La luna se arropaba la noche del pasado martes 21 de
enero en Sevilla. Sentía escalofríos de antaño,
inquieta por escuchar a Chocolate y a Melchora Ortega, dos
artistas flamencos de valías casi incuestionables que
inauguraron a las nueve en punto una nueva edición
del programa «Flamenco Viene del Sur».
El Teatro Central llenó el patio de butacas con celeridad.
El público esperaba ansioso. Se encontraban allí
ricos y pobres, gitanos, payos y por supuesto chinos o japoneses:
no tuve la suficiente agudeza para distinguir en la oscuridad
su procedencia. Pero sí que se les notaba la alegría
por tener el privilegio de haber conseguido sus entradas para
el espectáculo. Se agotaron las localidades y muchos
aficionaos se concentraban en la puerta echando de menos esas
reventas que en los partidos de fútbol solían
conseguir. Esto era más serio.
Dos sillas de aneas aguarban los quejíos y los rasgeos
tintadas de rojo, iluminadas con la pasión de los ojos
de un aforo revuelto y joven. Salió al escenario entre
aplausos Melchora Ortega, que comenzó a cantar por
malagueñas acordándose de La Trini : «Que
no la mires, ni la pises, la tierra quea mí me cubra…».
Supo aguantar el primer envite y templó su garganta
ronca, pero el maldito resfriado mermó sus aptitudes
haciendo que Melchora se presentara más contenida que
de costumbre.
El calor se adentraba en las entrañas
de la cantaora cuando la soleá salió de sus labios.
Pascual de Lorca acompañó a la jerezana en
sus cantes, una guitarra sobria que pocas veces estuvo a la
altura, aunque no se iba de compás. El calor se adentraba
en las entrañas de la cantaora cuando la soleá
salió de sus labios. Tiró el mantón al
suelo como si no quisiera molestar al aire. En este palo luchó
acompasada y sin prisas demostrando que sabía. Se paseó
por Alcalá, por Utrera y por Triana y no quiso olvidarse
de Frijones al rematar la faena.
Antes de la seguiriya volvió a mojar su garganta:
agüita fresca para seguir con la pelea. Cantó
firme y despacio recreándose lo justo en melismas;
profunda, sentía… Del público se alzó
una voz diciendo: «¡Búscate Melchora,
amo allá!». Y encontró la pureza poniéndonos
los vellos de punta en más de una ocasión. La
guitarra poco le aliviaba pero el poderío de la muchacha
llenó la sala de aplausos y emoción.
Bailó con arte
y gitanería, cantó pa quitarse el sombrero
Terminó por bulerías. En este terreno se encontraba
cómoda, como en casa; tanto es así que se quitó
los tacones y se puso en pie para abrirse al respetable. Bailó
con arte y gitanería, cantó pa quitarse el sombrero
(o los zapatos ) y consiguió dejar alto el escalón
para que Chocolate siguiera deleitándonos. Tenía
la responsabilidad de ir de la mano del genial cantaor. El
cartel pesaba demasiado y Jerez tuvo parte de culpa.
Tras el descanso para digerir los ecos que allí sonaron,
Antonio Núñez Montoya, «El Chocolate»,
arrancó una ovación que solicitaba el codiciado
tesoro de esta figura. Balanceó el cante como le dio
la gana en los tarantos y cartagenera acompañado a
la guitarra por Antonio Carrión, quien supo provocar
muchísimos oles, tantos como el del semblante moreno.
Sus deítos se movían con compás, con
arte… extraordinario.
Balanceó el cante
como le dio la gana en los tarantos y cartagenera
El Chocolate presionaba a la guitarra condenándola
al placer de alargar cada cante, como si leyera nuestros pensamientos.
Atónitos quedábamos ante sus maneras.
Siguió por serranas, aunque dijo que no quería
cantarlas porque hacía mucho frío. Las carcajadas
tampoco faltaron durante su actuación: es un cantaor
viejo, conocedor del cante, entrañable. Tan sólo
hace un año que recibió un premio «Grammy»
al mejor artista latino y se le acaba de proponer candidato
para la concesión de la Llave de Oro del Cante Flamenco.
Alguien vociferó en el teatro preguntando por la llave.
Chocolate, humildemente, contestó: «cuando
quieran».
La serranas suelen figurar frecuentemente en el repertorio
del artista, quien afiirmó que no quería que
se perdieran y las arrinconaran en una esquina. Respetando
siempre su jondura, Antonio Núñez flaqueó
en este palo desentonando, tocado por la vejez y su típico
garganteo; ahora más acusado. Aún así
gustaba, ya que llevó bien los tercios y los aderezaba
con su personalísimo sello.
Fue en la soleá donde nos dejó impresionados.
Se metió en la Alameda con Vallejo y Pavón.
Soleares de la Serneta y del Mellizo colmaron el gusto de
los flamencos y el Chocolate más espeso se derramaba
lentamente cautivando corazones. El cante dolía: era
como cientos de púas que arañaban en lo más
profundo. También en las seguiriyas de Cagancho, del
Loco Mateo y de Lacherna. ¡Vaya dos Antonios¡
exclamaron en el patio de butacas. Antonio Carrión
y Antonio Núñez le dieron muy buen sabor a la
noche. «Apregonaíto me tienen…»
y «..los días senalaítos de Santiago
y Santa Ana…» cayeron como el martillito en el
yunque desde sus adentros. Oles y oles.
…fandangos para rasgarse las
vestiduras
El final se presentía y muchos arrugamos el programa
de mano en un intento de apresarlos para que volviera a empezar.
Chocolate cantó por fandangos, por fandangos chocolateros
que tiznaron a más de uno marcándolo para los
restos. Cuatro lances rajaos y con soltura, con la garra del
que le privan la palabra, rancios, magistrales. El público
no se conformaba y tras una larga ovación, viendo que
salían ya entre bambalinas, taconeó haciendo
compás por bulerías. El teatro temblaba, no
sé si de miedo por que se iban a los camerinos. Pero
volvió Chocolate, se sentó y sentenció
con otros dos pares de fandangos para rasgarse las vestiduras.
Nos despedimos en pie y el murmullo cerró el Central.