Flamenco On Fire 2022: resistencia sin perder jamás la ternura

María José Llergo - Flamenco on Fire

María José Llergo - Flamenco on Fire

Programación Flamenco on Fire 2022 – Toda la información

Qué hartura de buscarle siempre definiciones y etiquetas a todo; meter las “cosas” en compartimentos estancos que, de tan guardados bajo siete llaves, comienzan a enmohecerse. El flamenco no ha corrido mejor suerte, antes al contrario: sólo tenemos que acercarnos a las palabras que, como automatismos, surgen al nombrarlo, y se desprenden de él como si fueran sus apellidos.

Aquí no te vamos a decir qué es. Tendrás que buscar en otra parte. Sí sabemos, en cambio, qué tiene: ese punto equidistante entre la ternura, al borde del llanto primitivo, y la capacidad de resistencia; el elixir nacido del combate ante las fatigas y su rendición. Ayer en Pamplona tuvimos de esa medicina, que es vicio y antídoto a la vez, a raudales.

El histórico tato Juan Villar (con Nono Reyes a la guitarra) estrenó el emblemático balcón pamplonica del Ayuntamiento, con una plaza sorprendida y entusiasmada al recibir los tangos, la soleá y la bulería. Cantó con la fuerza de la historia, porque no se comprende cómo de un cuerpo tan enjuto sale tanta furia. Quizá, de la camisa negra con transparencias que estrenó el gaditano para la ocasión. Sabemos que la eligió su mujer en Cádiz. No hay quién. Quien pueda, que empate.

El segundo balcón –tienen muchos y muy bonicos por aquí, se comprende- lo ubicamos en el hotel La Perla, en plena Plaza del Castillo, donde la muchedumbre esperaba con ardor la llegada de la guitarra de Javier Ruz y la presencia del multipercusionista Carlos Urroz. Su intervención, quizá demasiado larga para la impetuosidad del sol, recibió entusiastas ovaciones a cada paso, especialmente tras las alegrías, el palo que por antonomasia está emparentado con las tierras altas del Ebro. En ese vértice encontraron ambos la comodidad para disfrute del personal, que tenía unas ganas de bailar que ríanse ustedes de UPA Dance. 

Galardonados Flamenco on Fire 2022

Como en romería, nos dirigimos hacia el Nuevo Casino de la ciudad, un emblemático edificio de 1856 donde tuvo lugar la entrega de los galardones de esta edición como reconocimiento al apoyo y sostén al arte que hasta aquí nos trae. El acto, presentado por Luis Ybarra, fue especialmente emotivo por las palabras de los galardonados: Pepe Lamarca, José María Velázquez-Gaztelu y Blanca y Juan Manuel del Rey, del Corral de la Morería. 

Fue Miguel Morán -artífice de Flamenco On Fire- el encargado de entregarle la estatuilla del escultor de Estella Carlos Ciriza a Pepe Lamarca. Este aclamadísimo fotógrafo argentino afincado en Cantabria; al que jamás se le fue su tonada ni mucho menos el carisma magnético que le llevó a codearse con los flamencos más aplaudidos del momento. Siempre cuenta que sin ese roce, sin tejer redes previas, sin generar espacios para compartir, las fotos no tienen el sabor que les conocemos y por el que las adoramos. Emocionaron sus palabras, también las de Velázquez-Gaztelu que, habiendo agradecido a sus compañeros su contribución “no sólo al flamenco, sino al arte, a la música y a la cultura” en general, acudió a las palabras de su amigo Luis Rosales que decía: “la mejor manera de agradecer algo es diciendo muchas gracias, así que: muchas gracias”. Preciosas palabras también de la bailaora Blanca del Rey que, junto a su hijo Juan Manuel, rememoraron momentazos vividos en ese templo del flamenco de Madrid, escenario de una y mil aventuras, el celebérrimo Corral de la Morería, convertido hoy en día en santuario habitual. La voz y la guitarra de Carlos de Jacoba pusieron punto y final a un acto en el que la afición y las fanses como yo pudimos seguir alimentando las alabanzas a los mitos.

A quien no se le derritió el alma con las dos últimas actuaciones del día, podría pedirse hora en el médico. La ternura, y no como una cuestión buenista y naïf, sino como símbolo de una manera de resistir las embestidas de la vida (eso que decíamos antes que tiene, esencialmente, el flamenco), hizo las delicias de los presentes. Así lo vivió una servidora. Si no estáis de acuerdo, podéis apalearme cuando me veáis mañana en el desayuno, lo entenderé.

Tampoco les quiero aburrir contándoles de nuevo mi parecer sobre Rafael Riqueni, que llenó –Riqueni lo llena todo, ¿no te has enterado ya?- el patio de Palacio Ezpeleta. El toque del trianero de la calle Fabié, con claras influencias impresionistas y haciendo gala de una innovación armónica que ya quisieran los modernos, al margen de otras escuelas dominantes, volvió a tocarnos el alma como suele hacer. Claramente conmovido, agradeció el silencio respetuoso recibido: “mañana me voy a Sevilla con el corazón destrozado, no me quiero ir. Gloria pa ustedes”. Recurrió no sólo a su último disco Herencia, sino también al anterior, Parque de María Luisa, donde incorpora un pequeño amago de Evocación de Albéniz que invita a la instrospección, a purgar las penas, y a la fraternidad universal. ¿Soy sólo yo o Rafael es terapéutico pa to quisqui?     

Si de terapia hablamos no podemos pasar por alto la Sanación de María José Llergo. La cordobesa afincada en Barcelona recibió la primera ovación nada más pisar las tablas del Baluarte, sin haber abierto apenas la boca. “¿Qué consigue el cante, qué provoca?”, arrojaba al público Luis Ybarra, al presentarla. La lírica flamenca de la que bebe Llergo, que reúne una poética balsámica y curativa con una fina capa de electrónica y cierto mensaje social de fondo, llega. Flamenca o no –eso no lo dirimimos aquí-, cantó descalza y en cuclillas, en el suelo, cerquita, con un Paco Soto que comparte horizontes con la de Pozoblanco. Remataron con la Nana del Caballo Grande y nos fuimos con la sensación de que quizá lo lleva todo al mismo terreno, pero claro, es un terreno de ensoñación, bien cosechado, con atención a los detalles lumínicos y sonoros, al vestuario y a los jaleos. Eso tampoco abunda.

Hay quienes no le conceden a María José Llergo el título de cantaora. Ella tampoco pide ni perdón ni permiso y precisamente atendiendo a qué canta el cante, vemos cómo sus letras entroncan con lo jondo como canción protesta, como el blues de la gitanería. ¿Nos iría mejor con menos titulitis y galones y más agallas para abrir la boca ante lo injusto?

 
 
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