Programación Flamenco on Fire 2022 – Toda la información
No puede ser que el último día haya tanta mandanga, tanto plato fuerte, tanto para digerir. Pero el On Fire lo es hasta el último aliento y no hay mucho que puedas hacer. Tampoco sirve llorar. Créanme: ya lo he probado y no funciona.
Palabras mayores desde el último balconazo pamplonica: desde el corazón de Jerez, Tía Juana la del Pipa y Manuel Parrilla. Este volcán en erupción de 74 años te rompe los huesos con dos letras y un requiebro de cadera, especialmente por bulerías. La última cita desde el hotel La Perla corrió a cargo de Rafael Jiménez Falo acompañado por Claudio Villanueva a la guitarra. Ojo al nivel de calentamiento que sufrió el instrumento del chileno ante un sol con muy poca piedad. Más allá de que la guitarra padezca y se destemple, la incomodidad de cantar-tocar abrasándote podría ser motivo de reconsideración de horario y/o ubicación por parte de la organización. No sé, digo.
El cantaor de Oviedo estuvo un buen rato asomado, cantando de pie, ante la plaza. Aún removido tras su participación en La Confluencia de Estévez y Paños la noche anterior, me dijo que trabajar con este par había sido lo más difícil de su vida profesional y al mismo tiempo el mayor regalo. No sé por qué, me cuadra.
La mañana terminaba en una sala de Baluarte para recibir a la gran diva de la investigación flamenca Cristina Cruces Roldán que nos traería razones de peso para resituar con justicia la figura de Lola Flores en su medida, lejos del reduccionismo –y, en muchas ocasiones, infravaloración- de sus artes y maneras. La reivindicación de la memoria de Lola como bailaora que Cruces presenta se basa en análisis de su recorrido profesional, repleto de información sobre el contexto social sin el que sería imposible comprender la dimensión de cualquier artista, algo que Cristina aborda con una naturalidad avasalladora -herramienta básica de su labor antropológica- cercana y útil, de conocimiento profundo y de amor a su trabajo. Ustedes ya lo saben, yo también lo sé, pero escucharla disertar sobre lo que sea es un goce máximo.
La tarde se inaugura con la última pieza audiovisual, el documental musical Canto porque tengo que vivir sobre Israel Fernández realizado por Santi Moga Perpén y Carlos Reverte Rufo, probablemente el metraje de mayor calidad técnica de las proyectadas en Civivox esta semana, no sólo por el abordaje temático y la originalidad en el enfoque sino también y acaso sobre todo, la factura deliciosa del melillense que sabe traducir con creatividad el color de la luz.
El maratón de tarde que nos esperaba nos haría llorar canales. Empezando por Utrera con Mari Peña y Antonio Moya en el patio del Palacio de Ezpeleta. A la cantaora con más ángel del festival le quedaba el vestido fucsia y marfil que parecía aquello la alfombra rosa de los Goya, zeñore. Guapísima y soberana, trajo los ritmos más calmados de su tierra, tempos arromanzados a medio camino entre Lebrija y Jerez, saboreando los tercios y con los jaleos de su marido Antonio por doquier, que la sostiene con su sonanta y su presencia. “Como no me jalee le hago carne con tomate to la semana pa que le den ardores”. Impactantes declaraciones pa que ustedes se hagan una idea del terremoto de la de Utrera. Hizo tientos-tantos, una soleá caída aligerada al final, las cantiñas de Pinini, siguiriya y bulerías. Resulta curioso apreciar la mezcla de fuentes de las que bebe este eslabón de la familia Peña, que lo mismo te trae la memoria de El Funi que menta a Fernanda y Bernarda que se raspa el Nadie se lleva nada de Antonio Machín (con esa celebrada versión de Carmen Linares). Qué particular elección de letras en ese canto que va directo a la sien y a las arterias, a celebrar el presente y a ponerle cantidades industriales de age a absolutamente todo. Tanta ambición, ¿para qué? Si nadie, NADIE, se lleva nada. Ahí lo llevan.
