De la plaza a La Plazuela

Se cumplen diez años de un festival que buscó su identidad en la figura de Sabicas y desde el primer instante tuvo en Pepe Habichuela un embajador de arte. ¿Dónde te metes? me pregunta con cariño. Le digo que voy de un lado a otro, de una Plaza a la Plazuela y que no paro. “Sí, en Pamplona se hace mucho deporte” me dice entre risas. Todo queda cerca, los conciertos, los pinchos y los restaurantes, el hotel… y vamos andando a todos lados. Por la tarde de camino al concierto de la Plazuela paso por delante del Palacio de Ezpeleta donde Pepe Habichuela ofrece un concierto junto a La Tana, la cantaora que sustituyó a ultima hora al anunciado Potito ausente por indisposición. “Antes del concierto estaba nervioso pero ha habido una conexión muy buena” le dice Habichuela al director del festival Arturo Fernández en presencia de Jose Manuel Gamboa una de las personalidades del flamenco actual, autor del libro “Las cartas de Sabicas” un libro que nos acerca la personalidad del guitarrista que vivió muchos años en Nueva York, ciudad a la que Gamboa le ha dedicado cuatro libros de andanzas flamencas.

Cuenta Pepe Habichuela que el primer disco que escuchó de Sabicas lo trajo su hermano Juan Habichuela al regreso de sus actuaciones en el pabellón de España de la Feria Mundial de 1964-65 celebrada en Nueva York. A Pepe le gusta el público de Pamplona por su manera de compartir el silencio con los artistas y eso le llega al alma especialmente a guitarristas y tocaores.

La sala Zentral está en el corazón de Pamplona al lado de la calle de la Mañueta donde nació y creció Sabicas. La sala está llena de un público juvenil que se sabe las canciones de La Plazuela, una banda de Granada liderada por Luis Abril ‘Nitro’ y Manuel Hidalgo ‘Indio’ en el que fusionan flamenco y electrónica que está triunfando con las canciones de su primer disco “Roneo funk club”. Hace unos años les hubieran llamado “mestizos” pero esa etiqueta se quedó vieja hace muchos tiempo. Ellos prefieren llamarlo neo-funk y una muestra de ello es que protagonizan la portada de la revista Enlace funk, una de las escasas revistas musicales que aún se edita en papel.

La génesis del grupo se sitúa en la ruta de clubs de Granada haciendo versiones ajenas; con la pandemia surgieron canciones nuevas, cambio de formación y desarrollo de una estética que roza la peluquería neo-quinqui con las raves donde se mezcla el acento sureño con la máquina. Así que a ratos parecen que van a tocar una de los Chichos y a la siguiente aparece el sudoroso bajo funky heredado de los orgullosos músicos negros contemporáneos de los Panteras Negras. Aún no han lanzado un mensaje del calibre de “Black is beautiful” pero van uniformados con camisas-como-de-bolera y cuando hacen un reggae lo disfrazan (y lo ronean) para que parezca otra cosa. Es una banda en construcción aunque por su concierto parezca que han triunfado. Tienen pocas canciones del calibre de Peiname Juana pero a este público no le importa el dato.

Hasta ahí la teoría, según avanza el concierto y llegan los bises, los aires flamencos se disipan y aquello se convierte en una rave. No puedo asegurar que fuera una interpretación de los “Tangos de la copera”, en el video aparece Enrique Morente, sin embargo yo soy de otro palo (criado en la rabia contra la máquina) y mis tripas se indignan ante el barullo de una máquina sin palmas ni compás. Desubicado, me voy al pincho con los amigos de Pamplona mientras se forma un corro que jalea la vuelta a la fiesta. Una ronda más tarde el corro sigue ahí buscando el compás.

 
&nbps;

DE LA PLAZUELA A LA PLAZA DEL CASTILLO

Decíamos ayer que La Kaita no es una cantaora para todos los paladares. El día había nacido fresco y nublado. Pero fue salir La Kaita al balcón donde Sarasate tocaba para sus vecinos, cuando apareció un sol rutilante. ¡Ala, otra vez a buscar una sombra! y entonces ocurrió lo que veníamos añorando, un escalofrío, un duende con refrigerador que te pone de punta los pelos del cogote cuando reconoces aquello que iba a escuchar Camarón cuando iba a Badajoz buscando a la Kaita. La cosa se volvió de ida y vuelta cuando, dominada por el paroxismo de la situación, la Kaita se acordó del grito de Camarón y entonó los primeros versos de ¡Viviré! Ese instante en el que todo se para y ese eco te invade el cuerpo y, al rato, estás a los pies de la Kaita como si ella fuera el cristo de los gitanos pero vestida de rosa.

Dice la novela y la película que “el cartero siempre llama dos veces”. Al principio uno intentaba encontrar a un funcionario de correos o similar. No iba de eso, aunque el diablo tentaba al destino y al remitente. Eso es lo que le pasa a la plaza del ayuntamiento que es famosa en todo el mundo por el chupinazo y con el paso del “Flamenco on Fire” se ha convertido en una plaza de arte flamenco en una imagen reconocible por el mundo mundial. Las doce acababan de dar cuando apareció Vicente Soto Sordera en el balcón del ayuntamiento y cantó magistral, abajo la única división de opiniones era entre los que querían sentarse en el suelo y los que prefieren escuchar de pié. Cantó La Tarara, letra de Federico García Lorca. Por lo “bajini” un tipo flaco y con tatuajes le preguntaba a una chica con la oreja tachonada de piercings. ¿Eso no es de La Plazuela, el grupo que vamos a ver esta tarde?
–Mira que eres bruto, eso es de Camarón.
Todos llevan parte de razón.

Salir de la versión móvil