Texto: Pablo San Nicasio Fotos: Rafael Manjavacas
Pies para qué os quiero
El poderío flamenco actual, la moda de lo que se hace y se quiere hacer, es bailar con los pies. Taconear, puntear… y cuanto más mejor. Son cuestiones más atléticas que flamencas estas, sin duda, pero en muchos espectáculos es lo que hay. Lo que llega o vende, lo que levanta a más gente de la butaca. Y eso que empezamos la noche más que bien…
Aunque menor que en otros eventos de la Suma, el ambiente en los Teatros del Canal no era flojo. Antes al contrario, la concentración de flamencos, sobre todo bailaores salidos de Amor de Dios, la tarde del domingo era más numerosa de lo habitual en un espectáculo de baile.
Casi se podría decir que estábamos ante una aglomeración, un congreso del gremio bailaor madrileño para ver a dos de sus más rutilantes figuras de esta generación que, ya decimos, pisar, pisa muy fuerte.
Alfonso Losa y José Maya, dos flamencos que no superan los treinta pero que ya son gente en esto. Amigos, compañeros y rivales desde sus inicios, estos dos castizos llevan algunos meses con su “Grito” a cuestas, aunque faltaba pasar el examen de “su” Madrid.
Con más de veinte personas sobre las tablas en algunos momentos, el espectáculo propuesto arranca con sobresaliente alto. Con fuerza, escenas bellísimas de cuadro de baile con abigarrada enjundia, montaje audiovisual, mensaje antibélico, cara a cara de los protagonistas, fuerza a raudales, original manera de mover la acción. Son cuatro estampas de inicio francamente logradas.
Lo que aún no nos explicamos es por qué todo se para ahí.
“Grito” tiene una coherencia indudable en su primer cuarto de hora. A partir de entonces lo que se suceden son números de baile individual, independientes, sin nexo más allá de la complicidad entre los dos bailaores, sucediéndose los momentos de flamenco a compás con los de fuegos artificiales.
Rizan el rizo, principalmente a compás de tres (soleá, soleá por bulerías, bulerías a más no poder) y sólo en la farruca de Alfonso Losa se para algo, que no mucho, el metraje.
Cante, toque y baile gitano, racial aunque homogéneo en intenciones y resultados. Coreografías donde Alfonso y José derrochan facultades, fuerza y sobre todo pies. Queda claro que saben moverlos pero el grito desgarrador del principio contra la guerra, o eso parecía, queda en nada con el paso de los minutos y el increíble redoble y disparador repiqueteo de tacones.
Sobre el papel, se podría intuir más variedad estética en dos bailaores de orígenes algo diferentes, pero en “Grito” predomina el baile de vigor gitano y ahí Maya tiene más poder, aunque empaten en facultades.
Se suceden los retos, ahora yo, ahora tú, el cuadro en trance, el cante sísmico femenino resuena sin piedad, los devotos y compañeros del público rendidos, todos abrumados…pero yo quería mi grito, y mi “Grito” se apaga en la noche. El espectáculo enmudece al terminar…
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