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Calzados de Arte Fyl: arte para el Arte. Los profesionales lo saben |
Texto : Mona Molarsky
Camisones blancos, mensajes confusos,
la mensajera intachable
Baile: Eva Yerbabuena, Mercedes de Córdoba, Asunción
Pérez, María Morena, Sonia Poveda, Luis Miguel González,
Amador Rojas, Eduardo Guerrero, Juan Manuel Zurano. Músicos:
Marta de Castro, soprano. Pepe de Pura, Enrique Soto, cante. Paco
Jarana, guitarra. Antonio Coronel, percusión. Ignacio Vidaechea,
saxo, flauta. Rafael de Utrera, cante. Coreografía y dirección:
Eva Yerbabuena. Coreógrafo invitado: Javier Latorre. Dirección:
Hansel Cereza. Música: Paco Jarana. Adaptación de
versos populares: Arcángel, Segundo Falcón. Iluminación:
Raúl Perotti. Producido por Eva Yerbabuena, S.L.. Raquel
Domínguez, vestuario.
Cualquiera que se aficiona al flamenco hoy en día debe de
sentirse partido en dos en muchas ocasiones. Hay aquellas noches
cuando las notas de una buena guitarra y una voz básica e
hiriente te transportan a un lugar tan antiguo y misterioso como
Stonehenge. Luego aquellas mañanas cuando coges el móvil,
miras el reloj y vas corriendo para el tren, convencido que has
sido seducido por una visión absurda e imposible. A la luz
del día de repente parece tan obvio que el flamenco no tiene
nada, pero nada en absoluto que ver con la vida moderna tal como
la conoces. Tambaleándose entre estas dos experiencias es
más que suficiente para volverle esquizofrénico a
cualquiera.
debe de ser con Eva Yerbabuena cuya obra “5 Mujeres 5”
parece simultáneamente abrazar y desmontar el flamenco. ¿Fue
su intención este proceso de desmontaje, o es simplemente
el resultado natural de algo más profundo? Difícil
de saberlo. Esta polémica obra, que le ha valido tantos halagos
como condenas con el público europeo, debutó en Nueva
York con todo el papel vendido en City Center el pasado domingo
30 de enero. A juzgar por el caluroso aplauso final, se podría
decir que la presencia de Yerbabuena y su extraordinario talento
lograron superar cualquier duda que hubiera podido tener el público
acerca de la coreografía y guión.
El famoso telón color carmín del City Center ya estaba
levantado dejándose ver un escenario oscuro cuando la gente
iba acomodándose, charlando, besando a los viejos amigos…
De repente se atenuaban las luces y las voces se callaban. Dos figuras
femeninas y una butaca blanca están iluminadas por un foco.
Entonces, de sopetón, se apagan las luces y de nuevo sólo
hay oscuridad. Se escucha el lejano sonido de taconeo, y según
incrementa el volumen, una luz negra desvela fragmentos de figuras.
Otra vez el silencio negro y absoluto. Ahora una mujer vestida de
blanco, sentada debajo de una luz cenital, y una fila de mujeres
igualmente vestidas realizan los pasos controlados del baile moderno.
Suena la guitarra de Paco Jarana y las mujeres se deslizan, majestuosamente,
en una especie de pavana modernista.
De repente parece obvio que el
flamenco no tiene nada, pero nada en absoluto que ver con la vida
moderna tal como la conoces
Había dado comienzo el ballet. O al menos eso esperaba uno.
Pero había algo ligeramente chocante, desde el principio.
En primer lugar, aquellos camisones blancos y sin forma que llevaban
Yerbabuena y las bailaoras. De haber sido una actuación al
aire libre en un festival, las ancianas de la última fila
de sillas de madera hubieran estado chismorreando “ay
Matilde, ¿qué llevan esas nenas?, ¡creo que
se han olvidado de ponerse los vestidos!” “No Eulalia,
están en camisón…es el último grito para
estas ocasiones”. “Eh, silencio señoras, ¡vamos
a ver el espectáculo!”
