Texto y fotos en color: Estela Zatania
Martes, 29 de marzo, 2005. 2100h. Sala Juglar, Madrid. .
Fotos blanco/negro, de los libros:
“Manuel Soto ‘Sordera de Jerez’”, J.M. Castaño
“Los cantes de Antonio Mairena”, L. Soler, R. Soler
Vivimos tiempos flamencos turbulentos. Imposible negarlo. La enorme separación entre gustos opuestos, por un lado, por lo tradicional, y por otro, el gusto joven por la música fusionada o vanguardista, cada día parece más insalvable, una situación francamente preocupante, no sólo en el sentido comercial más obvio, sino en el cultural o artístico. Un arte basado en la tradición, cuyo desarrollo más intenso sólo ha tenido lugar en los últimos ciento cincuenta años, que goza de una fama tan extendida que decir “flamenco” es decir “España”, incluso cuando tres cuartos de la población no tiene demasiado interés en el tema, se está transformando día a día, y aún no está claro hacia dónde nos dirigimos.
Una situación preocupante que le trae sin cuidado a un individuo que mide metro y medio escaso, y que en estos instantes lo más probable está en su “despacho”, el quiosquito de la esquina de la humilde barriada en las afueras de Utrera donde se reúne con los amiguetes a diario para tomar sus cervezas, hablar de cante, jugar al dominó, escuchar las noticias por la radio y comentar la absurda condición humana.
Gaspar Fernández, conocido por el mundillo del arte jondo como “Gaspar de Utrera” es la personificación del flamenco. Nunca ha tenido teléfono fijo ni móvil, ni nadie lo ha visto llevar reloj. Con 73 años, su buen pelo esculpido a lo Elvis delata un carácter rigurosamente independiente, a la vez que pillín y fantasioso, con un toque de inocencia absolutamente auténtica que le hace uno de los personajes más entrañables y queridos de su pueblo, y figura de culto para muchos aficionados serios al cante.
Los que lo han conocido desde joven siempre cuentan que Gaspar con catorce años, es decir, en pleno auge del fandango y del cante “bonito”, ya conocía los secretos del “cante gitano”, y sabía herir de gravedad por siguiriya. Sesenta años más tarde, el cantaor es un documento viviente, entre los pocos que nos quedan, de la verdad del cante de otros tiempos cuando la música grabada era un lujo de la gente de bien, y los cantes se mantenían en unas cuantas familias mediante la “transmisión oral”, frase estirada que significa que Gaspar canta lo que se cantaba en su casa.
Menuda casa. Sobrino del Perrate de Utrera y de la Perrata, primo de Juan Peña “El Lebrijano”, de José de la Tomasa o el Turronero entre otros, emparentado con la extensa rama de los Peña Pinini de Lebrija y Utrera y familia política de Manuel Torre a través de su tía Tomasa. Referencias inmejorables para un cantaor conocido precisamente por su originalidad, y la profundidad de su eco.
Gaspar de Utrera ha compartido los escenarios más prestigiosos con los mejores artistas de su época, pero desde los años setenta no había venido a cantar en Madrid, ciudad donde alcanzó la fama a partir de su largo contrato en los Canasteros, el tablao de Manolo Caracol que un día abandonó de sopetón para regresar a casa sin despedirse de nadie porque no soportaba el ruido de los coches y le aturdía la ciudad.
Gaspar con Bambino, Caracol, Sordera
La noche del 29 de marzo, 2005, el bohemio regresó a Madrid, y la Sala Juglar fue el lugar donde vino a parar durante unas horas para ofrecer su visión, siempre honesta y directa, del cante. Guste más, guste menos, Gaspar es incapaz de fingir o disfrazar los tercios, y esa sinceridad le ha ganado tantos seguidores como detractores. Abrió con tientos, cante que siempre viste de jondura haciéndote preguntar “¿porqué los demás no sacan más provecho de esta forma que tantos emplean como entrada de tangos?” Por soleá, el cante que más identifica a Utrera, estilos clásicos llenos de sabor y detalles personales. Seguiriyas del que es uno de los grandes seguiriyeros de nuestra era. Cortas, internalizadas y herméticas, con el quejoso lamento que es el sello de este cantaor, sabiamente administrado. Gaspar levanta vello sin acudir jamás al efectismo ni hacer concesiones de ninguna clase, y supo arrastrarnos a todos con la resaca de sus “oleaítas de la mar…” que empleó para rematar.
Boda del Lebrijano: Pepe Pinto, Antonio Mairena, Pastora Pavón. Lebrijano y Gaspar a la derecha.
Tras contarnos sus aventuras con el monomando de la ducha del hotel, Gaspar interpretó unos tarantos, otro cante al que aporta algo muy suyo, terminando por bulería sin salir del tono minero. Más cantes por soleá, por siguiriya, y para terminar, una bulería romanceada con ese aire tan diferente al de Jerez. Francisco Fernández Loreto, “Curro de Jerez”, hijo del Serna, jerezano afincado desde hace años en Madrid y gran aficionado al cante, proporcionó toda su sabiduría y gusto para apoyar el sabroso cante del utrerano.
Los presentes en la reducida sala quedaron prendados del arte del veterano maestro que había salido de su querido pueblo y montado en el AVE para llegar a la capital y expresar mediante el cante las vivencias de toda una vida con el flamenco.