Espectáculo: Salvaje moderado. Saxo alto y soprano: Gautama del Campo. Cante y guitarra flamenca: Ezequiel Reina. Percusión: Joaquín Huertas ‘Cani’. Contrabajo: Juan Miguel Guzmán. Cante: Inma la Carbonera. Batería: Guillermo MacGill. Palmas: Torombo y Bobote. Artistas invitados: Rafael Riqueni, Juan José Amador, Pedro María Peña, Gero Domínguez y Cristian de Moret. Fecha: Domingo 20 de diciembre. Lugar: Teatro Lope de Vega.
Qué necesaria es la música y cuánta falta nos hace sentirla cerca. Lo he pensado mucho en este tiempo de pandemia y lo tuve claro este domingo cuando después de más de hora y media de concierto se subieron al escenario del Lope de Vega todos los artistas que acompañaron a Gautama del Campo para celebrar aquello que les une y regalarnos un chute de alegría. Para recordarnos, al fin, el poder liberador de la música y su capacidad para hacernos transitar por todas las emociones.
De hecho, más allá de servir para presentar las sutiles y sugerentes composiciones de ‘Salvaje moderado’, el nuevo álbum del saxofonista, el recital se convirtió en un feliz reencuentro (había sido aplazado en dos ocasiones por el virus) en el que Gautama fue viajando de la nostalgia a la esperanza y del anhelo a lo terrenal, haciendo que las melodías se engarzaran con absoluta sencillez y naturalidad y consiguiendo que tanto con el resto de la banda como con los invitados surgiera un diálogo, distendido y abierto en el que el gesto del otro servía de estímulo.
Es decir, lo que ofrece el músico es un repertorio amable, emotivo e intenso. Su música no es pretenciosa porque no busca el virtuosismo sino la emoción. Por eso, nos hizo conectar tanto en la melancolía de esos quejíos hondos que salieron de su saxofón. O en el mensaje vitalista y enérgico que transmiten otras piezas como las bulerías Calle Moraima o los Tangos del olvido donde Gautama del Campo consigue que los ritmos fluyan sin perder nunca la flamencura (¡Por cierto cuánto ayudaron esas manos del Bobote y de un Torombo pletórico!)
Claro que cuando más lo vimos crecer fue cuando su saxo le cantó a la guitarra sensible y personal de Pedro María Peña en Último fandango en París regalándonos un momento de éxtasis rítmico al que se sumó con acierto la voz fresca de Cristian de Moret. Y cuando sus vientos buscaban el hueco en el que adentrarse en el universo de Riqueni (¡soberbio junto a la voz recia del gran Juan José Amador al que tantas ganas teníamos de oír!) para abandonarse juntos en una suerte de sincericidio musical. En definitiva, Gautama ejerció de generoso anfitrión y consiguió que todos se (y nos) sintieran como en casa. De ahí que el público acabara aplaudiendo en pie y dando las gracias por disfrutar de estos ratos que cada vez se echan más de menos.