Título: Caprichos. Baile, coreografía, dirección artística: Javier Barón. Baile, coreografía: Rosario Toledo. Composición, dirección musical y guitarra: José Torres Vicente. Cante: Antonio Campos. Percusión: Karo Sampela. Clarinete: Javier León. Oboe: Jacobo Díaz. Dirección escénica: Alfonso Zurro. Diseño de iluminación: Florencio Ortiz. Diseño de escenografía: Álvaro Delso. Diseño de vestuario: Gloria Trenado. Letras: Antonio Campos, Alfonso Zurro, Calderón de la Barca, populares... Lugar: Teatro Central. Bienal de Flamenco de Sevilla. Fecha: Jueves, 3 de octubre de 2024. Aforo: Lleno.
–“¿Tú sabes de qué tienes tú cuerpo, Javi?”, le pregunta socarrona Rosario Toledo a Javier Barón en un momento de los ‘Caprichos’ que estrenaron el jueves en la Bienal de Sevilla. “-De bailaor”, le responde sin darle a él tiempo, haciendo énfasis en el juego de espejos y paradojas sobre el que se construye esta delirante, divertida y delicada propuesta teatral jonda, dirigida por Alfonso Zurro, que “mira de reojo la serie de grabados de Goya para reactualizarlos, reiventarlos o imaginarlos para el flamenco”.
Lo que se plantea aquí, por tanto, es una ilusión. Una fantasía, tan absurda como sincera, en la que nada es lo que parece sino todo lo contrario. Precisamente lo que hace el pintor en sus estampas satíricas para criticar los vicios y defectos de la sociedad española de la época, desde las clases populares a las ilustradas. “-¿Y con esto qué te quiero decir, Javi? -Que todo el mundo pisa mierdas”, continúa explicándole la pletórica bailaora gaditana a un entregado Barón siguiendo el guion carnavalero que sirve de hilo conductor al original y creativo espectáculo.
Los versos del famoso monólogo de Segismundo que escribió Calderón, cantados aquí por un soberbio Antonio Campos, sirven para abrir y cerrar este necesario delirio que nos recuerda que igual tampoco hay que tomarse la vida -ni el flamenco- tan en serio. Ya saben, el mayor bien es pequeño que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son.
Será por eso que agradecimos profundamente ver a ambos desprenderse de lo que son y lo que representan (Rosario una de las bailaoras más polifacéticas y desenfadas y Barón uno de los maestros del baile más elegantes, refinados, sólidos y rotundos) para atreverse a jugar. Con toda la liberación que eso conlleva.
De hecho, pensamos, cuánta seguridad debe haber detrás de estos artistas y cuánta valentía para anteponer su propio disfrute a la búsqueda de la aceptación. Es decir, para permitirse estos disparatados caprichos y celebrar el baile por el baile, desde la alegría. Con coreografías sencillas y una conmovedora naturalidad que apenas vemos en el flamenco actual donde la rigidez impera tanto en los espectáculos más vanguardistas como en los más clásicos.
Al contrario, en sus momentos solistas, como la pieza del borracho de Barón o el garrotín de una coqueta y grácil Toledo, y en sus maravillosos y compactos pasos a dos (como esas sevillanas interpretadas como los ojos vendados como en la gallinita ciega), los cuerpos de los artistas van fluyendo ligeros, contagiados por la fragilidad y el impulso que propone la excelente música, dirigida y compuesta por el guitarrista José Torres Vicente.
El principal atractivo de la propuesta, más allá de su cuidada factura escénica, radica así en las sonrisas cómplices que se profesan ambos y en cómo Barón, mucho menos acostumbrado a estas aventuras interpretativas que la gaditana domina como ninguna otra flamenca, es capaz de abandonarse y abrazar la locura. Porque, desde luego, la única manera en la que uno puede sumarse al juego es creyéndoselo.
Desvelar la magia de los gags cómicos sería injusto para los espectadores que quieran participar de este idilio de amor, humor y ternura donde nos reímos, nos emocionamos y nos invadió cierta melancolía. Atrévanse mejor a lanzar la piedra de esta rayuela y alcanzar el cielo.