PROGRAMA BERNARDA EN SU SOLEDAD: Soleá
de Fernanda Manuel Martín Martín: Exaltación
de Fernanda Fernando Terremoto
– Antonio Higuero – Soleá por bulerías –
Bulerías Antonio Fernández Díaz «Fosforito»
– Antonio Soto : Alegrías – Tarantos Juan del Revuelo,
Martin Revuelo y Martin Chico: Tangos – Bulerías Juan El Lebrijano
– Manuel Parrilla: Soleá – Fandangos
Carmen Ledesma – Concha Vargas
– Esperanza Fernández
– Curro Fernández – Pepa Vargas – Ismael Fernández
– Ismael (hijo) – Paco Fernández – Joselito: Siguiriya
– Soleá – Fiesta por bulerías Manuel Mairena:
Lorquiana y Siguiriya Inés de Utrera
– (Canción por bulería) Miguel Funi (Zambra y soleá) Bernarda de
Utrera (bulería y fandangos) Paco y Juan del Gastor – Antono Moya (guitarras) Todo el grupo: bulerías
Presentación y animado por: Matilde Coral
– Manuela Vargas – Gracia Montes y Jorge Cadaval
Sevilla arremolinada en una noche cálida
abrió sus puertas, el arte se condensaba en un grito
de homenaje a la Ilustrísima Soleá: Fernanda
de Utrera. En pie esperábamos nerviosos ese reconocimiento
tan merecido. Un reguero de flamencos inundó las calles;
todos parecían atraídos por no sé qué
sentimiento, deudores de la cantaora homenajeada.
Fernanda Jiménez Peña, creadora e intérprete
sin par, gitana y flamenca donde las haya, es el cante vivo,
garganta candente que ha llevado el nombre de Utrera por el
mundo entero con más dignidad y jondura que nadie.
Sencillamente irrepetible, inigualable, «cuadratura
exacta del compás».
El Teatro de la Maestranza de Sevilla se quedó pequeño,
ridículo para aguantar tantísimo duende. Un
elenco de artistas de renombre quisieron estar allí
para agasajar al estandarte del cante gitano de la campiña,
de Andalucía, de España, del mundo.
Su inseparable hermana Bernarda, con la solera y la sabiduría
que dan los años, con la experiencia y el privilegio
y el orgullo de haber acompañado a Fernanda siempre
y haber bebido de sus cantes y los de toda su familia, los
Pinini, cantó por soleá de Fernanda.
Bernarda en su soledad, desgarrada, a palo seco lloraba: «Pa cantá por soleá, hay que nacé
en Utrera y a la Fernanda escuchá». Las lágrimas
empañaron los ojitos de gitanos y payos, los oles tronaron
arropando a Bernarda cuando decía de su hermana con
tan grande pellizco. Pidió un aplauso para la convaleciente
cantaora y rompió el público dejándose
las palmas sólo para acariciar el terciopelo profundo
de los cantes sentíos, alegres y tristes, que luego
nos emborracharían de arte.
«Robándoselo a Jerez», tuvimos la
grata compañía en el escenario de Fernando Terremoto,
que hizo gala de su apellido por soleá por bulerías
y por bulerías, donde pegó unas cuantas pataítas
y se recogió la chaqueta aireando con pasitos cortos
pero sobraos de compás.
Fosforito demostró que todavía queda mecha
encendiendo las ascuas de tiempos mejores. Su coraje corría
de lado a lado a cada lance de sus brazos tensos, apretaos
para empujar el cante. Con empaque por tarantos levantó
oles rancios, cargados de conocimiento y melancolía.
Con Juana la del Revuelo se armó la marimorena. Tangos
y bulerías en una actuación histriónica.
Se adornaba el teatro de guirnaldas cuando quebraba la garganta
de esta mujer. Buen humor, buen baile, buena gente para una
juerga.
