se ejecuta el baile; de cintura para arriba, se firma.” Javier Latorre dice esto minutos antes de enseñar el resultado de la clase de coreografía para profesionales que ha ofrecido en La Bienal de Flamenco de Sevilla. “Para un bailaor es fundamental renovarse, y la mejor manera es ver y beber de lo que hacen otros.” Latorre se muestra contrario a conceptos como “escuela sevillana” porque dice que eso va en contra de la esencia del arte, “que es pura individualidad”. Opina que un artista debe alimentarse de muchas fuentes, quedarse con lo que le sirva y llevarlo a su terreno. Y eso es lo que ha inculcado al grupo de diez alumnos cuya coreografía ha abierto al público en el Espacio Zanfoña de la mano de Taller Flamenco, escuela a la que acuden cada año cientos de extranjeros en busca de conocimientos.
“Estamos en funcionamiento desde 1994 y recibimos alumnos de todo el mundo, pero vienen sobre todo muchos europeos”, cuanta a Deflamenco José Carlos Morales, director de la academia. Cuenta que es un lujo tener a Latorre entre los profesores invitados con un tipo de curso que el bailaor y coreógrafo ya ofrece en el Festival de Jerez desde hace siete ediciones y en el de Düsseldorf. Pero no es el único maestro del que pueden disfrutar los que llegan a Sevilla buscando conocimientos: “La semana pasada tuvimos a Rafaela Carrasco y nos encantaría que pronto viniera Isabel Bayón”, cuenta Morales, que dirige una escuela en la que no sólo se enseña baile, sino también guitarra, percusión y cante de la mano de artistas como Laura Román.
Morales está encantado con la idea de que Latorre abra el resutado de sus clases al público. “La idea es que los bailaores pasen por todos los estados de ánimo por los que pasa un artista: el cosquilleo del aprendizaje, el trabajo en grupo, los nervios previos y el gustazo del aplauso.” Mientras Latorre explica esto, el grupo se prepara. Las chicas se ponen las faldas negras, se retocan el maquillaje y el único chico se acicala ante el espejo y respira hondo. Salen a la tarima y el público se coloca. A los pocos segundos empieza a sonar “Poeta“ pieza que Vicente Amigo incluyó en su trabajo Marinero en tierra.
Nada más empezar queda claro que entre ese grupo cada cual tiene su estilo. Y su ritmo. Pero todos tienen que buscar la manera de entenderse, de acoplarse, de hacer con todas esas manos, pies, pieles y bagajes dispares un todo. Latorre los guía y ellos se van uniendo. Hay algún error, pero no importa porque repetirán la pieza y entonces quedará claro que en el baile, como en la vida, el roce acaba siendo cariño y la repetición, acierto. Fin de la función, turno de los aplausos… y de las preguntas. Porque esta clase abierta también admite diálogo, imprescindible si de verdad se quiere aprender algo.
“Todos tenemos piel y sentimientos y la técnica se aprende”, dice Latorre contestando a la pregunta de si hay diferencias notables en las habilidades de sus alumnos por proceder de lugares tan distantes como Rusia, Ucrania, Estados Unidos, Francia, China, México y Argentina. De pronto, entre el público, una pregunta dirigida a los bailarines sacude también al público: “¿Qué habéis sentido al bailar esa pieza? Yo, al escucharla, he rememorado el día que la estrené y lo he recordado como si hubiera sido ayer y no hace tantos años.Y me he emocionado tanto…” Es Cristian Lozano, que fue primer bailarín del Ballet Nacional de España, hoy de la compañía de Eva Yerbabuena y ha trabajado con ilustres coreógrafos como Shoji Kojima.
Latorre también ha recordado cuando estrenaron Marinero en tierra con Amigo tocando en directo acompañado de una sinfónica en 1998 y los alumnos han hecho gestos con la cara como de desear haber estado allí y entonces. El profesor ha dado las gracias a estudiantes y público, entre el que había varios niños que también han preguntado, y se ha despedido recordando que estas clases de pocos días enseñan a controlar el espacio, trabajar con otras personas y no perder el hilo del propio baile. “Y además, dan como fruto bailes como el que habéis visto, bailes forjados en cuatro días y entre desconocidos. Bailes que son pequeños milagros.”