Igual que las mujeres, los componentes masculinos del grupo vestían
de blanco: pantalón, chaqueta y camisa amplia. Si las mujeres
parecían musas a punto de acostarse, los hombres recordaban
marineros de puertos caribeños. Ambos grupos se movían
con una precisión fría y absoluta que no admitía
individualismos – una versión flamenca de un “ballet
blanc” tradicional.
Los músicos son un punto fuerte de la producción.
La guitarra de Paco Jarana lo mismo suena rítmica y lírica
en la línea tradicional, que jazzística y actual.
La percusión de Antonio Coronel y la flauta y saxo de Ignacio
Vidacchea aportaron luz a los elementos ‘fusionados’
tan de moda actualmente. Pero fue el cante dinámico de Rafael
de Utrera y Enrique Soto (de la gran dinastía cantaora de
Jerez de los Sordera), que dio una estructura, y el peso de la tradición.
Ojalá hubieran tenido más sustancia con la que trabajar.
Siguiendo la estética algo fragmentada de la obra, las formas
clásicas del flamenco – soleá apolá,
minera – se mezclaban con trozos de libre concepto dejando
un flamenco irreconocible a veces. “¿Fue eso la minera?”
preguntó una flamenca irritada detrás mía…y
más tarde “¡pues anda que p’adivinar lo
que están haciendo!”
Yerbabuena empleó su compañía como una entidad
unificada, trasladándola por el escenario en bloques arquitectónicos,
brazos por encima de la cabeza, manos dando vueltas, dedos chasqueando
– lugares comunes que tenían frescura en su día,
cuando el estreno de West Side Story, pero que alcanzaron su apogeo
hace una década con las coreografías lasveguianas
de Joaquín Cortés.
Una muñequita de trapo, otra
dinámica la mueve, incapaz de parar sus propios pies…
Pero algo parecía fuera de lugar. Mientras que el grupo
se movía con la precisión de una musical de los años
cuarenta, Yerbabuena estaba desincronizada. Se tambaleaba, empezó
a caerse, las manos a la cabeza en un gesto de desesperación.
Se cae al suelo, se levanta, vuelve a meterse en el compás,
vuelve a tropezar. Parece exhausta, apenas capaz de seguir. Pero
sigue bailando, obligada por el ritmo insistente de guitarra, percusión
y palmas. Es una muñequita de trapo, otra dinámica
la mueve, incapaz de parar sus propios pies, una versión
actualizada de la protagonista de “Los Zapatos Rojos”
, la bailaora parecía condenada a bailar hasta la última
gota de sus fuerzas. Nuevamente escuché la charla imaginada
de las abuelitas: “ay Matilde, ¿qué pasa con
esa chica?”…”no lo sé Eulalia, a lo mejor está
indispuesta”…”no creo…parece drogada, uno de esos
chicos le habrá puesto algo en el café…”.
Empecé a preguntarme, ¿qué está pasando
aquí? Durante media hora daba vueltas a esa pregunta mientras
que la Yerbabuena representaba un dramón de proporciones
épicas. Esto era algo distinto, más trascendente que
las tradicionales tragedias cotidianas del amor y de la muerte.
Por descontado, el flamenco tiene su propio vocabulario para expresar
el dolor y el sufrimiento, la soledad. De hecho, en este sentido,
el flamenco es quizás el idioma más expresivo que
existe. Pero Yerbabuena no estaba hablando en flamenco. Parecía
haber rechazado todos los idiomas del baile y se estaba desintegrando
allí mismo en el escenario delante de nuestros ojos.
Mientras que los cuatro varones ejecutaban otra ronda de vueltas
y embestidas agresivas, una teoría empezaba a plasmarse dentro
de mi cabeza. Quizás nuestra protagonista estaba sufriendo
del exceso de machismo que le rodeaba en general. Fue algo tremendo
e implacable del cual no lograba escapar, un tsunami invisible que
le tiraba en todas las direcciones sin piedad. Qué situación
más desgarradora para una mujer en el flamenco, engañada
por su mundo, por su idioma expresiva, su propia tradición.