Dirán que estoy fuera del mundo si confieso no haber escuchado jamás a Derby Motoreta’s Burrito Kachimba. Pues ya no porque ya sí. Este bandón andaluz de rock psicotrópico-progresivo y folki con bajo metalero a medio camino entre Medina Azahara, Pantera, Saratoga, Molotov o Barón Rojo, empetó el Zentral. Qué alegría volver a ver cientos de melenudos cabeceando bajo el faro de la psicodelia andalusí y un poquito de twerk. Vestuario, peinado y energías de rock antiguo con pantallas de led y decibelios de este siglo -¿podríamos replantearnos la intensidad de los volúmenes, por favor?-, le dejaron calentito el escenario a la Tía Juana, que pisaría esas tablas un ratito después.
Pero aún quedaba otro plato fuerte que degustar. Israel Fernández con Diego del Morao a la guitarra y Markitos Carpio y El Pirulo a las palmas harían reventar las costuras de la emoción norteña, tan constreñida en estas latitudes, en el Baluarte pamplonés. No voy a ser capaz de hacer ninguna aportación respecto del repertorio del gitano de Toledo. Fue un conciertazo con momentos donde se veía la vía láctea: verlo sentado al piano como un clarividente; esos fandangos de registro imposible y su sobrenatural bulería llevada entre algodones por el soniquete y la guitarra de Jerez. No hay por dónde pillarlo.
No se me ocurre qué más se puede decir de él en este momento álgido de su carrera. Tan sólo quiero añadir que es un placer como espectadora y aficionada que muestre su sabiduría no sólo en el estudio y ejecución de los cantes –que conoce el paño, lo conoce- sino también a la hora de elegir personas claves que brillen en lo suyo y que lo hagan brillar a él también. Y no me refiero sólo a la elección musical de Diego y a la simbiosis personal y artística que conforman, algo que probablemente la historia del flamenco no olvidará, sino también a prestar atención a las cuestiones técnicas: luces, sonido, vestuario, management. Y ahí tiene mucha culpa Carlos Reverte Rufo, el mánager de Isra y hacedor en la sombra de unas cuántas genialidades y descubrimientos. Y es que aunque a ratos queramos zacarle lozojo, no se puede no valorar la visión panorámica y visionaria de este jerezano criado en Melilla que aporta calidad de estilo y altura de miras técnica en todos los detalles. ¿Se han fijado en el diseño de los carteles de los espectáculos que produce? ¿Han visto bien las fotos? ¿Reparan ustedes en qué une a los artistas que lleva? Viste cada vez más estrambótico y calza unas zapatillas imposibles, pero jamás podríamos dejar de ver la gran aportación que supone para el flamenco hacer las cosas como las hace. Saber crear equipo y descubrir el modo de alimentarlo también es conocimiento, no sólo saberse el cambio de María Borrico.
Exhaustas con tal nivel de estímulos jondos durante el día y agotadas por acumulación de flamenquería, arrastramos los pies hasta el Zentral reconvertido en tablao: canta El Purili con Antonio Moya y Manuel Parrilla con Juana, que invita a los artistas presentes a sumarse al fin de fiesta. Un colofón cortito y algo saborío para el nivelazo que había sobre las tablas. Destacó el bailecito de El Purili, joven exponente de La Línea con la Tina Turner de la Calle Nueva; él tan chiquito, ella tan soberana, y sin embargo sus maneras siempre encuentran punto de fuga. Me dolió especialmente –y es algo que compartimos después con otras compañeras- que Blanca del Rey no bailara. El flamenco, que tanto ronea de saber dar lugar a sus mayores, no supo hacer hueco para un momento de reconocimiento de toda una vida y para recogijo de volver a ver bailar a la creadora de la soleá del mantón. Eso que nos perdimos.
Aún con las carnes abiertas por la intensa agenda de estos días, necesitamos reposo monacal para ver si con nuestro Rafael Manjavacas, que ha documentado gráficamente el certamen, nos marcamos un balance final. Se lo contaremos por aquí.
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