Viernes
13 de septiembre, 2002 24 h Patio del Hotel Monte Triana
– Sevilla
XII Bienal de Sevilla
2002
Dentro de las 84 actuaciones que componen la programación
de la Bienal de Sevilla 2002, algunas de las más interesantes
son las que se ofrecen en el amplio patio del Hotel Triana
en pleno barrio tocayo. Las grandes obras de las grandes estrellas,
en su mayor parte vendidas ya hace tiempo, se han reservado
para lugares más pijos, como el Teatro de la Maestranza,
el Teatro Lope de Vega o el Teatro Central, y los medios se
han dedicado su mayor despliegue a aquellos acontecimientos.
Pero algo importante está ofreciéndose en este
humilde patio, típico de las casas de vecinos del siglo
pasado en Triana: la reivindicación de un flamenco
tradicional y sin artimañas sin el cual las grandes
obras carecerían de todo sentido.
La noche del 13 de septiembre la actuación recibía
el título 'Campiña', para referirse a la zona
sevillana del interior compuesta por Utrera y Morón
de la Frontera, cantaor el primero, tocaor el segundo. De
Utrera venían Pepa de Benito y Tomás de Perrate
en el cante, y Antonio Moya a la guitarra. De Morón,
los venerables sobrinos de Diego del Gastor, Juan del Gastor
y Diego de Morón. El baile estuvo ampliamente representado
por el jovencísimo fenómeno moronense Juan de
Juan. El maestro cantaor veterano, Gaspar de Utrera, orgullo
viviente de Utrera a pesar, o a causa de su fama de bohemio,
y cuyo nombre encabezaba el cartel, no pudo presentarse debido
a cuestiones de salud, y su presencia fue muy añorada
por sus compañeros que habían solicitado que
no fuera sustituido por ningún otro artista.
La noche arrancó con Tomás de Perrate, hijo
del legendario cantaor de Utrera cuya línea sigue con
cariño y precisión, acompañado por Antonio
Moya y Juan del Gastor a la guitarra. La soleá con
la que empezó sabía a Utrera pura, como era
de esperar. En la siguiriya, donde peleaba con una gran variedad
de estilos, su intensidad, su seriedad y sus ganas obvias
de entregarse, no pudieron con los nervios – era como si la
ausencia de su segundo ídolo Gaspar, conllevara un
sentido aplastante de la responsabilidad. En la bulería,
ese ritmo que fluye por el sistema sanguíneo de todo
utrerano, por fin pudo relajarse, y su voz flamenca y varonil
llenó el patio con sabor a Utrera y a fiesta.
Pepa de Benito fue la que entonces subió al escenario,
nuevamente con Antonio Moya a la guitarra. Empezó con
una hermosa y dramática soleá – dramática
por la ausencia de acompañamiento musical. Sólo
la señora, unas palmas discretas y esa voz sabia y
rancia. El sabor del cante de Utrera es fuerte y peculiar,
inconfundible e imprescindible en el corpus del flamenco.
Si está vinculado por lazos familiares y por tradición
con Lebrija, menos tiene que ver con aquella tierra 'lejana'
de los vinos finos y los caballos que es Jerez. Doña
Pepa ofreció unos fandangos por soleá, esa rica
combinación de los tercios floridos del fandango, sometidos
al ritmo escueto de la soleá que siempre ha sido una
tradición en la casa de Benito, pero que por desgracia
ha caído en desuso. Pepa es cantaora natural e instintiva
y tiene algunos momentos crudos, pero todo se perdona ante
la sinceridad y sabiduría de esta pieza clave del cante
de Utrera. Cerró por bulerías con bailecito
incluido.
La primera parte terminó con la guitarra solista de
Diego de Morón. Se dice que su tío era tocaor
'pa' escuchar', y en este sobrino queda la herencia más
pura de aquella escuela primitiva. La soleá con la
que empezó, más bien parecía una 'fantasía
por soleá' debido a las amplias libertades que tomaba
con el compás, y la falta de dirección. El público,
poco acostumbrado a esta forma singular de tocar, se inquietaba
visiblemente, y había comentarios susurrados. En la
siguiriya que tocaba a continuación, Diego parecía
transportado…ido incluso…tanto que no parecían
importarle en absoluto los murmullos. Por fin en la bulería
Diego encontró el carril. Los nervios se esfumaron
y sus conocidas y divertidas muecas irónicas empezaban
a brotar espontáneamente como siempre ocurre cuando
Diego está a gusto de verdad. Tocaba todas las falsetas
'chiste' de su tío y otros tantos originales…ligaba
hasta casi romper las cuerdas, el compás galopaba contundente
como la vida misma, y la gente murmuraba ya de satisfacción
y asombro. Qué diferente a los dulces hilos musicales
y falsetas jazzísticos de la nueva generación
de tocaores, y qué merecida la ovación a pie
del público que Diego había ganado a puro pulso.
La segunda parte de la noche corría al cargo del bailaor
Juan de Juan. Este joven moronense ha logrado situarse muy
alto debido a la protección y enseñanza de Antonio
Canales en cuyo grupo sigue actuando como primer bailaor.
Luce un estilo que recuerda mucho a su mentor, a la vez que
incorpora detalles originales. En el cuadro figuraban dos
paisanos – el tocaor Daniel Méndez y el cantaor David
Sánchez – además del cantaor Guadiana. Juan
no logró bailar con el mismo aplomo que lucía
en el Gazpacho de Morón de este año, pero estuvo
magnífico igualmente. Se detecta cierta falta de sutileza
que puede ser debido al haber desarrollado su carrera principalmente
en grandes espacios teatrales, pero todavía es joven,
y como todos los jóvenes tiene que sentarse la cabeza.
Bailó por siguiriyas, y tras un 'solo' de tres guitarras
(que sobraba), por soleá, donde se quitó los
zapatos momentáneamente para bailar descalzo, con el
mismo espíritu algo rebuscado quizás, con el
que los cantaores se apartan del micro para demostrar que
su dominio es auténtico y no depende de ningún
elemento externo. Destellos del genio canalesco y energía
para vender y regalar.
El lugar común del fin de fiesta aquí pudo
haberse saltado después de la actuación de Juan
de Juan, pero indudablemente fue delicioso ver al joven bailar
con Pepa de Benito mientras que Tomás de Perrate cantaba
los versos por bulerías más identificados con
Gaspar, en un emotivo gesto de representar la presencia del
viejo maestro.
Fotos de arriba a abajo: Portada: Pepa de Benito con la guitarra de Antonio Moya
Tomás de Perrate, a la guitarra Antonio Moya
Diego de Morón
Juan de Juan .
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