Festival Vaivenes Flamencos
Viernes, 12 de julio, 22:30 horas
Alcalá de Guadaira (Sevilla)
Penúltimo día de los Vaivenes flamencos de Alcalá. Éxito de público
diario que nos da la seguridad de poder contar en el futuro con más ediciones
en las que se incorporen más actividades (exposiciones, conferencias,
publicaciones)… Una vez más debemos dar las gracias a la excelente organización
del evento, al buen criterio en la programación, y a todos cuantos han
hecho posible este festival con vocación de continuidad.
Texto: Juan Diego Martín Cabeza
Fotos: Alejandro Calderón Sánchez
Alegato en favor de lo bello (y lo sublime)
Coreografía y baile: Rocío Molina y Laura Rozalén
Guitarras: Paco Cruz y Manuel Calzás Cante: David «El Galli» Percusión:
Sergio Martínez Palmas: Vanesa Coloma y Popi
Belleza es el esplendor de la forma a través de la materia. Que nadie
les diga que la belleza es subjetiva. No es así, jamás… Y mucho menos
cierto es que la belleza está en el interior (bastante tiene el interior
con lo que tiene). La belleza ha sido durante mucho tiempo fin último
del hecho artístico, pero hoy se mercadea con ella como si fuera cualquier
cosa en esta sociedad de la prisa, del fitness, y el footing, y las dietas
y las cremas y las beauty (and the Beast).
Rocío Molina y Laura Rozalén, porque creen en la belleza, se han desnudado
en una obra personalísima que es al mismo tiempo una descarnada reivindicación
de lo bello en el más puro sentido estético. Precisamente la danza, la
danza flamenca de ayer y de hoy (y bastante de mañana) es la que da esa
lección al mundo disparatado de hoy en día, donde los espectáculos (incluso
muchos espectáculos flamencos), se engullen como si fueran hamburguesas
comidas por la calle. Y nos alegramos más de que sea a través del flamenco
porque este arte siempre se ha significado por ser referente estético
en todos los tiempos históricos en que se ha desarrollado.
Rocío Molina
Rocío Molina
Rocío Molina
Rocío Molina & Laura Rozalen
Turquesa como el limón es un diálogo entre maneras de expresión
que no temen a las habladurías, ni a los criticones, ni a los anticuados,
ni a los supermodernos. Las dos bailaoras se nos entregan en unas voces
en off en las que se van desgranando sutil y amorosamente las personalidades
de una y otra. Un ejercicio de catarsis para echar fuera cualquier atisbo
de posible condescendencia o miedo. No, no hay miedo en este espectáculo…
hay un desparpajo y una seguridad en todo lo que se hace que conmueve
desde el primer momento. Los extremos formales, los dos bailes que parecieran
en un primer momento estar en las antípodas, se tocan al final en la parte
sentimental, emotiva, personal… funciona porque es hermoso, porque a su
manera, las dos bailaoras han buscado por caminos distintos para confluir
en el mismo mar, en una misma conclusión.
Rozalén asume una tradición aportando su propia valentía. Es una tradición
que lleva sin esfuerzo porque la quiere, la respeta, y le aporta todo
lo que ella puede y debe aportarle: un desparpajo y un amor por el baile
que se trasluce en la sonrisa nunca forzada de las alegrías. No es una
risa por alegrías, es una risa de alegría… las diferencias son importantísimas.
Se baila una música pero se aporta una personalidad, una manera de sentir,
una sensibilidad y un gusto arrolladores.
Rocío Molina, que es sin duda, con sus 23 o 24 años una de las bailaoras
más importantes del mundo. Es un portento en su capacidad expresiva. En
sí misma, en su baile por soleá, cabría hacer un tratado entero de estética…
En ese baile Rocío nos ha dejado su Poética, que es el arte de
crear poesía, en este caso poesía (que es belleza) visual.