Texto: Silvia Cruz
Fotos: Annemiek Rooymans
Manuel Moreno Maya «El Pele» – cante
Farruquito – baile
Invitado especial: Dorantes piano
El Niño Seve – guitarra
Antonio Patrocinio Hijo
Rafael Planton, Jose Planton – palmas
Javi Ruibal – percusión
Pim, pam, pum y fuego
Con vehemencia. Así se presentó anoche El Pele en el Teatro Royal Carré de Ámsterdam. Y con algo de osadía. Venía con Farruquito compartiendo el cartel con un espectáculo llamado “Peleando y punto”, un show parecido al que ha presentado el cantaor en otros festivales con el mismo nombre pero al que intentaron darle un aire más actual sin que perdiera raíz. Salieron dos flamencos esenciales, amantes de la pureza, con los que el público holandés pudo aprender (el que aún no lo supiera) que sobre un escenario no es lo mismo disparar que prender fuego.
Un rato antes en La Haya, la propuesta había sido bien distinta. Los integrantes de Samba Salad & Más Flamenco ofrecieron un número en el que invitaban al público a participar y donde la clave era la fiesta. En Ámsterdam, sin embargo, los más de 1.000 asistentes que llenaron el Carré sabían que iban a encontrarse con algo más duro. Y en eso, El Pele no defraudó. Se puso profundo y puesto a dar una clase de jondura, decidió darla intensiva. Quizás por eso arrancó por tonás, haciendo alarde de alveolos y de “quejío”. Enseguida salió Dorantes, invitado exquisito que se acompañó a la percusión de Javi Ruibal, a partes iguales sutil y preciso, y ambos se encargaron de acercar el espectáculo al público holandés, de darle un punto de modernidad evidente.
Porque la otra modernidad, la entendida como frescura, la puso Farruquito solo con clavar el primer golpe de melena. Su soleá supo a suflé: fina, pujada y deliciosa. Y gratificante, muy gratificante porque obligó a Juan a tomar la batuta y evitar que se viniera abajo toda la mezcla de músicos, estilos e intensidades. Y lo consiguió. Mandó en su tempo y en el del resto del equipo y bailó, flotando a ratos, furioso en otros. Hasta sentado danzó Farruquito. E incluso sin hacer ruido, con las suelas mudas, generó suspiros. Aunque es cierto y evidente que el mayor delirio del respetable llegó siempre en sus alardes de velocidad, coordinación y fuerza. Resumiendo: en esos taconeos con sello “farruco”.
El Pele derrochó voz, preciosa y lastimera, aunque se escuchó dispersa en las malagueñas del Mellizo que hizo con Dorantes. Y aún así fueron intensas. Sacó a pasear su garganta de bestia herida pero dejó sobre los hombros del “farruco” el peso de enamorar al respetable. Suerte de la siempre bien colocada espalda de Juan, que puede con todo.
Con varios artistas sobre el escenario, siempre es difícil saber cuál de los dos acumula más vítores. Sobre todo cuando la calidad vocal de El Pele es incontestable y sabe lo que muchos precisarían tres vidas en aprender. Pero su disparó anoche cayó en la arena. Porque la llama, el fuego, ese estallido que despierta a los muertos y revienta el corazón del vivo, lo puso Juan Manuel Fernández Montoya.