Espectáculo: Gatomaquia. Idea coreografía y baile: Israel Galván, Pastora Galván. Guitarra: Emilio Caracafé. Circo Romanès. Canto: Delia Romanès. Poeta: Alexandre Romanès. Telas aéreas y trapecio: Alexandra Romanès. Danza: Alin Romanès. Hola-hoop: Irina Romanès. Malabares: Sorin Romanès. Lugar: Teatro Central. Ciclo: La Bienal de Flamenco de Sevilla - Fecha: Viernes, 2 de octubre de 2020. Aforo: Lleno.
De los 19 gatos salvajes que acompañan al circo Romanès, al Teatro Central llegó sólo uno semi atado -la pequeña Cocotte- que se negó además a hacer el número previsto a pesar de las lonchas de fiambre con las que trataba de seducirle el patriarca de la familia. Un acto de negación, pasotismo e indomabilidad que el público recibió entre asombro y risas por lo patético, lo ridículo y lo absurdo. Y que, inesperadamente, sirvió de metáfora de la propuesta y la postura del propio Israel Galván, que volvió a hacer lo que quiso sin responder a lo que de él se espera.
Es decir, este Gatomaquia, cuyo título es igual de injustificable que su desarrollo, es una obra en construcción, una consecución de piezas inconexas planteadas por y para la experimentación o el divertimento del artista (algo que nos encanta), pero a la que le falta mucho para presentarse como espectáculo.
A pesar de lo interesante y original del planteamiento, que prometía ver a Galván sumido en el universo de este circo francés y desarrollar la faceta paródica y caricaturesca que ha ido trabajando en sus últimas propuestas desde Fla.co.men, lo que encontramos aquí es al mismo Galván de siempre, bailando sobre los mismos elementos reutilizados de otras escenografías (la chapa, el balancín de Arena o el tablao sobre alambres de El final del estado de las cosas) y sin terminar de imbuirse en lo que sugiere una carpa ni por atreverse a sorprender con su baile.
Además, al contrario de lo que ocurre en los circos, que buscan siempre sorprender, mantener en vilo y alertar ante el más difícil todavía hasta el éxtasis, Gatomaquia tiene un ritmo descendente con un prometedor inicio y un final que casi no se percibe como tal. De hecho, es en la primera parte cuando vemos al Galván más cautivador como bailaor clown, recordándonos incluso en lo gestual al gran Harpo. Un juego distendido y loco en el que lo mismo se acompañaba de sonidos guturales, que gritaba “Betis, Betis”, que se sacaba del bolsillo de su delantal serpientes de plástico y pitos rotos, que interpretaba la danza del miau, ya sea con la imprescindible guitarra flamenca de un maravilloso Emilio Caracafé, con la clásica sintonía circense o con el chasquido de sus manos.
Del mismo modo, fue esencial el papel de Pastora Galván, como reina indiscutible de lo cutre Deluxe. Ella, con su baile viejo, sus brazos inabarcables, sus caderas provocadoras y su actitud arrolladora, regaló algunos de los momentos más originales y aplaudidos (como cuando se sube a una plataforma vibratoria) porque supo recoger la intencionalidad de la obra. Ese exceso de brillo con el que se busca cubrir lo decadente.
El problema es que a partir de aquí, y vencida ya la curiosidad de ver sobre el escenario la figurita del elefante o los dos osos polares abrazados, empezaron los números de malabares, trapecio y hula hoops de la familia Romanès, con la que no hubo, como se esperaba, ningún diálogo. Así, el ritmo fue decayendo hasta concluir con un paso a dos de los hermanos sevillanos y un particular fin de fiesta donde por fin las dos familias al completo (incluido la madre y el otro hermano de Galván) salieron a hacer lo que saben al compás canalla del Ama Imi.
Esta escena, que los espectadores recibieron encantados, denotó precisamente aquello de lo que nos quedamos con ganas. Porque en Gatomaquia faltó música (que a excepción de Caracafé, fue poca y grabada), fanfarria, una participación más activa del público, más interacción de todos ymás disparate.
A la salida nadie se atrevía a ser el primero en emitir un juicio sobre la nueva extravagancia del genio. – ¿Te ha gustado? Le preguntaba un amigo a otro del grupo para, tras un silencio largo, añadir, “¿No lo sabes, no?” y acabar todos riéndose. Desconcierto y asombro, al fin. Y eso, sí, es Galván en estado puro. Su verdadero circo.
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