En
la línea más heterodoxa del flamenco se asentó
Juan Peña «El Lebrijano». Cantó una
canción aflamencada y luego bambera, romance y soleá
de las candelas; perdonen mi ignorancia y mi falta de atención,
pero tenía a mi vera a un hombre mayor hablándome
constantemente y no supe distinguir qué soleares son
esas de las candelas.
Parrilla de Jerez a la guitarra y el monumento de la Paquera
hicieron temblar el Teatro de la Maestranza antes de decir
siquiera buenas noches. El público celebró la
presencia de esta gran mujer, de este torrente insondable
que desafía las leyes de la acústica, que reta
al aire y lo vence. Su portentosa garganta, de otro mundo,
rebosó por soleá y por bulerías. Mítica
intervención, digna de todas las ovaciones y el extraordinario
acogimiento que le dio el respetable, que no se cansó
de aplaudirle y regalarle sentencias flamencas y afectuosos
jaleos. Los años no pasan por ella, sino ella por los
años, paseándose humilde con el tesoro y el
poderío del cante de Jerez elevado a los vientos con
un halo divino, sobrenatural. Antonio Canales y Manuela Vargas
no pudieron contenerse entre bambalinas y bailaron pa reventar
de bien disfrutando como niños bajo la manta de los
ecos de la artista.¡Ole Paquera, ole!
Tras la revolución llegó el descanso, que
bien vendría para digerir lo que aguantaron las tablas
y para prepararse para otras dos horas más de espectáculo.
Por cierto, las guitarras seguro que pudieron cautivar a más
de uno, especialmente la de Paco del Gastor, con ese toque
magistral que tanto le va al cante de Utrera.
La familia Fernández supo mantener a la altura el
homenaje. Carmen Ledesma al baile deleitó a cuantos
estábamos allí. Concha Vargas, Curro Fernández,
Pepa Vargas, Ismael Fernández… todos pusieron el
vello de punta, pero especialmente un chiquillo que no sobrepasaba
la altura de la silla ni creo que los seis años de
edad, haciendo compás por bulerías, por soleá
y por lo que se le venía en gana sin perderse en un
tercio, con más gracia que todos los que pisaban el
escenario.
Este prodigio flamenco cantó por bulerías,
por soleá, por siguiriyas (sí, por siguiriyas)
y por tonás. Absolutamente increíble, admirable,
casi sin explicación. Estemos atentos a los novísimos
valores, que ojalá sigan por el camino que por ahora
lleva este duendecillo. Olvídense de desvirtuar aquello
que cuando se canta «la boca sabe a sangre».
De nuevo desde Jerez nos llegó una joven flamenca
que además de idolatrar a Fernanda, tiene el privilegio
y la responsabilidad de ser reconocida como una de sus semejantes:
la Macanita. Hizo sus cosas y los que estábamos sentados
supimos con qué respeto y qué cariño.
Lució sus mejores quejíos amando en la soleá.
Se presagiaba el final con lorquianas y siguiriyas en la
voz de Manuel Mairena, que a pesar de sus problemas de salud
acudió para vestir el teatro con sones viejos enraizados
en la ortodoxia del cante.
Y puso la guinda Inés, la sobrina de Fernanda, una
mujer buena donde las haya que ha sacrificado (junto con su
hermano Luis) su vida por cuidar de sus tías, queríendolas
como nadie las quiere ni las han querido. Y qué guinda
más dulce, de caramelo, garrapiñada tostá
pero cristalina en sus ecos de canción por bulerías,
ese género tan bien cultivado en la tierra que vino
a nacer. Luego Bernarda de nuevo, que se resistía a
dejar el escenario, entregada por completo a un público
que donó su alma para el reconocimiento de Fernanda
de Utrera: talento, llamarada de jondura.
Cuatro horas de arte sirvieron para corroborar lo evidente,
para reconocer lo obvio. Cuatro horas de arte sirvieron como
excusa para pagar esos momentos de éxtasis en los que
nos vemos todos escuchando a la insigne utrerana. Cuatro horas
de arte para homenajear a Fernanda y aún les parecía
poco. Que Utrera es mucha Utrera; y Fernanda.
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