Texto y fotos: Silvia Cruz Lapeña
Entidades de discapacitados celebran una gala en el Hogar Virgen de los Reyes para mostrar lo aprendido en los talleres organizados por Aula Arte para la Bienal.
Los flamencos no miran al suelo
A la puerta del Hogar Virgen de los Reyes las visitas llegan hoy vestidas de gala. “Ven, deja que te pinte los labios”, le dice una mujer a una chica vestida con falda de volantes y flor en el pelo. Las familias y amigos de las 60 personas que han hecho el curso “Integración a través del flamenco” en el marco de La Bienal esperan a que los suyos se suban al escenario para mostrar lo que han aprendido en las clases. Tienen dudas, cómo no tenerlas, teniendo como tienen estos artistas las mentes o los cuerpos, a veces las dos cosas, malheridos.
En el backstage, los cursillistas hablan sin parar y su murmullo se une al ruido de sillas de ruedas que salen y entran del patio al teatro y de los monitores que dan órdenes para procurar que todo salga bien. Se notan los nervios. Cristina Aguilar, licenciada de Pedagogía y bailaora de conservatorio formada en danza española ha sido la encargada de enseñarles lo que hoy saben. “Yo tengo una prima con Síndrome de Down y eso me hizo interesarme por la discapacidad.” Explica que su plan es montar una academia especializada en este asunto pero mientras, trabaja para Arte Aula, la entidad que ha organizado el curso incluido en la programación de la Bienal.
En todas partes
En las butacas, familiares y amigos ansiosos por ver a los suyos. Al escenario van saliendo los siete grupos ejecutando sus palos. Las chicas con autismo bailan por sevillanas acompañadas de monitoras y sólo mueven los brazos. La gente las acompaña, les gritan “guapas” y cuando llegan a la tercera pieza, una se ha perdido y otra se ha venido arriba. Siempre hay algo triste en un movimiento a medias pero en este caso, además, habita una lección. Las clases se enmarcan en las actividades del ciclo “El flamenco está en cualquier parte” y viendo a estas personas actuar, es obvio que lo está.
Está en el fallo de la cabeza que impide a alguien mover las manos a voluntad o en una articulación que nació muerta y se mueve impulsada sólo por el deseo. En esos huecos, en esas fallas, también entra la música porque es lo único capaz de colarse por cualquier parte. Incluso quien no oye, nota su eco. Incluso en ese chico que sale a bailar por tangos apoyado en un andador y se mueve y sonríe sintiendo que es posible echar a correr.
Otra incapacidad
En las siete actuaciones, dos profesionales de lo jondo acompañan a los artistas: Laura Román al cante y Antonio Gámez al toque. Cantar y tocar para atrás es vital para el que baila, es un acto de paciencia y de generosidad por parte de quienes acompañan y en este caso, se multiplica. Román y Gámez tienen hoy claro que no van a destacar ni a llevarse un aplauso. Y no les importa ajustar su cante, acelerarlo o atrasarlo, para ceñirse a este grupo de artistas ocasionales.
Tampoco a Cristina Aguilar le importa repetirles las veces que haga falta que sonrían, que no miren al suelo. Ella está en la platea, frente al escenario, haciéndole de espejo a sus alumnos. “Se te encoge el corazón, ¿verdad?”, dice una señora mayor que ha venido a ver bailar a su vecino. Y sí, se encoge el corazón. Se encoge al verlos darlo todo, hasta lo que no tienen, para sacar adelante el espectáculo. Y se encoge cuando en el backstage no se ve una triste rampa que les ayude a subir a los camerinos que están en el piso de arriba y que les recuerda las trampas que sortean todavía en muchos espacios públicos.
Por ese y otros motivos, su presencia en un evento de relevancia nacional e internacional como la Bienal de Flamenco de Sevilla es un buen escaparate para recordar que todas esas entidades llevan trabajando desde finales de los setenta por darle dignidad a sus familiares. Lo hacen sin rabia, sólo recuerdan su historia de lucha constante, y lo hacen a unos cuantos metros del Parlamento andaluz, desde donde algunos miembros del PSOE parten rumbo a Madrid dispuesto a matarse con los suyos mientras aquí, un señor con Síndrome de Down deja estupefacto al respetable con su golpe de cadera. Pero los políticos hoy están a otra cosa y su incapacidad es de otra índole.
De la lágrima al júbilo
Sigue el show y las primera lágrimas del público se han convertido en júbilo. “Esto es puro espectáculo”, dice ahora la señora a la que antes se le encogía el corazón y sigye jaleando a su vecino, un joven con parálisis cerebral que va en silla de ruedas y le ha tocado ejecutar un fandango. Superada la lástima, llega el humor y los padres y los familiares empiezan a reconocer que no lo hacen bien pero que qué importa.
“A la mayoría les falta coordinación y tienen problemas de movilidad pero bailar les hace mucho bien, les da elasticidad, los activa y mejora rápidamente”, explicó Aguilar a Deflamenco unos días antes de la gala. “En cuanto me ponga las plantillas, me ‘sale niquelao’”, explicaba en los ensayos Mónica Reyes de la Rosa, valenciana criada en Sevilla de 43 y usuaria de la Asociación de Familiares, Allegados y Personas con Trastorno Mental Grave (Asaenes). En su práctica de los tanguillos mostró mucho ritmo y es cierto que en la exhibición estuvo mejor que ensayando. “Las plantillas, en cuanto me pongo las plantillas, todo cambia.”
“Moved el culito, venga, venga, venga. Y sonreíd, haced el favor de sonreír y mirar al público.” Todas las órdenes que dio Aguilar en los ensayos se cumplen en el escenario sólo a medias pero ella se da por satisfecha. El público también y por eso la gala se convierte en una fiesta.
Entre los artistas también se hacen chanzas, se ríen de lo mal que le ha salido un determinado paso al de al lado y se burlan de su propia falta de compás. “¿No te parece que me río de más?”, le preguntó un hombre que pasa de los 50 a Cristina durante un ensayo mientras luchaba por acordarse de no ir bajar la mirada. “No importa, lo importante es que no vayáis mirando al suelo, ni en el escenario ni en ningún lado,” le contesto su profesora casi sin pensar. Fue el consejo que mejor aplicaron sobre las tablas. Y el más valioso.