Algo distinto, más trascendente
que las tradicionales tragedias cotidianas del amor y de la muerte.
quizás no fuera el machismo que había derrotado a
la diminuta Yerbabuena, sino la curiosa y brutal disyuntiva entre
la vida flamenca y nuestro mundo electrónico digitalizado.
El choque parecía haberse cuajado en una sustancia tóxica…un
líquido invisible parecía extenderse por la superficie
del escenario, manchando la piel de sus bonitos zapatos, colándose
por sus venas, impulsando el baile alocado. “Ay Matilde, los
problemas de la juventud de hoy, vaya…no volvería a ser
joven ni por un millón de euros…”
Otro apagón. La voz en off recita unos versos de poesía.
Aparece Yerbabuena en medio del escenario bañada de luz realizando
un zapateo delicado que crece con urgencia. Los hombres en chaquetas
con detalles de raso y las mujeres con delantales de la misma tela
se mueven por la pista a compás, asumiendo posturas y actitudes.
Yerbabuena también con compás impecable, fingiendo
haber sido apuñalada. Se tambalea y se cae hacia atrás,
hombres y mujeres la recogen a tiempo, pero ella rechaza ser socorrida.
De repente una voz ronca y penetrante, “¡noooooo!”
se escapa de su garganta deteniendo todo movimiento. En el momento
de silencio que sigue, Yerbabuena abandona el escenario caminando…
Las guitarras y la percusión arrancaron con una fantasía
sonando a bossa-nova que se transformó en tangos. A los pocos
minutos la bailaora regresa, vestida de chaqueta corta negra con
dorado. Una sorprendente e inexplicable transformación parecía
haberse tenido lugar. Estirando su diminuto cuerpo, mirando hacia
las luces, la Yerbabuena parecía tan vulnerable como implacable.
Por un instante fugaz el recuerdo de Carmen Amaya flotaba, como
la sombra de un águila, por el escenario del City Center.
La curiosa y brutal disyuntiva entre
la vida flamenca y nuestro mundo electrónico digitalizado
Y así comenzó la seguiriya de Yerbabuena, el momento
más logrado de la velada. Enrique Soto partió el silencio
con su poderoso grito y ella estiró los brazos hacia el cielo
con gesto de humildad pidiendo la bendición de aquellos que
habían venido antes. Entonces, con la cabeza agachada, brazos
y hombros alzados, se acurrucó sobre sí, como si buscara
el hilo que le conduciría al meollo de la música.
Se necesita mucho valor para plantarse tan solitariamente en una
pista enorme – el valor suficiente para esperar, sin asumir
actitudes, la llegada del espíritu del cante. Sola, sin el
cuerpo de baile, por fin Eva la Yerbabuena estaba preparada para
comenzar la faena más dura, la de hacer arte para conmover
a un público. Con su hermoso y añejo braceo cuyo impulso
parecía nacer del plexo, no nos decepcionó. Y cuando
recogía sus faldas, lentamente dibujando círculos
por el escenario, soltando ritmos complejos pero sutiles en el suelo
pulido, fue entonces que me di cuenta que estaba ante una artista
de verdad.
A mi alrededor, muchos parecían haber llegado a un consenso
y se pusieron de pie para una efusiva ovación al final. ¡Olé
Yerbabuena la bailaora! En cuanto a la obra, eso es punto y aparte.
Como dijo un entendido, expresando el sentimiento de muchos: “Me
gustó la mensajera, pero no el mensaje”.
¿Pero qué decían las abuelitas imaginarias?
Hice un esfuerzo y estaba segura de poderlas escuchar: “Ya
te lo dije Matilde querida, esa niña sabe bailar”….”¡ay
Eulalia! su madre estará orgullosísima. Y su padre.
Y los tíos. Y los abuelos…todos sus antepasados…y los
nuestros también, que en paz descansen…”
por Mona Molarsky @2005. Todos los derechos reservados.
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