Cía. Belén Maya
«La voz de su amo» Festival Vaivenes Flamencos
Domingo, 6 de julio, 22:30 horas
Alcalá de Guadaira (Sevilla)
La segunda jornada de los Vaivenes alcalareños nos trajo quizá la
propuesta más arriesgada de cuantas veremos en esta semana. Poco a poco
el público va comprendiendo que se trata de un planteamiento diferente,
alejado de tópicos y prejuicios, con una idea clara de atender a la propia
demanda de vanguardia que el flamenco ha acaparado en toda su historia.
Texto: Juan Diego Martín Cabeza
Fotos: Alejandro Calderón Sánchez
NOSTALGIA DEL PORVENIR
Baile: Belén Maya y Juan Carlos Lérida (artista
invitado) Actor: David Montero Guitarra: José Luis Rodríguez Cante: Rosario
la Tremendita Dj: David J. Fonseca
Belén Maya tiene un lenguaje para expresarse. Un lenguaje buscado, querido,
comprometido. Un lenguaje personal, suyo, y de su tiempo.
Nos deja toda esta obra en su desarrollo y sobre todo en el desenlace,
un especial halo de melancolía, como de algo que se ha ido o que todavía
está por llegar. Está hecho con recuerdos (¿los recuerdos son algo que
tenemos o que hemos perdido?), con retazos de historias flamencas en un
limbo a medio camino entre la tradición embaucadora y el porvenir indeterminable.
Es recurrente en los artistas-actores-bailaores una mirada hacia fuera
del escenario con una inquietud, una desazón… que unas veces consuela
y otras conmueve. Tengo la sensación de que este espectáculo defiende
al flamenco de sus defensores recalcitrantes. Es tan necesario como lo
fue en su día el bigote con el que amaneció la Gioconda. Es saludable.
Nos resultaba indispensable.
En el primer número la Tremendita echó mano de los preciosos tangos de
la Penca para un baile sensual, cargado de guiños arabescos, granaínos
y quizá personales de Belén. Es la actuación más clásica, más añeja, una
especie de espejismo que se nos deshace en una repetición constante, como
de disco rayado… eso es… la bailaora se resiste a la repetición, al
aplauso fácil. Aviso para navegantes. El baile ha sido catártico para
la artista pero también para el público.
Belén Maya
Belén Maya
Belén Maya
Belén Maya
Momento luego para una soleá cantada por la Tremendita y bailada por
Juan Carlos Lérida, lentísimas, las más lentas que hemos visto y oído
jamás… a doscientos sentimientos por hora. Más despacio no se puede…
más despacio es la muerte.
Después un paso a tres: bailaor, bailaora y actor; introducidos por una
cabal de Silverio impresionante en la voz de Rosario la Tremendita, la
cantaora. La grandísima cantaora que además está demostrando que lo es.
Y es un paso a tres, una composición, un cuadro, que rompe con lo mismo
de siempre, con el corsé de los pies simétricos sobre las tablas. Y en
ese momento de creación colectiva, y con muy buen criterio del Dj, mezclador
de sonidos apocalípticos, intervienen entre otros Antonio Mairena o Anica
la Piriñaca en una reunión simbólica pero certera.
La aportación teatral se sustenta en esa nostalgia de lo por venir,
que a su vez se manifiesta en la nostalgia de cosas perdidas… recuerdos
inventados, nunca poseídos. Un padre aficionado que el protagonista piensa
haber escuchado cantar detrás de su puerta, o imagina solitario en la
habitación vecina de las reuniones de los grandes cantaores de su tiempo…
sobre esa nostalgia José Luis Rodríguez desenreda la que quizás es una
de las composiciones más hermosas de la historia del flamenco: la rondeña
de Ramón Montoya. Mientras, Juan Carlos Lérida baila su danza definitiva
y trágica.
El espectáculo pierde algo de su probable intención intima. Le falta
recogimiento en un escenario tan grande, rodeado por las almenas del Castillo
que aportaron tanto a la puesta en escena de Barón el día anterior. Faltan
elementos escénicos que se han suplido con buen criterio. Tremendita y
Rodríguez supieron resolver con pundonor algún problema con el micro que
se convirtió en un momento emotivo al transgredir radicalmente las fronteras
técnicas y escénicas. Pero, con todo, es bueno para el flamenco y para
el público que obras como estas salgan por fin de los espacios cerrados,
y muchas veces minoritarios, a los que habitualmente se ven abocados.