Museos de la Atalaya. 20.30 horas
Ciclo Muy Personal – Festival de Jerez
FRANCISCO HIDALGO CÍA. FLAMENCA MOSCAS Y DIAMANTES
CARLOS CHAMORRO, dirección escénica; ANTONIA JIMÉNEZ, dirección musical
Vídeo – Galería fotográfica
Quince minutos antes de la hora prevista y bajo los soportales del patio de los Museos de la Atalaya, deambulaba sin rumbo Francisco Hidalgo. Descalzo y catatónico, caminó entre el público y accedió a la sala como uno más ante el asombro general. Se derrumbó en el pasillo central tratando de desprenderse de las ropas que lo hacían moverse pesado y zombi, apenas sin vida. Esas capas como condicionantes vitales. Y, claro, nos toca arremangarnos para detectarlas y reconducirlas.
Este proceso, al que parece querer aludir este bailaor de Algodonales, no resulta en la vida ni fácil ni rápido ni agradable. Tampoco en el baile, tal y como fue desgranando después. A este original y curioso inicio se le suma en seguida una puesta en escena ecléctica, con una estructura a medio camino entre un árbol que llama a la raíz y la tierra y un aroma industrial y abandónico. Un terreno provechoso para revolver y transformar.
Rápidamente la guitarra de Antonia Jiménez arroja luz. Ella toca y compone para esta pieza acompañando sin invadir, y Paco escucha su guitarra sentado sobre el suelo sin quitarle ojo, como un nieto que oye a su abuela contar algo mil veces pero que no deja de serle inspiradora y que, de algún modo u otro, la tiene siempre presente. Jiménez, sin aparente protagonismo, pero fundamental en todo el montaje, aparece como una especie de Pachamama que todo lo ve, y su música llega a todos los rincones como un manto protector para el proceso. Así, baila por Levante (taranta, minera, taranto). Después, ya con Miguel Ortega sobre las tablas y con un bajo eléctrico en manos de Jiménez, bailará con ardor y gusto los Cantes del Piyayo (Tangos de Málaga).
Y se queda en soledad en el escenario como en un trance que le impide hablar. Parece poseído. ¿Es la noche oscura del alma quien lo invita al otro lado? ¿Cruzará? ¿Cuáles serán las consecuencias? En ese momento Iván Mellén, este percusionista sagaz y poliédrico, saca el chamán que lleva dentro para hacer un dúo en rojo tribal con el protagonista y aprovecha para percutirlo todo, incluso al bailaor, junto a sonidos salidos del bosque de Blair, mientras el gaditano soporta y sostiene los golpes que sobre su cuerpo conformarán un patrón rítmico que le ayudará a recuperar el habla, no sin antes pelearlo con fiereza por verdiales, malagueña y rondeña. Es Mellén el guía que le incita a la purga y proceso de depuración. No sabemos por qué, pero funciona.
No te metas en mi vida y déjame vivir tranquilo, grita Hidalgo por fandangos. A partir de ahora, bailará con una margarita anidada en la barba mientras se suceden otros fandangos (de Paco Toronjo y de Lucena). Parece que llega la calma, deja de luchar, pero no porque se rinda o se resigne, sino porque ya está al otro lado. Ejecutan una placentera versión de Caballero de fina estampa de Chabuca Granda, acuden a la soleá acordándose de la Serneta y cierran con corrillo disfrutón por las bulerías más serenas de Utrera.
Redonda y coherente propuesta de este bailaor vigoroso que se crece con la compañía que trae arriba y abajo del escenario. En este sentido, además de los músicos ya mencionados, cabe resaltar el trabajo escénico de Carlos Chamorro, con los elementos seleccionados -de Miguel Ángel Reglo-, que pulen la idea y la consolidan; un diseño de luces de Jesús Díaz que sorprendió por lo certero sin quedarse en vacío en ningún momento (nada fácil, claro está, como todo proceso de purga) y la presencia de Belén Maya en el proceso de investigación-introspección que, si realmente quieres espantar las moscas y la mierda, conviene atreverse a mirar ahí. Gracias por arremangarte, Paco.