Viernes, 30 de noviembre, 2007. 2100h.
Auditorio Municipal, Puertollano
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Texto: Estela Zatania Un cartel escueto pero lleno, apto para todos los públicos, y si son aficionados al buen cante, mejor. El Festival Flamenco del Minero, que no tiene nada que ver con el festival organizado anualmente en La Unión, acaba de celebrar su vigésimo tercera edición, y muy dignamente. El pueblo minero de Puertollano, provincia de Ciudad Real, tiene una arraigada afición al cante, y su peña flamenca Fosforito es una de las más activas y emprendedoras del territorio; además de este festival, empezó en el 2006 a organizar el Concurso Internacional de Cante Flamenco “Puerta de Alcudia”, con sustanciosos premios en metálico. Esta gran labor, respaldada por la necesaria sabiduría flamenca, dio fruto el pasado viernes con la actuación de cuatro cantaores, tres jerezanos y un trianero, para una velada que no tenía nada que envidiar a los festivales de verano en Andalucía. Tras la presentación de Juan Verdú, Francisco Álvarez Martín, “Paco Taranto” tomó asiento al lado de Antonio Carrión para romper por alegrías con mucho sabor y recordando a los maestros gaditanos. Por soleá de Triana, de sabor va la cosa, y sus años de vivencias con Oliver, El Arenero, Abadía, El Teta, El Sordillo o Tragapanes aportan la autenticidad que da dimensión al cante. El cantaor se disculpa antes de cantar por bulerías “dada la presencia de grandes jerezanos como los que tenemos esta noche”, pero se defiende bien con retales de cuplé entremezclados con letras cortas. Ofrece una digna selección de cante minero, la debilidad de esta zona, terminando por fandangos rítmicos con coro tipo rociero.
Fernando Terremoto coge el testigo con el joven tocaor Manuel Valencia. En su tierra natal algunos critican al cantaor por haber resucitado “Canastera”, una creación de Camarón de la Isla en tiempo de vals que flirtea con el compás de fandangos, pero que nunca pegó. No obstante Fernando ha hecho una creación admirable sobre la base de Camarón, infundiéndola de nueva vida. Malagueña, con un decir operístico y su habitual poderío. Bulería por soleá con diversidad en los estilos, y ya te das cuenta de que el cantaor está en plenísima forma. Las siguiriyas terremoteras recuerdan sonidos jerezanos de muchos kilates, en los fandangos sigue creciendo, y la primera parte termina con sus apoteósicas bulerías con pataíta.
Fernando de la Morena abre la segunda parte con su decir sincero y sus ayes personalísimos. A diferencia de otros jerezanos, Fernando huye del cante agresivo y humildemente deja que los cantes hablen solitos. Es un camino arriesgado, algunos le tachan de frío, pero el cantaor se acuerda de los viejos, se remite a sus vivencias, a su formación en el campo y el barrio, los tabancos, Antonio Jero a la guitarra le mima cada nota, y el resultado es más sustancial que el de otros que logran el aplauso fácil con su cante “atacao”. Fandangos con su sello inconfundible y bulerías igualmente de la casa, para dar paso al Capullo de Jerez.
Fenómeno social de dimensiones que se acercan a las de su viejo amigo Camarón de la Isla, y su popularidad no hace más que crecer. El repertorio nunca varía, pero Capullo logra convencerte que es la primera vez que lo escuchas. Los aficionados de Puertollano, con su gusto por la exquisitez del cante de levante, se dejan llevar con el mismo entusiasmo exhibido en la plaza de toros de Jerez cuando actúa el Capullo. Sus tangos populares hechos canción, alguna letra contestaria, tan desfasada como un pantalón de campana, pero a quién le va a importar eso, si el Capullo trafica en compás y personalidad. Quieras o no, es flamenco como lo quiso Dios, volcando su instinto y creatividad en cada estrofa sin violar las formas. Y sonríes cuando canta granaína por bulería, “ ‘enganchao’ en oro y marfil”, luego bulería extremeña, luego cosas suyas, y esa pataíta, porque Capullo tiene mucha elegancia bailando, y le tienes que respetar porque será comercial todo lo que quieras, pero al fin y al cabo, es una voz, una guitarra y una personalidad tamaño industrial.
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