Baile: Mª Angeles Gabaldón Toque: Antonio Soto Cante: Manuel Cuevas
GANADORES DE LA UNIÓN.
Apoyando de nuevo a los jóvenes artistas, el Ciclo
Flamenco Viene del Sur acogió en el Teatro Central
de Sevilla la actuación de los ganadores de la pasada
edición del prestigioso concurso de La Unión.
Manuel Cuevas al cante, Antonio Soto a la guitarra y Mª
Ángeles Gabaldón en el baile, se dieron cita
el pasado martes uno de abril a las nueve de la noche.
Abrió el baile por peteneras, ese palo trágico
surgido de las desventuras de una mujer que provocó
el sufrimiento de muchos. Vestía Mª Ángeles
una osada bata de cola amarilla que arrastró con elegancia
durante su interpretación. Dio ejemplo de la gallardía
del baile sevillano y dominaron sus filigranas con el mantón,
un mantón violeta cuyos flecos besaban el aire formando
dibujos extraordinarios, muy resultones, que quizás
intentaban suplir la falta de coraje que aún muestra
la bailaora. Su técnica no pasa inadvertida pero, a
pesar de su bello porte, Mª Ángeles Gabaldón
todavía carece de esa jondura expresiva de la que necesariamente
tiene que beber el baile flamenco para conseguir que se ericen
los vellos del aficionao. Debe madurar, si es que posee recursos
para hacerlo.
Antonio
Soto fue el encargado de proseguir con el espectáculo.
La soleá templó las cuerdas de su guitarra,
una soleá profunda, dramática, perfectamente
reconocible, algo que es de agradecer ya que la mayoría
de las figuras del toque que vienen apareciendo ciñen
su arte a la demostración poco humilde de sus habilidades
con el instrumento. Lejos de abandonar la complejidad, Antonio
se perdía por las entrañas de la sonanta que
permanecía sumisa ante las caricias y el buen trato
que la hacían sonar tan flamenca.
Sus composiciones son un homenaje continuo a los grandes
tocaores de la historia del flamenco. Se intuyen claras influencias
de Paco de Lucía y de Manolo Franco, también
ciertos matices de la guitarra de acompañamiento de
Juan Habichuela o incluso del corte y estilo de las de Morón.
Lució igualmente en la taranta. Por alegrías
y bulerías tocaba con aires más comerciales
y efectistas, abundando en picados vertiginosos y con tonos
inesperados que al oído le costaba seguir. Ritmo trepidante
y falsetas que podían provocar el fallo fueron los
pilares sobre los que alzó con éxito estas piezas.
Por cierto, un repertorio extremadamente largo, de difícil
digestión: corazones compungidos latían ante
tan soberbio tañir. Con un merecidísimo baño
de palmas el público le devolvió la entrega
con la que Antonio Soto le hizo disfrutar.
Llegó
el turno de Manuel Cuevas, que calentaba su garganta con cantes
de levante. Aclaró los motivos de la concesión
del premio que pasea tan sólo con entonarse y buscar
su sitio. Por mineras anticipó un repertorio prometedor,
aunque luego no supo estar a la altura. Así como lidia
con cierta facilidad con estos duros palos, Manuel no sabe
cantar con soltura por cantiñas y seguiriyas, cantes
con los que se estuvo peleando infructuosamente.
Los fandangos valientes fueron culpables de llamar de nuevo
la atención. Las letras no podían tildarse de
exquisitas pero la garra con las interpretó, una de
ellas a palo seco, revelando algo que ya se apreciaba: su
fortaleza, su potencia de voz, bien supo sortear las deficiencias
«literarias».
Y como ya nos había anticipado a algunos antes de
su actuación, fuera de programa, se atrevió
con una estupenda saeta por seguiriya rematá por martinete.
Como saetero, este vecino de Osuna dejó un buen sabor
de boca.
Tras dos horas de espectáculo, cerró el baile.
Un taranto sentío que acompañó al cante
Curro Fernández y Manuel Lombo. Cuando se alcanzaron
ciertas cotas de recogimiento surgió una grabación
por levantica de Juan José Amador; ya conocemos los
atrevimientos de este hombre. Acompañamiento de guitarras
eléctricas, bajos y batería para un tema «rockero»
que fue ilustrado con una coreografía no muy bien organizada
en la que entraron en escena tres bailaoras más que
subían y bajaban de unos podios que simulaban unos
riscos de piedra. Iluminación discotequera, ademanes
semejantes a los que hacen «Las Ketchup» y el asombro
de un público que desestimó luego por lo pasillos
del Central esta innovación.
Personalmente, aplaudiría a Juan José Amador
pero no a Mª Ángeles, que si por algo merecía
un reconocimiento es por atreverse a esto, ya que si se quiere
renovar hay que hacerlo entendiendo a un mínimo de
calidades. Compases perdidos, movimientos copiados de otras
bailaoras y poco sincronismo entre las componentes son algunas
de las muchas carencias del montaje coreográfico.
O el jurado de los concursos aplica criterios ajenos a cierta
sensibilidad artística de la que participamos muchísimos
aficionaos, o pocos son los valores que aspiran al reconocimiento
público a través de estas «competiciones»,
cosa que dudo, puesto que en cada teatro, en cada peña,
en cada esquina, cada día… consigue marearnos de
arte cualquiera de cuyos méritos quiere luego hacerse
dueño un don nadie que ama el flamenco. Al flamenco
que deja dinero, claro.